Mujeres no objeto

El vibrador conectado a una app

El vibrador nació como herramienta médica en la era victoriana y terminó convertido en un símbolo de placer y autonomía femenina, testigo de cómo la sexualidad pasó del tabú a la reivindicación

vibrador
Imagen de Kiloycuarto.

La sexualidad femenina ha sido negada, vigilada, ridiculizada o patologizada en la mayoría de las culturas. Que una mujer sintiera deseo era una rareza; que lo expresara, un escándalo; que pudiera satisfacerlo sola, un problema. En ese contexto el vibrador es un síntoma, un detonante y una respuesta. Su historia se revela mucho más compleja que la de un simple aparato eléctrico.

Aunque los registros más antiguos de objetos fálicos datan de hace más de 20.000 años, el vibrador moderno tiene un origen mucho más reciente y clínico. Lo inventó el médico inglés Joseph Mortimer Granville en la década de 1880 con una intención puramente terapéutica: buscaba aliviar el dolor muscular con un dispositivo eléctrico de percusión. No tardó en descubrirse que el aparato aportaba otra utilidad, más delicada: inducía el “paroxismo histérico” en mujeres diagnosticadas de histeria, es decir, lo que hoy llamamos orgasmo.

La medicina victoriana no hablaba de placer sexual femenino, sino de trastornos nerviosos, de congestión uterina, de melancolía. Se trataban con masajes pélvicos administrados por el propio médico. El vibrador agilizaba ese procedimiento, y liberaba así al doctor del trabajo manual. Su uso se extendió rápidamente en balnearios de lujo y consultas privadas. En 1902, la empresa Hamilton Beach lo comercializaba ya en Estados Unidos, antes incluso que la plancha o la aspiradora.

Durante las primeras décadas del siglo XX, los vibradores se vendían sin pudor como aparatos de bienestar, con anuncios en revistas femeninas. No era raro encontrar uno en el tocador de una señora respetable. Todo cambió cuando el sexo dejó de estar encriptado, a partir de los años 50, con la crítica al diagnóstico de histeria y el auge del cine erótico; a partir de ahí el vibrador perdió su estatus terapéutico y se incluyó en la categoría de juguete sexual, y además, sospechoso. Pasó a venderse en sex shops o por catálogo, fuera del circuito habitual.

La llegada del VIH, en los años 80, rescató el vibrador del estigma: fue incluido en las campañas de sexo seguro y en los talleres de educación sexual, especialmente entre mujeres. También comenzó a utilizarse como herramienta de apoyo para personas con diversidad funcional. Poco a poco, dejó de ser un objeto oculto para convertirse en parte del diálogo público.

En 1998 el vibrador en forma de conejito (Rabbit), popularizado por la serie Sexo en Nueva York, rompió el molde. Era rosa, lúdico, pequeño, sin forma fálica, y con un diseño que combinaba estimulación interna y externa. Su éxito fue inmediato. Años más tarde, el succionador de clítoris Satisfyer, lanzado por una empresa alemana, batió todos los récords de ventas y protagonizó todo tipo de polémicas: desde la acusación de que “sustituía al hombre” hasta la defensa entusiasta por parte de influencers que lo consideraban revolucionario.

La última generación de vibradores ha dejado atrás los cables, el plástico duro y la vergüenza. Hoy se diseñan con silicona médica, formas suaves y colores discretos. Algunos se controlan a distancia desde una app, lo que permite jugar en pareja, en silencio o desde cualquier parte del mundo. Otros se programan, vibran al ritmo de la música o responden a la voz. Hay modelos con modos de entrenamiento pélvico, con sensores de presión o con inteligencia artificial. La tecnología erótica avanza con la misma naturalidad con la que se perfecciona un smartwatch.

La historia del vibrador narra cómo una herramienta médica se convirtió en una aliada del descubrimiento del placer. Celebra el cuerpo, el deseo, el derecho a explorar, a decidir, a disfrutar. Y ese camino es ya irreversible.

Espido Freire, autora de “La historia de la mujer en 100 objetos” ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.

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