Cuando entra en la sala, Gwyneth Paltrow, el aplauso se desata. Vestida con un chándal de seda sobre unos tacones de aguja que la obligan a caminar dando saltitos, la actriz llega para presentarnos Marty Supreme su regreso a la gran pantalla tras siete años desaparecida. No parece nerviosa. Tampoco totalmente relajada. Más bien situada en ese territorio intermedio en el que la duda, la experiencia y el deseo de volver a participar de un juego que conoce bien, cómo es hacer promoción, hacen que esté más callada de lo que en ella suele ser habitual.
Han pasado siete años desde su último papel protagonista y ahora, con Marty Supreme, regresa al cine a lo grande con una película que es una prueba personal. “Mi hermano, que es director de cine, me hizo prometer que le compartiera las ofertas que me llegaban durante mi retiro. Cuando Josh me llamó, me dijo: tienes que hacer esa película, y fue cuando decidí reunirme con Josh”.
La película, dirigida por Josh Safdie, la devuelve a un plató después de criar hijos, dirigir Goop y convivir con la idea liberadora de haber elegido otro rumbo por su propia salud mental. Su encuentro con Safdie fue simple, hablaron, se entendieron. “Me gustó mucho”, dice, encogiéndose de hombros. “Y de repente me encontré pensando en volver. No como una continuidad natural. Más bien como un pequeño salto al vacío”.
El miedo de la primera toma
Paltrow reconoce que el primer día de rodaje sintió muchos nervios. “Me preguntaba si esto iba a ser como montar en bici. Si recordaría cómo hacerlo. Si sabría volver a tocar ese lugar dentro de mí misma”. Cuando llegó la prueba de cámara reconoce haber sentido vértigo. “Hacía tanto que no estaba delante de una cámara que me sentía muy consciente de mi cuerpo. Muy observada. Por eso agradecí tanto el vestuario, el peinado, todas esas pequeñas cosas que te ayudan a centrarte”.
En Marty Supreme, Paltrow interpreta a Kay Stone, una actriz célebre de los años cincuenta que se enreda retirada y comienza una relación con el protagonista, Marty, interpretado por Timothée Chalamet. Un encuentro que, según ella, no tiene nada de romántico. “Es frío”, dice. “Una transacción”.
Sexo, juventud y la inversión del tropo
Las escenas íntimas entre Paltrow y Chalamet han generado una gran conversación desde que se filtraron detalles del rodaje. Ella bromeó con la diferencia de edad: “Yo le decía que era perfecto, yo tengo 109 años y tú tienes 14”. Durante décadas Hollywood emparejó a hombres maduros con mujeres jóvenes sin que nadie comentará la diferencia de edad. Ahora, sin embargo, se está produciendo un giro a la inversa. Mujeres mayores, actrices conocidas, ocupan un espacio que antes no les pertenecía. Hollywood prioriza el deseo de la mujer permitiéndole tener relación con un hombre más joven sin quedar reducida a caricatura de Joan Crawford en El Graduado.

Paltrow lo verbaliza con naturalidad. “Las mujeres de mi generación estamos reescribiendo algunas cosas. Llegas a una edad en la que no buscas que te validen, buscas sentirte viva. No es extraño que muchas mujeres de más de cincuenta salgan con hombres más jóvenes. Es una realidad y es una tendencia. Y no es para provocar. Es porque podemos”.
Y ahí Chalamet aparece como figura central. No solo por su presencia en pantalla, sino por la reacción que desató en el entorno de Paltrow. “Mis chats de madres estaban en llamas cuando se viralizarón las imágenes de los besos”, recuerda. “Todas escribiendo: ‘¡Sí, GP, dale!’ Yo les decía: calma, por favor”. Si algo desconcertó a Paltrow en este regreso, fue la aparición de la coordinadora de intimidad, una figura desconocida para ella. “No sabía ni que existía”, afirma. “Yo soy de la época en la que te desnudabas, te metías en la cama y la cámara rodaba”.
Las reglas actuales, mucho más claras y protegidas, la pillaron por sorpresa. “Cuando nos explicaban dónde colocar una mano o cómo movernos, yo pensaba, esto me corta un poco. No sé cómo lo viven los actores jóvenes que empiezan, pero para mí, como artista, demasiado control puede ahogar las emociones”. Aun así, reconoce que la intención es buena y que la seguridad en un rodaje importa. En las entrevistas previas, Paltrow había prometido “mucho sexo” y “coreografía de lengua”. Sin embargo, al ver el montaje final se sorprendió. “Cumple su función en la historia. Eso es todo”.

Ese contraste entre la vivencia física del rodaje y el efecto final le resulta curioso. “A veces tienes la sensación de estar haciendo algo enorme y luego lo ves y es otra cosa. Más contenida. Más fría. Como Kay y Marty”. En el rodaje, Paltrow se esforzó por conocer a Chalamet, aunque admite que no sabía casi nada de él. “Le pregunté si tenía novia y me dijo que sí. Me contó que ella tenía hijos y me pareció interesante. Un chico joven que sale con una mujer con dos hijos. Me pareció valiente. Punk rock, incluso”. Lo más divertido es que Paltrow no sabía quién era esa misteriosa novia. “No tenía idea. No me dijo que era Kylie Jenner. Me enteré después”.
Su vuelta al cine ha tenido también un matiz emocional. Le pregunto por las referencias que tuvo en mente para interpretar a Kay Stone y niega que fuese un retrato concreto. “Pensé en mujeres de los años cuarenta. Esa mezcla de glamour y renuncia. Quizá Grace Kelly, porque también dejó su carrera para casarse y porque en su vida hubo tragedia y trauma. La tenía ahí, en un rincón”.
Recuerda con cariño el día de ensayo de la obra dentro de la película, con David Mamet interpretando al director en una suerte de juego personal del director. “Fue un día muy libre, muy teatral. Yo empecé en teatro. Me devolvió seguridad volver a ese espacio”.

Mientras hablamos, Paltrow vuelve varias veces a la idea de que la edad ya no es el final de la historia para una mujer en pantalla. “Antes, cuando cumplías cuarenta, te relegaban a la madre de alguien. Ahora podemos ser protagonistas, amantes, jefas, villanas. Podemos sentir deseo.
Ahora vemos mujeres de cincuenta con hombres de treinta porque por fin podemos contar historias donde nosotras sentimos sin pedir perdón”.
Mujeres maduras con hombres jóvenes en pantalla
Durante décadas Hollywood sostuvo sin cuestionar el patrón del hombre mayor, exitoso, seguro de sí mismo, disfrutando de su interés amoroso junto a una mujer mucho más joven. La historia avanzaba como si ese desequilibrio perteneciera al orden natural de las cosas. De hecho, ese orden antinatural se volvió culturalmente aceptable. Sin embargo, en el cine del presente algo se ha movido y lo ha hecho con una fuerza que no debe ignorarse. Hoy, las actrices maduras tienen el poder de colocar en el centro de sus relatos historias que antes se reservaban a cierto tipo de mujeres desesperadas como Joan Crawford en El Graduado o Norma
Desmond en Sunset Boulevard. Gwyneth Paltrow o Julia Roberts pueden aparecer en pantalla y enamorar a hombres mucho más jóvenes que ellas sin que las cuestionemos. Ellas han dejado de esperar su turno y han colocado su premisa de amor desigual en el centro de sus historias. Películas como The Idea of You, donde Anne Hathaway, con cuarenta y un años, vive un romance con Nicholas Galitzine, o , con Nicole Kidman y Zac Efron, o Lonely Planet que cuenta la historia de amor entre Laura Dern y Liam Hemsworth muestran que esa inversión del tropo empieza a asentarse, y no como extravagancia sino como signo de la época que vivimos.

El cambio continúa en Good Luck to You, Leo Grande, donde Emma Thompson interpreta a una mujer que explora su deseo, o en Babygirl, el thriller erótico en el que Nicole Kidman se empareja con Harris Dickinson, y sigue también en ficciones de gran impacto mediático como Marty Supreme, donde Gwyneth Paltrow comparte escenas íntimas con Timothée Chalamet, y en After the Hunt, con Julia Roberts y Andrew Garfield; historias que no buscan reproducir caricaturas de “mujer madura devoradora”, sino figuras complejas, mujeres que no renuncian al deseo ni a la capacidad de elegir, mujeres cuya vida sentimental no caduca a los cuarenta.

El giro es llamativo porque ya no se trata solo de mostrar romances improbables, sino de legitimar experiencias que existen fuera del cine, y que el cine había ignorado durante demasiado tiempo. Hollywood, siempre tan lento para reajustar sus mitologías, ha comenzado a contar un mundo en el que la mujer mayor puede ser amante, protagonista y centro emocional. Historia de mujeres maduras que llenan los cines y este desplazamiento, que rompe con décadas de asimetría, empieza a ser entendido por el público como algo tan natural como lo era antes la fórmula contraria.
Ahora son ellas quienes miran, quienes desean, quienes toman la iniciativa, y la pantalla por fin lo registra sin condescendencia. Un tropo cae y otro se levanta. Hollywood, a su modo, está aprendiendo a mirar a las mujeres en su tiempo real.


