Dos décadas después de convertirse en un fenómeno mundial, El diablo viste de Prada regresa con su reparto original: Meryl Streep, Anne Hathaway y Emily Blunt han comenzado esta semana el rodaje de la segunda parte de la icónica comedia que retrató con ironía las entrañas del mundo de la moda. Dirigida de nuevo por David Frankel y con guion de Aline Brosh McKenna, la película propone una mirada contemporánea a los cambios en la industria editorial, la moda de lujo y los conflictos de poder entre mujeres.
La historia, según ha confirmado el estudio, se centrará en el enfrentamiento entre Miranda Priestly, la directora de la revista Runway, y Emily Charlton, su antigua ayudante reconvertida en ejecutiva de una gran firma de moda. En un contexto de crisis del papel y transformación digital, ambas competirán por la misma fuente de ingresos: la inversión publicitaria. Esta pugna no solo pone en juego el futuro de sus respectivas marcas, sino también sus propias trayectorias en un sistema en el que las mujeres siguen luchando por legitimidad y control.
El regreso de Miranda Priestly, uno de los personajes más temidos y reverenciados de la ficción reciente, ofrece una oportunidad para revisar su figura desde una perspectiva más compleja. La actriz Meryl Streep vuelve a meterse en la piel de esta editora exigente, a menudo descrita como despiadada, que ha servido durante años como arquetipo de la “jefa difícil”. Sin embargo, en un presente en el que las narrativas femeninas han evolucionado, la película podría explorar el coste personal de mantener el poder desde una posición de liderazgo femenino en un entorno profundamente masculinizado.
El poder femenino más allá de la ‘girl boss’
A la trama principal se suma la incorporación del actor Kenneth Branagh, que interpretará al marido de Miranda. Esta novedad sugiere que, más allá del duelo profesional entre Miranda y Emily, la secuela también profundizará en las dimensiones personales y afectivas del personaje. Un añadido que podría humanizar a Priestly y permitir vislumbrar las grietas tras el rostro impenetrable de quien siempre “exige excelencia”, como dejó claro en la primera entrega.
Anne Hathaway regresa como Andy Sachs, la joven periodista que en la primera parte tuvo que decidir entre su vocación y su ambición, enfrentándose a los límites éticos de una industria que glorifica la apariencia y el sacrificio personal. Aunque aún no se han revelado detalles de su arco narrativo, todo apunta a que Andy ha seguido su camino en el mundo editorial, aunque probablemente desde una posición más independiente y madura.

La película, con estreno previsto para mayo de 2026, no incluirá al actor Adrian Grenier, quien interpretaba a Nate, el novio de Andy. Su ausencia no ha sorprendido, dado que su personaje fue objeto de debate durante años: en retrospectiva, muchos espectadores han cuestionado si realmente fue un apoyo o un obstáculo en el desarrollo profesional de Andy. Esta omisión podría simbolizar un cambio de enfoque más centrado en los vínculos entre mujeres, tanto de competencia como de sororidad.
Las jerarquías de poder femenino
Desde su estreno en 2006, El diablo viste de Prada ha sido analizada desde múltiples perspectivas: como crítica al capitalismo estético, como historia de iniciación o como un retrato feroz del perfeccionismo exigido a las mujeres en cargos de poder. Sin embargo, ha sido también objeto de cuestionamientos. En su primera parte, las relaciones femeninas estaban marcadas por la jerarquía y el castigo. La nueva entrega tiene la oportunidad de complejizar esas dinámicas y preguntarse qué significa hoy una rivalidad entre mujeres en un sistema que las enfrenta para mantenerse intacto.
En este sentido, Emily Charlton, interpretada por Emily Blunt, puede convertirse en una figura reveladora. Ascendida a lo más alto del sector, será interesante ver si reproduce los mecanismos que aprendió de Miranda o si encuentra una manera distinta de liderar. Blunt, que ha demostrado una gran capacidad para equilibrar fuerza y vulnerabilidad en sus papeles, podría ofrecer un retrato más matizado de la ambición femenina, especialmente en una industria que castiga la asertividad de las mujeres pero premia su eficacia.

Otro elemento que se perfila en la trama es la crisis de los medios impresos. En un momento de transición hacia lo digital, con la publicidad en declive y los despidos masivos en grandes redacciones, la batalla entre Miranda y Emily se convierte también en una metáfora de la obsolescencia de ciertos modelos de éxito. ¿Qué se mantiene y qué cambia cuando las estructuras tiemblan? ¿Cómo se redefine el poder en un ecosistema mediático en transformación?
El anuncio del rodaje ha coincidido, además, con la reciente dimisión de Anna Wintour como directora de Vogue en Estados Unidos. Esta coincidencia ha añadido una capa irónica al proyecto, ya que Wintour fue, en parte, la inspiración del personaje de Miranda Priestly. La retirada de una de las figuras más influyentes de la moda refuerza el interés por abordar el legado de estas líderes femeninas que han marcado una época, y también las tensiones que surgen cuando el poder femenino se sale de lo normativo.

El diablo viste de Prada 2 se perfila así como algo más que una comedia de reencuentros. En un tiempo de reconfiguración del trabajo, de las relaciones y del significado del éxito, su propuesta podría ir más allá del sarcasmo elegante y preguntarse por el lugar que las mujeres ocupan hoy en el relato del poder. ¿Cómo se sostiene una reina cuando el trono ya no es el mismo? ¿Y quién decide las reglas del juego en un mundo que cambia de escaparate pero no siempre de lógica?