Lana Turner: símbolo sexual, reina de la fiesta y… ¿asesina?

La que en su día fue considerada una ‘femme fatale’ paradigmática llegó a convertirse en la actriz mejor pagada de Hollywood

“¿Te gustaría actuar en películas?”, le pregunta un extraño a una niña de 15 años que bebe tragos de Coca-cola en una cafetería cercana a su instituto. “No lo sé, tendría que preguntar a mi madre”, responde ella con actitud ingenua. Con una escena parecida a la descrita -lo desveló posteriormente ella misma-, empezó la carrera de Lana Turner, que en su día fue considerada una ‘femme fatale’ paradigmática y que llegó a convertirse en la actriz mejor pagada de Hollywood a pesar de que siempre fue más famosa por su turbulenta vida personal que por sus personajes, y de que en el momento de su muerte -de la que ahora se cumplen 30 años– tenía menos espacio en el panteón de la edad dorada del cine estadounidense que en las enciclopedias de la historia del crimen.

Como Marilyn Monroe, Turner fue la creación de los estudios de Hollywood, misóginos y despiadados, y de ningún modo preocupados por el bienestar y la salud mental o física de su marioneta; en el libro de memorias que publicó en 1982, Lana: The Lady, the Legend, the Truth, la actriz relata las agresiones físicas de las que fue víctima a manos del director Victor Fleming durante el rodaje de El extraño caso del Dr. Jekyll (1941); a diferencia de Marilyn, sin embargo, ella fue una superviviente que supo capear los reveses sufridos en su vida personal y profesional y mantenerse así en activo a lo largo de 50 años. También en esa autobiografía queda claro que siempre le obsesionó aparecer en los titulares de los tabloides, y que su vida privada fue tan tormentosa como las tramas de los melodramas que protagonizó. Su querencia a la juerga era tal vez solo comparable a la de Ava Gardner, con quien compartió muchas fiestas, y le valió el sobrenombre de “reina de los clubes nocturnos”. Mantuvo relaciones sentimentales con Tyrone Power -a quien siempre consideró su gran amor-, Howard Hughes, Frank Sinatra, Victor Mature, Robert Stack y Clark Gable.

Alguien dijo de ella que tardaba menos en elegir marido que en pedir en un restaurante. Se casó ocho veces con siete hombres distintos, una colección de gañanes, maltratadores, vagos, ladrones y mentirosos que tuvieron mucho que ver en los dos abortos y los tres partos de mortinatos que sufrió a lo largo de su vida, su larga adicción al alcoholismo y el intento de suicidio que protagonizó en 1951 cortándose las venas, y que la obligó a rodar todas sus escenas en el musical La viuda alegre (1952) con los brazos cubiertos por largos guantes blancos. El más notorio y amenazante de esos tipos fue Lex Barker -uno de los actores encargados de dar vida a Tarzán-, que durante su primera cita con Turner perdió el conocimiento a causa de la borrachera y que, durante el matrimonio, violó sistemáticamente a la hija de la actriz, Cheryl, cuando tenía solo 10 años; al enterarse de ello, Turner rompió de inmediato la relación con él y se involucró sentimentalmente con Johnny Stompanato, un conocido gánster que resultó no ser mucho más decente; parece ser que en una ocasión, al visitarla en Londres durante el rodaje de Brumas de inquietud (1957), aquel sujeto tuvo tal bronca con el por entonces joven Sean Connery que Scotland Yard hizo que lo deportaran.

Nacida en el seno de una humilde comunidad minera en la América profunda, Turner tuvo una infancia difícil, en buena medida porque su padre, ludópata empedernido, fue asesinado a balazos por la espalda cuando ella tenía solo 8 años. Hollywood la fichó en busca de una sustituta para Jean Harlow, símbolo sexual que poco antes había muerto trágicamente a los 26 años, y su primera interpretación cinematográfica -una brevisima aparición en Ellos no olvidarán (1937), en la piel de una víctima de asesinato- tuvo el único propósito de exhibirla luciendo un ajustado ‘top’ de angora. Tras ella, los publicistas de la industria empezaron a promocionarla como “la chica del jesey”, dando así origen a una etiqueta con la desde entonces cargaron también otras actrices de busto generoso como Jayne Mansfield y Jane Russell.

Tras cambiarle el nombre de pila -el original era Julia Jean– y teñirla de rubia, Hollywood inicialmente la usó como compañera de reparto de Judy Garland en comedias románticas y musicales como Andrés Harvey se enamora (1938) y Las chicas de Ziegfeld (1941), en la que encarnaba a una joven de clase obrera que se convierte en estrella de Broadway y acaba destruida por el alcohol y la fama. Tras aquel papel, empezó a ser emparejada con algunos de los actores más importantes de la época, como Gable, Spencer Tracy y Robert Taylor, y se convirtió en una de las heroínas románticas más populares de la pantalla hasta que, gracias a su trabajo en El cartero siempre llama dos veces (1947) en la piel de una esposa adúltera que planifica el asesinato de su marido -su primera aparición en la película, vestida con pantalones cortos blancos, una blusa diminuta y tacones, causó un gran revuelo- empezó a especializarse en personajes inmorales. En su siguiente gran papel, a las órdenes de Vincente Minnelli en Cautivos del mal (1952), interpretó a una alcohólica que se deja engatusar por el maquiavélico productor de cine a quien encarnó Kirk Douglas.

A mediados de esa década, la época dorada de los estudios llegaba a su fin y Turner ya empezaba a ser considerada una actriz pasada de moda. Es entonces cuando se metió en la piel de una madre aparentemente respetable pero de pasado turbio en Vidas borrascosas (1957), y logró ser nominada al Oscar. La noche de la gala, al regresar a su casa en Berverly Hills, fue agredida por Stompanato, enfurecido por no haber sido invitado. Un mes después, el 4 de abril de 1958, ella le dijo que lo dejaba, y él reaccionó atacándola de nuevo. Parece ser que mientras salía de la habitación chocó con Cheryl, que tras escuchar los gritos había cogido un cuchillo de cocina; la larga hoja metálica le perforó la aorta, causándole la muerte. Para cuando el juez hubo decidido que el suceso había sido un homicidio justificado y que la joven no debía ingresar en la cárcel, los rumores habían corrido como la pólvora por todo el mundo: según uno de ellos, Cheryl asumió la culpa para evitar que su madre, la verdadera asesina, hundiera su carrera y fuera condenada a muerte; según otro, Turner había encontrado a su hija en la cama con Stompanato, y un tercero aseguraba que Cheryl se había actuado movida por los celos.

Vidas borrascosas seguía en los cines en el momento del asesinato, y las ventas de entradas se dispararon gracias a él. En realidad, como resultado del escándalo la popularidad de Turner no hizo sino crecer. Solo unos meses después la actriz empezó a rodar Imitación a la vida (1959), la obra maestra de Douglas Sirk, en la que la hija del personaje al que ella dio vida se enamora del novio de su madre, y tanto la prensa como el público vieron un elemento autobiográfico en esa premisa. En cualquier caso, la película resultó ser la cima comercial y artística de su carrera; es gracias a ella que Alfred Hitchcock estuvo a punto de elegirla para protagonizar Psicosis al año siguiente -acabó escogiendo a Janet Leigh-, y que Andy Warhol le dedicó una de sus serigrafías. En los 60 protagonizó algunas películas de éxito más, pero su carrera no tardó en afrontar el declive; sus oportunidades profesionales siempre se habían debido más a sus atributos físicos que al valor artístico que Hollywood veía en ella -carecía tanto de la clase de Katharine Hepburn o Claudette Colbert como de la personalidad de Barbara Stanwyck o Joan Crawford-, y la edad no hizo ningún favor a su carrera. Los críticos, además, nunca la habían tomado en serio; uno de ellos, David Thomson, llegó a compararla con “una camarera de pueblo lista para ser recogida por un vendedor de cepillos de dientes”.

Su últimas apariciones en pantalla tuvieron lugar entre 1982 y 1985, primero en seis episodios de Falcon Crest y después en dos de Vacaciones en el mar. Por entonces, ya había sido diagnosticada de cáncer de garganta, sin duda causado en buena medida por su severa adicción al tabaco. Tras haber remitido tiempo atrás, el tumor reapareció en en julio de 1994. Dos meses después, Turner visitó el Festival de Cine de San Sebastián para recibir el premio Donostia, y permaneció en silla de ruedas durante la mayor parte de sus apariciones públicas en la ciudad. Murió el 29 de junio de 1995, a los 74 años. “No quiero que, al dejar este mundo, mi epitafio sean todas las calumnias, los escándalos y la basura que las revistas escribieron sobre mí”, había confesado en su libro de memorias. Sin embargo, lo más probable es que supiera demasiado acerca de Hollywood como para creer de verdad que aquel deseo podía hacerse realidad.