Estrenamos la segunda entrega de nuestra saga/fuga veraniega “Revisitando los Clásicos del Cine (desde la perspectiva de género)” que es algo parecido a ir a cumplimentar a tus tías solteronas de Durango y descubrir una vajilla inglesa completa bajo los cortinones de terciopelo. En este caso, puestos a repasar el Cuadernos Rubio de nuestro armario cinematográfico en busca del grial femenino, vamos a hacerlo con espíritu constructivo y primigenio, alumbrando una nueva lectura de la obra cumbre del cine de terror sci-fi con sustancia, pero desde una mirada maternal. En Alien (1979) caben todas las formas de engendramiento –literal y figurado-, y ninguno normativo. Vive la différence!
Decíamos ayer, como el viejo profesor, pero el de verdad, que Sigourney Weaver, la prota de esta película, ha representado como pocas en el cine el rol de la femineidad más libre desde casi todos sus prismas. Como diría Vargas Llosa sobre su esposa “todo lo hace y todo lo hace bien (…) hace y deshace las maletas”, pero sin condescendencia. Hoy, en cambio, vamos a fijarnos en su película flagship dando el papel principal a su compañera de reparto U.S.C.S.S Nostromo. Nos interesan otras formas de (dar) vida.
Así como el asesino más frío y despiadado de la historia del cine no tiene rostro, ni alma, y cuya muerte representa de manera más fidedigna el fin del elixir de la vida -”Daisy, Daisy”-, la madre más amantísima, protectora y abnegada del séptimo arte tampoco tiene anima, ni prominentes caderas, ni pechos repletos de nutrientes como la Venus de Willendorf. Por no tener, no tiene ni cara, al igual que su maestro, el psicópata HAL 9000. Ella es toda una nave y se llama Nostromo, de los Juggernaut de toda la vida. La nave nodriza más madraza del hiperespacio exterior.
El argumento de Alien es de todos conocido, pero vamos a leerlo boca abajo: la Nostromo es una mamá de 250 metros de altura y unas 59.000 toneladas de peso, madre trabajadora que se dedica al transporte de metalurgia por carretera espacial. Ríete tú de las amatxus del Valle del Goyerri. Durante un viaje de trabajo, en el que amamanta a siete adorables lechoncillos, uno de ellos además de mentira y con más mala leche que los tártaros, adopta del océano espacial a un adorable engendro, un xenomorfo que tiene prisa por pasar la pubertad.
En lugar de pelusilla en el bigote, en poco tiempo deja de ser un cangrejo viscoso con cola de lagartija para convertirse en un jatorra de unos tres metros de altura, cabeza apepinada modelo polaco y mandíbula batiente, pero de verdad. Ella no cabe en sí de gozo e intenta mostrar orgullosa su criatura a las vecinas, pero ésta es un poco rara y se esconde todo el rato. Además, sus hermanos adoptivos sufren un repentino e incomprensible ataque de celos e intentan ahogar al bebé en su cuna. Y eso ninguna mamá está dispuesta a tolerar. Así que, entre ella, su salus (el ordenador central “Madre”) y la mucama (el androide Ash), intentarán evitarlo a toda costa.
Hasta ahí el libérrimo argumento. Ahora, la perspectiva.
En Alien. el hecho de la maternidad tiene varios prismas, tantos como úteros posibles, húmedas cavidades donde aparece la vida, y entrañas ahítas de espagueti que la desarrollan, aunque ésta venga de un planetoide gaseoso repleto de huevos…Bien es cierto que no es lo mismo el angelical bebé de las fotos de Annie Leibovitz descansando entre coliflores, que este siniestro molusco con sangre corrosiva. Su primera morada es un huevo, más tramposo que los de Pascua.
Primer acercamiento al concepto de maternidad gallinácea: ahí se incuba, esperando al incauto huésped, porque los xenomorfos saben que siempre aparece algún cismilla para hospedarlo, en este caso el astronauta Kane, que pasaba por ahí cumpliendo órdenes. Metáfora del embarazo no deseado. Penalty y gol para John Hurt, su segundo útero. Pero quien mejor ejemplifica el milagro de la maternidad, que como bien sabemos dura “toda una vida”, es la nave espacial. Aplicada en limpiar su nido de todo ser que disturbe a su criatura.
La Nostromo, que ya fue madre en otra vida, alberga ahora en ella a ocho pasajeros, hijos putativos bien es cierto, dándoles calor en el frío infinito del espacio exterior y meciéndolos en el hipersueño, que es como las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, pero en el sistema extrasolar Zeta II Reticuli. E incrustada en ellos, como una matrioska, otra cuidadora, la ultra desarrollada inteligencia artificial, el ordenador central “Mother” (¿hay algún sintagma más apropiado para definir a una madre?), la becaria de HAL 9000, que los amamanta cual ama de cría dentro de unas cápsulas de hibernación que no son más que metáforas de la bolsa marsupial.
Mamás canguro, la Nostromo y su salus, el ordenador “Mother”, que guían a nuestros Ulises a través del oscuro invierno espacial. Falta aquí el tercer vértice de la crianza, la mucama, la siempre eficaz interna que, como a los hijos de Ana Mato, viste y baña mientras la orgullosa progenitora los mira. Ash, el androide, hecho al cargo desde el primer minuto. Ríete de la eficacia de las filipinas. Ni arrancándole la cabeza le separas de su cría.
Así que sí, Alien nos habla de la maternidad, desde el punto de vista de todo lo que ella nos ofrece, más allá del alumbramiento: cobijo, protección, vida, pero también instinto implacable y feroz cuando tiene que proteger a su cachorro, el favorito de mamá. Alien es moderna en fondo y forma. Aquí, todas las comunidades y sensibilidades tienen su voz. Rodada en pleno mandato de Jimmy Carter, Ridley Scott fue fielmente adoctrinado respecto de la perspectiva de género, incluyendo la gatuna, la alienígena y la androide. Aquí hay sororidad más allá del género, entre especies. Y nos la presenta como una maternidad callada, metida hacia adentro, monacal, austera, paciente, metáfora de la matriz femenina. Un huevo que vive con sus otros compi-huevos en la húmeda cueva esperando a parasitar de un salivazo.
Entre la Nostromo, la salus “madre” y la mucama Ash (¿quién no querría tener un mayordomo androide?) formaron la matriz gestacional fundacional de la historia del cine. Y nosotros creyendo que era una peli de terror.
Todas las nuevas formas de maternidad están en Alien. Y no las habíamos visto hasta ahora, preocupados por el gatete Jonesy y una teniente Ripley que sabemos que va a sobrevivir hasta crear una saga. Y nos despreocupamos del bebé, crueles padres. No Ridley, gracias a Dios, que parió la película que de una manera más profunda y esquinada reflexiona sobre todas las madres de nuestro profundo universo. Y no. No me he fumado nada.