“Leer en voz baja, despacio y con ternura”. La indicación inicial de El pasado (no) es prólogo no es una cortesía editorial, sino una advertencia: el libro exige otro ritmo, otro cuerpo, otra respiración. Shirin Salehi —artista visual formada entre Irán y España, traductora, intérprete y mediadora cultural para solicitantes de asilo de habla persa— se propuso escribir un libro que no se pudiera comprender de inmediato. Que doliera e incomodora.
Desde 2022, tras el asesinato de Jina Mahsa Amini y la brutal represión que siguió, la diáspora iraní ha intentado sostener un duelo colectivo que no encuentra cauce político. Salehi opta por un cauce poético, pero no como evasión: sus “poemas rotos” funcionan como metáfora de la imposibilidad material de hablar. Las mujeres que pueblan el libro —protagonistas sin nombre, voces quebradas, cuerpos que recuerdan antes de comprender— no pueden pronunciar una frase entera sin que la pena las fracture. La autora recoge ese tartamudeo y lo convierte en forma.

En su taller, mientras pronunciaba palabras en persa y castellano en voz alta, las dejaba romperse por el camino: sílabas sueltas, balbuceos, onomatopeyas que no imitan nada conocido. De ese tránsito nació un idioma nuevo, un “lenguaje del duelo” que es también un intento de volver a sentirse en casa en una lengua extranjera. Salehi llegó a España a los 17 años y su obra está atravesada por esa fractura biográfica: para hablar del dolor iraní necesita inventar un territorio propio, un punto de cruce donde ninguna lengua sea suficiente.
La voz que falta: mujeres sin habla en un país sin escucha
Una de las claves del libro es el bloqueo: muchas mujeres iraníes, señala Salehi, cargan una pena que no pueden articular. La artista lo ha visto repetidamente durante su labor de acompañamiento a solicitantes de asilo. “Les han robado lo más profundo de su ser. Les han raptado la lengua”, escribe. Cuando el trauma es inabordable, el cuerpo queda mudo. Cuando la memoria es demasiado grande, la voz se rompe.
El libro dramatiza esa fractura. Las protagonistas se preguntan si el olvido alivia, si hablar sirve, si el dolor puede encontrar forma. Ante la imposibilidad, cantan hacia adentro. La página recoge esa resonancia íntima: versos fragmentarios, casi musicales, que recuerdan los cantos lamentosos del sur de Irán, donde el dolor se transmite en vibraciones antes que en palabras.
La obra se sitúa explícitamente en otoño de 2022, cuando la muerte de Jina Mahsa Amini se convirtió en detonante de un levantamiento masivo liderado por mujeres jóvenes. A diferencia de otros testimonios artísticos de esa revolución, Salehi evita el registro épico. Su territorio es el después: la resaca del miedo, la inmovilidad, la tristeza inflamatoria —tal como la nombra en el libro— que impide hablar pero no impide recordar.
Un libro-objeto que se lee como una herida
Publicado por la galería Fuga en edición limitada de 100 ejemplares, el libro está concebido como un objeto de duelo. Formato alargado, papel Sirio perla, páginas vacías que funcionan como silencios. Un número suelto en cada página marca la secuencia mínima de los textos en prosa que acompañan los poemas. La portada no lleva título: la historia empieza desnuda, como si el lenguaje hubiera sido borrado previamente.
La diseñadora Marina Meyer y la escritora Valeria Mata —autora del epílogo— colaboran para construir un espacio donde la palabra no domina, sino que titubea. Todo está calculado para que el lector lea con el cuerpo: la cadencia lenta, la necesidad de pronunciar en voz alta, la fonética quebrada que obliga a detenerse. Es un libro performativo incluso antes de ser leído.
La elección estética no es un mero gesto experimental. En el contexto contemporáneo del arte iraní —especialmente entre creadoras de la diáspora— el desgarro de la lengua es una estrategia política. Frente a un régimen que controla los discursos y vigila la expresión pública, desfigurar el idioma es una forma de insubordinación íntima. Salehi, al fusionar persa y castellano hasta volverlos irreconocibles, reivindica un espacio de libertad en la zona fronteriza del habla.
La tradición rota: poesía como refugio y resistencia
En la historia de la literatura iraní, la poesía ha sido siempre un lugar de resguardo: de Hafez a Forugh Farrojzad, el poema ha sido capaz de decir lo que no se podía decir. Salehi se inscribe en esa tradición, pero introduciendo un giro decisivo: ya no se trata de nombrar metafóricamente lo innombrable, sino de mostrar que ni siquiera la metáfora basta. La autora no busca embellecer el dolor, sino mostrar su violencia lingüística.
Por eso sus poemas no buscan cerrar un sentido: se quiebran voluntariamente para que el lector participe en ese desgarro. La lectura en voz alta —condición indispensable según la autora— transforma al lector en intérprete, haciéndole sentir en la garganta la fractura que padecen las mujeres del libro. Es una forma de empatía encarnada, no sentimental.
Mahsa Amini, la revuelta y el eco que llega hasta aquí
Desde 2022, numerosas creadoras iraníes han respondido artísticamente a la muerte de Mahsa Amini. Algunas lo han hecho desde la denuncia directa; otras desde la reconstrucción memorial; otras desde la abstracción. Lo que distingue a Salehi es su apuesta por el silencio como eje político: mostrar el daño no como espectáculo, sino como ausencia.
En los últimos años, museos europeos han comenzado a exponer obras de artistas iraníes que trabajan la pérdida de la lengua, la amputación de la memoria o la fuga interior. El pasado (no) es prólogo se sitúa dentro de ese movimiento, pero con un sello propio: la creación de un nuevo idioma híbrido para hablar del dolor compartido entre lenguas y entre cuerpos.
Leer para sostener: un duelo que aún no ha terminado
El libro concluye en un territorio que no es resolución ni victoria: es un umbral. Salehi recoge el dolor para cuidarlo, para darle espacio, para que no sea expulsado del discurso público. Su trabajo recuerda que las madres, hermanas e hijas de Irán siguen viviendo bajo un régimen que controla incluso la respiración; que el duelo no se ha cerrado; que la tristeza todavía inflama la lengua.

