Durante décadas, el nombre de Ángela Figuera Aymerich apenas ocupó un lugar en las antologías de la poesía española del siglo XX. Sin embargo, su obra —profundamente humana, política y feminista— se ha revelado con los años como una de las más valientes e incómodas de su tiempo. Su voz, comprometida y desgarradora, desafió los convencionalismos poéticos y sociales en una España marcada por la guerra, la dictadura y el silencio.
Una voz firme en tiempos oscuros
Nacida en Bilbao en 1902, Ángela Figuera Aymerich creció en un ambiente culto, aunque tradicional. Desde joven se inclinó por el estudio y la literatura, llegando a licenciarse en Filosofía y Letras en una época en la que pocas mujeres accedían a estudios superiores. Fue profesora de instituto en varias ciudades y, con la llegada de la Segunda República, abrazó las ideas progresistas del momento.
Pero su carrera y su vida cambiaron radicalmente con el estallido de la Guerra Civil. Su oposición al régimen franquista —que la depuró profesionalmente— y la pérdida de su primer hijo marcaron su poesía con un tono crítico, desesperado y profundamente humano.

Belleza cruel: una estética combativa
Su obra más emblemática, “Belleza cruel” (1958), es un grito contenido contra la injusticia, el dolor y la opresión. En ella, Figuera Aymerich combina lo cotidiano con lo político, lo íntimo con lo social. La belleza, para ella, no puede ser ajena al sufrimiento. De ahí el título: una belleza que no es evasión, sino testimonio desgarrado de una realidad cruel.
Su poesía se alejó del esteticismo dominante de la posguerra y se situó en una línea más próxima a la poesía social, junto a autores como Blas de Otero o Gabriel Celaya. Pero, a diferencia de ellos, su condición de mujer y su enfoque feminista la hicieron aún más incómoda para el canon dominante.
El olvido sistemático
A pesar de su calidad literaria, Ángela Figuera Aymerich fue silenciada durante décadas. Sus libros circularon con dificultad, apenas se le incluía en selecciones poéticas y rara vez era citada en estudios académicos. No fue hasta finales del siglo XX y, especialmente, en el XXI, cuando su figura comenzó a ser recuperada por estudiosas feministas y editoriales independientes.

El olvido que sufrió no fue casual. Figuera Aymerich era una mujer culta, republicana, laica y crítica con el poder. Además, reivindicaba la maternidad sin idealizarla, denunciaba el papel secundario que la sociedad imponía a las mujeres y hablaba abiertamente del dolor, la muerte y la rebeldía.
Feminismo, maternidad y resistencia
Uno de los ejes centrales de su obra es el feminismo, entendido como una forma de resistencia ante la injusticia, no solo de género, sino también política y social. En sus versos, la mujer no es musa ni objeto pasivo: es sujeto de deseo, de pensamiento y de lucha. Aborda temas como la maternidad desde una perspectiva compleja, sin caer en el sentimentalismo, y denuncia la represión a la que son sometidas tantas mujeres en nombre del orden, la religión o la patria.
En un país donde las mujeres poetas eran frecuentemente relegadas al ámbito doméstico o sentimental, Ángela Figuera Aymerich escribió con una voz férrea, lúcida y profundamente ética. Su poesía no buscaba complacer, sino sacudir conciencias.
Un legado que por fin emerge
Desde hace unos años, la figura de Ángela Figuera Aymerich ha empezado a ocupar el lugar que le corresponde. Se han reeditado sus obras, se han celebrado jornadas en su honor y su nombre aparece con mayor frecuencia en estudios sobre poesía y memoria histórica.
“No quiero que me lloren, cuando me vaya a la eternidad. Quiero que me recuerden viva”, escribió en uno de sus poemas. Hoy, esa petición parece empezar a cumplirse. Su palabra, luminosa y dura, regresa para recordarnos que también en la poesía cabe la rebelión, la justicia y el coraje.