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Tina Barney, la fotógrafa que expone a las familias de la élite

La fotógrafa estadounidense expone en San Sebastián su primera retrospectiva europea, “Lazos familiares”, y reclama mirar sin idealizar lo que ha sido históricamente vetado del lujo, de la clase alta y de los vínculos heredados

Tina Barney creció entre salones con porcelana delicada, muebles que hablaban de linajes adinerados y el peso silencioso de la tradición. Nació en Nueva York en 1945, hija de coleccionistas, decoradores y apellidos respetados; accedió desde lo íntimo al despliegue de privilegio que su propia familia encarnaba sin pedir permiso. Con Lazos familiares, en la sala Artegunea de San Sebastián, llega por primera vez a Europa la retrospectiva que revela cómo Barney convirtió la fotografía en el espacio de sus revelaciones, no como denuncia directa, sino como observación interrogativa, capaz de mostrar lo que se prefiere ocultar.

La muestra reúne más de cincuenta obras de tamaño imponente —120 × 160 centímetros— que recorren cuatro décadas de su carrera. Desde sus primeros autorretratos familiares hasta encargos y escenas que parecen domesticar el tiempo: una reunión elegantemente desordenada, una niña con serpiente como extraño puente entre generaciones, cuotas de esplendor y de tensión. En escenas como Family Commission with Snake (Close-Up) o The Reception, los gestos, los silencios, las posturas y los interiores se cargan de ambigüedad: la frialdad de una expresión, la indiferencia del hijo, el protocolo de la mesa, todo sugiere que estar dentro de la élite no salva de la soledad ni del cuestionamiento.

‘Family Commission with Snake (close-up)’ (Comisión familiar con serpiente, primer plano), 2007
‘Family Commission with Snake (close-up)’ (Comisión familiar con serpiente, primer plano), 2007

Quentin Bajac, comisario de la exposición y director del Jeu de Paume, insiste en que la obra de Barney no quiere juzgar sino mostrar con dignidad, sin idealización. “La apariencia es perfecta, pero no hay idealización”, reconoce Bajac al presentar la muestra. Y Barney lo confirma en una entrevista: “Estas imágenes hablan de familia, de quienes viven juntos en una casa, y de las historias que los unen o separan”. Esa mirada dual —la de quien pertenece al mundo fotografiado y al mismo tiempo lo observa con distancia— es lo que la hace incómoda para ciertos públicos: verla como simple catálogo de opulencia sería perder el núcleo de su trabajo, que reside en la tensión entre lo conocido y lo velado.

Barney practica lo que podría llamarse una estética de lo cotidiano monumental. Su cámara gran formato exige compromiso: prepara cada toma como quien compone un cuadro clásico, con capas de espacio, de luz, de textura y de atmósfera. Pero ese rigor visual no significa distancia emocional. En obras como The Hands se exhibe esa costumbre tan humana de imitar gestos entre padre e hijo; en The Europeans, esa manera tan formal de posar revela al mismo tiempo incomunicación, educación rígida, pertenencia a un estatuto heredado. En la cotidianidad de sus familiares, la fotógrafa captura también el silencio: palabras no dichas, expectativas cumplidas o frustradas, miedo al qué dirán.

‘The Reunion’ (La reunión), 1999, de Tina Barney
‘The Reunion’ (La reunión), 1999, de Tina Barney

No hay concesiones al estereotipo, pero tampoco escapes fáciles. El espectador encuentra ropa de diseñador, salas elegantes, muebles de lujo —todo lo que habla del poder económico— pero también objetos personales, rostros no perfectos, cuerpos que no se ocultan. Barney no disfraza las imperfecciones: las arrugas de un pañuelo, el pliegue de una falda, el polvo en una mesa, sirven para recordarnos que ese mundo privilegiado tiene fisuras, vulnerabilidades.

Porque fotografiar a la élite no es lo mismo que alabarla. Lazos familiares propone que el lujo también encierra soledad, tradición impuesta y responsabilidad invisible. Que los decorados magníficos están cargados de expectativas —de éxito, de imagen pública, de continuidad— y que quien hereda también hereda silencios.

Ver esa exposición es enfrentarse a lo que a menudo se prefiere olvidar: que la belleza de lo ostentoso convive con la tensión de lo humano. Que en esas imágenes tan cuidadas hay urgencia de verdad, de memoria, de preguntarnos quiénes somos cuando creemos que nacimos con ventaja. Barney lo hace sin moralismos, lo hace simplemente dejando ver; lo que se muestra parece un gesto de generosidad: permitir al espectador reconocer que lo privado tiene cuerpos, voces, expectativas, heridas.

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