Hasta ahora, la Women’s Super League (WSL) vivía bajo un modelo económico que, aunque pretendía garantizar la viabilidad de los clubes, terminó destapando las profundas desigualdades entre jugadoras y entidades.
En sus inicios, en 2011, la liga femenina inglesa arrancó con un sistema férreo: solo un pequeño grupo de futbolistas podía cobrar un sueldo lo suficientemente alto como para vivir únicamente del fútbol. La rigidez pronto quedó desfasada y, tres años después, se optó por otro mecanismo. Desde entonces, los clubes tuvieron la posibilidad de destinar hasta el 40 % de sus ingresos a la masa salarial, un cálculo que englobaba desde sueldos y primas hasta vivienda, seguridad social o beneficios adicionales.
La teoría hablaba de equidad y sostenibilidad. La realidad, sin embargo, fue otra.
La desigualdad entre clubes
Los equipos con el respaldo financiero de gigantes masculinos como Chelsea, Arsenal o Manchester City tenían más margen para invertir. En cambio, clubes más pequeños veían limitada su capacidad para competir. Esto generaba una liga de dos velocidades: por un lado, proyectos con aspiraciones europeas y plantillas plagadas de internacionales; por otro, equipos que luchaban por sobrevivir y que ofrecían contratos con salarios muy bajos, a menudo insuficientes para vivir del fútbol sin otro empleo paralelo.

Reclamo de un sueldo digno
Con el auge de la Women’s Super League y el creciente interés del público, también empezaron a escucharse voces críticas desde dentro. Exjugadoras como Rachel Brown-Finnis alzaron la voz para denunciar una realidad incómoda: había futbolistas con contratos que apenas alcanzaban las 20.000 libras anuales, una cifra insuficiente para cubrir un nivel de vida digno en el Reino Unido.
La situación se volvía aún más llamativa al mirar al otro lado del Atlántico. En la NWSL de Estados Unidos ya estaba instaurado un salario mínimo cercano a los 26.500 dólares, lo que garantizaba mayor estabilidad económica para las jugadoras jóvenes o aquellas fuera del radar de las grandes estrellas internacionales. Una diferencia que evidenciaba cuánto le quedaba por avanzar a la liga inglesa en materia de equidad salarial.

El despegue económico
El despegue económico de la WSL es innegable. En apenas una temporada, entre 2022/2023 y 2023/2024, los ingresos de la liga crecieron un 34 %, hasta alcanzar los 65 millones de libras. Los estadios casi duplicaron su afluencia, la televisión reforzó sus inversiones y los patrocinadores se volcaron con mayor fuerza que nunca.
Sin embargo, el éxito aún tiene pies de barro. Una parte significativa del sostén financiero sigue dependiendo del fútbol masculino: cerca del 25 % de los ingresos procede de las aportaciones de los clubes, un respaldo que, aunque vital para la supervivencia del torneo, también revela la fragilidad de su independencia económica.
El crecimiento no ha estado exento de sobresaltos. Equipos como el Reading, que terminó abandonando la liga por falta de recursos, o el Blackburn, que se vio obligado a replantear su participación, evidencian la vulnerabilidad de un proyecto todavía frágil para los clubes sin respaldo financiero sólido.
Aunque la liga crece y atrae inversión, la realidad demuestra que el éxito no está asegurado para todos sus protagonistas.
Profesionalización en 2018
El objetivo de la creación de la WSL en 2011 era profesionalizar el fútbol femenino en Inglaterra, pero no fue hasta 2018 cuando alcanzó un estatus totalmente profesionalizado. Con este logro, se convirtió en la primera competición femenina de Europa en lograr una profesionalización completa, marcando un hito histórico que abrió nuevas oportunidades para jugadoras, clubes y patrocinadores.
Sin embargo, la profesionalización formal no siempre se reflejó en la realidad económica de todas las futbolistas. A pesar de los contratos y la estructura profesional de la liga, muchas jugadoras seguían percibiendo salarios insuficientes para mantener un nivel de vida digno. Esto puso de relieve una paradoja: mientras la WSL crecía en prestigio, audiencia y visibilidad, las condiciones laborales de algunas de sus protagonistas seguían siendo frágiles, evidenciando que la profesionalización debía ir acompañada de mejoras económicas reales para ser plenamente efectiva.
Camino hacia la equidad
El anuncio de un salario mínimo desde la temporada 2025/2026, marca un giro histórico en la liga inglesa. Tras años de desigualdades y reclamaciones de las propias jugadoras, la medida busca garantizar que ninguna futbolista de primera o segunda división tenga que compaginar su carrera deportiva con otro empleo para poder subsistir. Por primera vez, la liga establece que todas sus profesionales podrán dedicarse íntegramente al fútbol, con un sueldo digno que les permita centrarse en su rendimiento sobre el césped.
Más allá del aspecto económico, la medida tiene un impacto simbólico y estratégico. Busca crear un entorno más estable y atractivo para las jóvenes que sueñan con una carrera profesional, ofreciendo seguridad y profesionalismo desde los primeros pasos en la elite. Inglaterra, que ya cuenta con una de las ligas femeninas más competitivas y potentes del mundo, pretende consolidar ahora su imagen como referente de igualdad, progreso y visión de futuro en el deporte femenino.
Este paso no solo supone un reconocimiento a las futbolistas que durante años han luchado por mejores condiciones, sino que también proyecta la WSL como un modelo a seguir para otras competiciones europeas, marcando un antes y un después en la profesionalización real del fútbol femenino.