El oro es una apisonadora. En 2023 avanzó un 13%. En 2024 un 25%. Y en lo que llevamos de 2025 ya ha superado con creces esos registros con un 39% y un récord histórico por encima de 3.600 dólares por onza. Y aquí viene lo sorprendente. Se ha escrito tanto sobre este metal en cinco mil años de historia que parecía imposible encontrar algo nuevo. Sin embargo, en este ciclo ha enseñado una doble cara que desconcierta a todos: refugio cuando domina el miedo y activo de riesgo cuando sobra liquidez.
La paradoja está ahí. En abril, el oro subió un 5% mientras las bolsas se desplomaban tras el anuncio de aranceles de la administración Trump. En agosto, mostró su otra cara. Mientras Wall Street celebraba nuevos máximos históricos, el oro también escalaba otro 5%. Ese doble papel es el que está atrayendo a bancos centrales e inversores privados, en un contexto de deuda creciente y liquidez abundante.
El miedo lo explica en parte, pero no todo. Miedo a que la inflación vuelva a repuntar. Miedo a que la deuda pública alcance niveles insostenibles. Miedo a que los bancos centrales hayan perdido margen de maniobra. Y miedo, también, a la geopolítica, con aranceles en aumento, guerras en curso, potencias como China, Rusia y Corea del Norte poniendo nervioso al tablero global y líos políticos de todo tipo como en Francia y Japón. En este entorno, el oro ha recuperado su papel clásico de activo refugio frente a la incertidumbre.
Pero la otra cara de la moneda que alimenta la subida es la liquidez. Como señala Juan Carlos Ureta, presidente de Renta 4, “la abundante liquidez explica los sucesivos impulsos al alza incluso en momentos en que los datos macroeconómicos son débiles”. Ese exceso de dinero busca destino y termina aparcado tanto en la Bolsa como en activos tangibles como el oro. Eso explica que el oro suba incluso en fases de euforia bursátil.
Más lingotes y menos papel
El trasfondo de este cambio en las preferencias está en la deuda. Estados Unidos acumula ya cerca de 40 billones de deuda pública y un déficit fiscal de 2 billones. Solo entre ahora y marzo de 2026 la administración Trump debe refinanciar 9 billones en bonos del Tesoro. Francia arrastra 3 billones de deuda con vencimientos inmediatos de 300.000 millones. El Reino Unido encadena déficits crónicos y Alemania ha entrado en recesión. Los inversores saben que lo que no compren ellos lo tendrán que absorber los bancos centrales. Y eso significa más deuda, más liquidez artificial y menos credibilidad.
Las cifras respaldan este cambio de preferencias. Las reservas de oro de los bancos centrales ya representan el 27% de sus activos totales, mientras que las tenencias extranjeras de bonos del Tesoro estadounidense han caído un 23%, al nivel más bajo desde la crisis financiera de 2008. Cada vez más lingotes en la caja fuerte y menos papel en cartera.
Y las previsiones apuntan todavía más alto. JP Morgan calcula que bastaría con que el 0,5% de los activos globales se moviese hacia el metal para verlo en 6.000 dólares. Mientras, Goldman Sachs lo sitúa en 5.000 dólares si solo el 1% de los bonos del Tesoro en manos privadas rotase hacia el oro. Es decir, bastaría un ligero ajuste en las carteras globales para desatar un rally histórico.
Y la historia no termina aquí. Bank of America subraya que cada repunte del oro alimenta también al bitcoin, que este año suma ya un 22%. Ambos atraen a inversores que buscan protección frente a la inflación y la fragilidad del sistema financiero. No es casualidad que Tether, el mayor emisor de stablecoins, haya acumulado cerca de 9.000 millones de dólares en lingotes, participe en compañías mineras y haya lanzado un token respaldado por oro.
Del lingote a la bolsa australiana
La búsqueda de alternativas ha ampliado además el abanico de productos ligados al metal. Fondos como el BlackRock Global Gold Fund acumulan una rentabilidad superior al 40% en lo que va de año, mientras que el DWS Invest Gold and Precious Metals Equities roza también avances de doble dígito impulsado por el tirón de las mineras. La bolsa australiana se ha convertido en otro escaparate para este fenómeno, con compañías como Newcrest Mining o Northern Star Resources sumando más de un 50% desde enero.
En el mundo de la gestión pasiva, los ETFs respaldados físicamente por lingotes son la vía más utilizada por los inversores minoristas. El SPDR Gold Shares avanza casi un 38% hasta septiembre, mientras que el iShares Physical Gold ofrece una rentabilidad del 39,6% en el mismo periodo. En Europa, el Xetra-Gold sigue ganando terreno con un comportamiento muy similar al del oro al contado, consolidándose como la opción preferida para quienes buscan exposición directa sin recurrir al mercado físico.
La conclusión que extraen analistas e inversores es que el oro ya no se limita a ser un refugio pasivo. Es el activo que concentra las dudas sobre la deuda, la inflación y la estabilidad del sistema financiero. Por eso cotiza hoy en récords históricos y por eso las carteras buscan formas de subirse al tren dorado, desde los fondos especializados hasta las mineras y los productos digitales vinculados al metal.