Entramos en un supermercado y buscamos cuchillas de afeitar. Unas son negras y están dirigidas a los hombres. Otras son rosas y buscan llamar la atención de las clientas femeninas. Pero son dos cuchillas idénticas en funcionalidad aunque con diferente precio. Las que van dirigidas a las mujeres suelen ser un 7% más caras.
Es el precio de ser mujer. Porque hay infinidad de productos en la cesta de la compra que resultan más caros solo por estar destinados a un público femenino. Sucede con los champús, con los desodorantes, las cremas corporales y hasta las vitaminas. Los artículos femeninos acumulan un sobreprecio conocido en el mundo anglosajón como pink tax o tasa rosa, una forma de discriminación indirecta que refuerza estereotipos de género y, además, vacía el bolsillo de las mujeres.
Discriminación comercial
En enero de este año, la eurodiputada Liesbet Sommen llevó el tema al Parlamento Europeo. En una pregunta escrita a la Comisión, denunciaba que “productos como champús, cortes de pelo o vaqueros suelen ser más caros para las mujeres que para los hombres”. En la mayoría de los casos, la única diferencia está en el color, el nombre o la descripción. Un estudio alemán de 2017 ya analizó hasta 1.500 artículos y confirmó esta práctica. Sommen advirtió que se trata de una estrategia aparentemente neutra de marketing segmentado que, en la práctica, perjudica de manera desproporcionada a las mujeres.
Es una práctica muy extendida pese a que la directiva europea prohíbe la discriminación indirecta por sexo en el acceso a bienes y servicios. Por eso, Sommen pidió a la Comisión investigar el fenómeno a nivel comunitario y estudiar la posibilidad de endurecer la normativa para sancionar las diferencias de precio sin justificación objetiva.
Monetizar la presión estética
En agosto de 2025, la revista científica SHS Web of Conferences publicó un artículo (Research on the Causes and Countermeasures of the Pink Tax Phenomenon in the Context of Big Data, firmado por Jiazhou Zhang) que concluía que la tasa rosa no es una casualidad, sino fruto de la denominada socialización de género. Se asume que las mujeres deben cuidar más su aspecto físico, ocuparse del hogar o priorizar la estética, y las empresas aprovechan para encarecer los productos que se dirigen a ellas.
Los datos lo demuestran: en Suecia, los productos de cuidado diario para mujeres cuestan un 4 % más que los de hombres; en el cómputo anual, la diferencia llega al 6 %. En Nueva York, la ropa femenina es un 8 % más cara, los juguetes para niñas un 7 %, y la cosmética femenina un 13 %. En el caso de productos capilares, la brecha se dispara hasta el 48 %, pese a ser del mismo fabricante. La presión social lleva a muchas mujeres a gastar más en productos de limpieza o belleza, aunque eso suponga un mayor desembolso.
El estudio apunta a tres salidas posibles: rediseñar la publicidad y los medios para romper estereotipos, reforzar el marco legal contra la discriminación de precios y empoderar a las consumidoras para que comparen precios y diferencien entre compras funcionales y emocionales. Al fin y al cabo, aunque la cuchilla sea negra, servirá igual de bien para rasurar.
2400 dólares más anuales
El portal financiero The Statement (BOK Financial) publicó un reportaje de Kastle Waserman titulado The higher cost of being a woman, en el que pone cifras a la discriminación. En Estados Unidos, las mujeres pagan de media 2.381 dólares más al año por los mismos bienes y servicios que los hombres. A lo largo de una vida, eso supone 188.000 dólares adicionales.
Pero hay otro factor que agrava el problema: los impuestos. Algunas prendas femeninas pagan tasas más altas que sus equivalentes masculinos. Ejemplo: la ropa interior de seda de mujer soporta un 2,1 % de impuesto frente al 0,9 % de la masculina. El resultado es un doble sobrecoste: primero por el marketing discriminatorio, y después por una política comercial desigual.
La llamada pink tax pone en evidencia que las desigualdades de género no son solo culturales o sociales, sino también estrictamente financieras. Lo que parece un champú más caro acaba sumando miles de euros o dólares en el presupuesto doméstico de las mujeres.