PRESIÓN ESTÉTICA

Rostros en crisis: cirugía, filtros y la rebelión contra la estética impuesta

Mientras figuras como Jamie Lee Curtis advierten sobre una “desfiguración generacional” impulsada por la cirugía y la IA, cada vez más voces, como las de Kylie Jenner y Khloé Kardashian, despiertan debate al confesar sus procedimientos y cuestionan el impacto cultural del ideal de belleza

El debate del botox. Fotografía: Kiloycuarto

Jamie Lee Curtis no necesita filtros. A sus 66 años, la actriz, ganadora del Oscar y figura icónica del cine estadounidense, ha decidido utilizar su fama para lanzar una advertencia: el ideal de belleza que predomina hoy -uniforme, pulido, amplificado por cirugías y algoritmos- está desfigurando a toda una generación.

“Generaciones de mujeres han sido desfiguradas”, afirmó en una entrevista reciente con The Guardian, refiriéndose a los efectos devastadores de la cirugía plástica no solo en los cuerpos, sino en la psique y en el sentido común estético colectivo.

Sus palabras no fueron una hipérbole frívola. Curtis se refiere a un fenómeno mucho más profundo que una moda: un sistema estético global, alimentado por las redes sociales, los filtros de belleza y una industria cosmética multimillonaria, que está reescribiendo los códigos de la apariencia humana. Rostros que se borran para volverse intercambiables. Labios idénticos. Mandíbulas refinadas. Pómulos elevados. Y, sobre todo, una absoluta falta de arrugas, textura o signos de tiempo.

Kylie Jenner sobre la alfombra roja. Fotografía: EFE

Su denuncia se suma a un creciente coro de voces que, desde dentro del sistema, comienzan a hablar del coste psicológico y cultural de este modelo. Esta misma semana, un artículo en The New York Times recogía cómo figuras como Kylie Jenner y Khloé Kardashian, dos de las arquitectas visuales del nuevo canon de belleza, han empezado a reconocer públicamente sus procedimientos estéticos. Rinoplastias, aumentos de pecho, bótox, rellenos faciales, e incluso “faciales de esperma de salmón”, todo ha sido compartido sin tapujos.

Aunque algunos celebran esta sinceridad como un paso hacia la transparencia, el artículo plantea una paradoja: revelar el artificio no lo desmantela, lo consolida. Esa aspiración se difunde a través de plataformas como Instagram, TikTok o BeReal, donde los algoritmos premian la simetría y la piel perfecta, y los filtros incorporados ya no son una opción, sino una base de expectativa. Los retoques se convierten en parte del yo digital. Y ese yo digital, a su vez, condiciona decisiones del yo físico.

Jamie Lee Curtis en ‘The Bear’

Jamie Lee Curtis, que se sometió a su primera cirugía a los 25 años tras un comentario humillante sobre sus ojeras, sabe bien lo difícil que es resistir la presión. Esa operación derivó en una adicción a los analgésicos que tardó años en superar. Hoy, más de dos décadas sobria, observa con alarma cómo esa misma lógica ha sido elevada a estándar. Para ella, el problema no es solo lo que la cirugía hace a las caras, sino lo que dice de nuestra época: “Hemos perdido el aprecio por los rostros humanos”, aseguró. “La textura, la historia, el tiempo… Todo eso ahora se ve como un error a corregir”.

Khloé Kardashian, por su parte, ha contado que dejó de retocar sus fotos después de verse a sí misma “como un personaje de dibujos animados”. Su testimonio refleja el coste emocional de vivir atrapada entre la imagen proyectada y la imagen real, un desdoblamiento que miles de jóvenes experimentan sin fama ni recursos. La mayoría de las personas no tiene acceso a cirujanos de renombre ni a asesores de imagen, pero sí consumen los mismos estándares, y se comparan con ellos diariamente.

Lo más inquietante, quizás, es que este fenómeno no afecta solo a quienes eligen la cirugía. También impacta a quienes simplemente existen en internet. Los filtros no solo mejoran: moldean. Un rostro humano sin modificar se ve, cada vez más, como inacabado, fuera de lugar, poco profesional. La presión estética, en ese sentido, no es voluntaria: es estructural.

En ese contexto, Curtis se convierte en una voz singular. No por no haberse operado -de hecho, sí lo hizo-, sino por atreverse a decir “basta”. Por rechazar que la única belleza aceptable sea la que niega el paso del tiempo. “Estoy harta de ver a personas que ya no parecen personas”, dijo. Y al hacerlo, puso en palabras lo que muchos sienten: que algo esencial se está perdiendo en la carrera hacia la perfección.

Pero su mensaje no es nostálgico ni reaccionario. No se trata de volver a un ideal “natural” o negar la libertad individual de intervenir el cuerpo. Se trata de abrir un espacio para que otras formas de belleza -con arrugas, con pliegues, con historia- puedan seguir existiendo sin vergüenza ni burla. Para que haya alternativas reales. Para que no todas las caras, poco a poco, empiecen a parecer la misma.

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