De las minifaldas de los años setenta y las plataformas de vértigo a los pantalones amplios y las zapatillas de 2025. La moda femenina en el trabajo está evolucionando hacia la comodidad. Si hace décadas el tacón de aguja, el traje ajustado o el bolso minúsculo eran símbolos de estatus y ascenso social, hoy las mujeres, y especialmente de la Generación Z, redefinen su armario para ir a trabajar.
Y lo hacen con prendas prácticas, bolsos XXL y calzado plano que responden más a la vida urbanita, con prisas y viajes en medios de transporte públicos. Y esta moda tranquila se ha asentado definitivamente tras la pandemia. Se han transformado los viejos cánones del glamour en la oficina: ahora el pantalón bombacho y las bailarinas también son aptos para las ejecutivas.

Lo laboral marca tendencia
La moda laboral femenina siempre ha sido un reflejo del lugar que ocupan las mujeres en la sociedad. En los años cincuenta, tras la Segunda Guerra Mundial, muchas volvieron al hogar. La moda de Dior del ‘new look’ con cinturas ceñidas y faldas amplias (New Look es de 1947 pero marcó toda la década) exaltaba la feminidad y retornaba al lujo pero no era lo más práctico para respirar.
En los sesenta, la minifalda de Mary Quant, su precursora, encarnó modernidad y liberación sexual, aunque era más un símbolo que una prenda para usar a diario. Las mujeres empleadas vestían según códigos estrictos y poco confortables durante esos años.

Los setenta marcan un punto de inflexión: diseñadores como Yves Saint Laurent legitiman el pantalón en la oficina para ellas. El traje sastre femenino se convierte en emblema de emancipación. En los ochenta, con la incorporación masiva de la mujer al mundo empresarial, triunfa la estética de las ‘working girls’: trajes de chaqueta con hombreras, faldas lápiz y tacones. La ropa adoptaba códigos masculinos para proyectar autoridad en un entorno dominado por hombres. La película ‘Armas de mujer’ encarna esa imagen con la actriz Melanie Griffith.
Los noventa suavizan la rigidez de las décadas previas. El ‘casual Friday’ (viernes casual) se impone en las oficinas procedente de Estados Unidos y el minimalismo global relaja la moda laboral.
La comodidad prevalece
Hoy las generaciones más jóvenes se visten como quieren, ya no hay normas ni tabúes y la pandemia y el teletrabajo han contribuido a su mantenimiento. Incluso las compañías textiles como Inditex venden ropa cómoda más cercana a los pijamas que a los trajes de oficina como parte de esta nueva integración de lo práctico en el mundo laboral.

Sucede algo parecido con los bolsos. Si llevamos las llaves, el maquillaje, el móvil, la agenda, el cargador y las gafas de sol, es imposible que un bolso pequeño sirva para guardar todas nuestras pertenencias. No es casualidad que ahora estén de moda los llamados ‘tote bags’, que permiten llevar el portátil a la universidad o al trabajo. La biblia de la moda, Vogue, sitúa entre las tendencias de este otoño los bolsos espaciosos aptos para la rutina laboral, frente a los microbolsos de la moda pre-COVID. Así lo describía The Guardian: la industria ya no diseña solo para las “ladies who lunch” (señoras que almuerzan) sino para mujeres que trabajan.
La Generación Z está reescribiendo las normas de vestimenta profesional, apostando por calzado cómodo y pantalones amplios en lugar de faldas lápiz y tacones. La pandemia ha roto muchas reglas de apariencia laboral y ha dejado espacio a una reinterpretación más libre del ‘dress code’ gracias en parte también al teletrabajo.
Cada década ha marcado un hito: de la feminidad encorsetada de los años cincuenta al uniforme de poder de los ochenta, y de ahí a la comodidad de hoy. Las mujeres han pasado de encajar en moldes ajenos a imponer un código propio.


