Cristina Moya, Kiki para los colegas, nos recibe en plena obra, entre escombros y subida a lo alto de una escalera. Lleva más de 20 años trabajando en la construcción. Empezó en 2005, formándose en una escuela-taller en Córdoba. Era la única mujer entre veinte alumnos. Allí aprendió el oficio de alicatadora y soladora, y desde entonces no ha dejado de luchar por hacerse un hueco en un sector que, como ella misma cuenta a Artículo 14, no estaba preparado para verla en pie de obra como una más. «Cuando iba a pedir trabajo, pensaban que venía a limpiar», recuerda. «Me decían: las limpiadoras aún no han llegado, la obra no ha terminado. Y yo les decía: ¿Qué limpiadora? ¡Si vengo a trabajar de alicatadora!». Durante años, las grandes obras le cerraron las puertas por ser mujer. Pero Kiki no se rindió: empezó haciendo reformas pequeñas en casas de amigas y familiares. «Hice la cocina de una, el baño de otra… Y cuando vieron mis fotos y mi trabajo, empezaron a abrirse puertas».
Su primera gran oportunidad llegó así, después de patear mucho asfalto. «Fui a una obra importante, hablé con el jefe y le dije: sólo pido que me probéis. Si valgo, me quedo; si no, me voy. Yo sé que puedo hacerlo’». La probaron. Desde entonces, no ha parado: encadenó obra tras obra. «En Córdoba me conoce todo el mundo, incluso he trabajado en Canarias”, comenta, como si aún sintiera la necesidad de justificar su currículum. «Aprendí electricidad cuando me operaron de un cáncer en la mandíbula y estuve seis meses fuera de la obra. También me saqué el título de instaladora de placas solares».
“Nosotras somos más detallistas, más limpias… y eso se nota”
Kiki no tiene reparos en afirmar que, como mujer, aporta un valor añadido en un entorno muy masculinizado: el cuidado por el detalle, la limpieza, la precisión. «A mí me decían Mary Poppins porque era muy perfeccionista. Si un azulejo no estaba bien, lo quitaba. Y en la escuela-taller, terminé siendo la única que alicataba. A los demás los pusieron a solar terrazos, que eran más baratos y menos delicados».
Según su experiencia, muchos clientes valoran precisamente esa diferencia. «Cuando yo termino, dejo todo limpio. Los hombres, muchos, tienen fama de guarrear. Yo soy organizada, metódica. Voy paso a paso. Y eso se nota».
Aún así, su camino no ha sido fácil. Recuerda con impotencia cómo algunos clientes la han rechazado sólo por ser mujer. «Una vez hablé por teléfono para un trabajo, y cuando llegué me dijeron: ‘Ah, ¿eres tú? ¿No viene un hombre?’. Me dijeron que no querían una albañila. Les advertí que se iban a arrepentir, porque yo dejo las cosas más bonitas y limpias que cualquiera. Y es verdad».
En dos décadas de trabajo, Kiki sólo se ha cruzado con una mujer en la obra, y ni siquiera era albañila: «Trabajaba impermeabilizando terrazas», recuerda. Sin embargo, gracias a las redes sociales ha podido conectar con otras mujeres del gremio. Forma parte de RIO, una red internacional de mujeres en la construcción. «Somos de Argentina, Uruguay, Perú, España… Nos apoyamos. Sabemos que estamos ahí».
A Kiki también la conocen como la albañila de TikTok. Con más de 10.000 seguidores, utiliza la plataforma para visibilizar su trabajo. «Empecé grabando vídeos con mi hija, pero luego pensé que esto podía servir para que la gente viera lo que hago. Me grabo alicatando, soldando, mostrando cómo es la obra desde dentro. Y a la gente le gusta, se van sumando cada vez más mujeres».
La construcción, reconoce, es un trabajo físico durísimo. «Hay días que te duele hasta el alma. Pero luego ves un baño terminado, ves lo que has hecho, y te llena». Kiki sonríe mucho. Es coqueta, afirma, aunque no se cuida con rutinas ni gimnasios: «Mi gimnasio es la obra. Tengo 43 años, y estoy fuerte gracias al trabajo».
Aunque su cuerpo empieza a notar el paso del tiempo -y el peso de los años-, no tiene intención de parar. Por eso se ha formado en otras áreas, como la electricidad, su refugio cuando lleguen los achaques de la edad. «No sé si a los 60 estaré para coger sacos, pero aún me quedan buenos años por delante para seguir dejando obras hechas por toda España».
Ser mujer -y además rubia y de ojos azules- en un entorno tan masculinizado no es fácil. «Una vez un imbécil se me puso al lado tocándose mientras yo trabajaba de rodillas. Le dije: ‘Te alejas o te meto un puñetazo y no te lo tocas más’. A mí tonterías, las justas». Kiki ha sido objeto de miles de comentarios machistas y “vomitivos”, pero prefiere no hablar de ellos, porque no representan el oficio que ama. Ese mismo en el que, a pesar de tenerlo todo en contra, ha conseguido construirse una carrera a golpe de azulejo y coraje.