Durante décadas, invertir era casi un acto de confianza. Los padres de muchos ahorradores de hoy se limitaban a comprar bonos del Estado, depósitos o fondos mixtos que ofrecían rentas estables y pocas sorpresas. El dinero crecía a un ritmo pausado, pero constante. Los mercados se movían dentro de márgenes predecibles y el riesgo se entendía como algo que solo corrían los más atrevidos.
Aquel mundo empezó a desaparecer hace tiempo, aunque la realidad se ha impuesto con claridad en los últimos dos años. Los bancos centrales han subido los tipos para contener la inflación, los mercados se han vuelto más sensibles a la política y el dinero barato que impulsó las tres últimas décadas se ha evaporado.

El cambio no es menor. Entre 1990 y 2020, la rentabilidad media de un bono español a diez años rondaba el 4,8%, con largos periodos por encima del 6% en los noventa. En aquellos años bastaba con mantener un fondo mixto con predominio de renta fija para conservar poder adquisitivo. Hoy, ese rendimiento apenas supera el 3%. Hace dos décadas, una cartera equilibrada de 100.000 euros en bonos y acciones podía generar unos 6.000 euros anuales de rentabilidad media. Con las expectativas actuales, esa misma estructura apenas alcanzaría los 4.500 euros.
Por otro lado, la inflación, aunque moderada, sigue siendo el gran enemigo del ahorro. Mantener 10.000 euros en liquidez durante cinco años con una inflación cercana al 3% equivale a perder cerca de 1.400 euros de poder adquisitivo. Esa erosión silenciosa es lo que empuja a los gestores a recomendar carteras más dinámicas, capaces de generar rentas y valor a largo plazo.
Los hogares españoles, que aún guardan más de un billón de euros en cuentas corrientes y depósitos, comienzan a mover lentamente ese dinero hacia productos con algo más de rentabilidad. La búsqueda de alternativas seguras pero rentables se ha convertido en un rasgo común en Europa. Según datos de la Asociación Europea de Fondos y Gestoras de Activos (EFAMA), los fondos mixtos conservadores han captado un 18% más de patrimonio en 2025, y los de renta variable global han duplicado sus suscripciones entre los menores de 40 años.
El nuevo escenario exige algo más que paciencia. La clave ya no es elegir el producto más rentable del momento, sino construir un equilibrio que resista un entorno donde la inflación, los tipos y la política económica cambian más deprisa que antes.
Encontrar rentabilidad sin volver al pasado
El primer paso pasa por revisar la composición del ahorro. En España, más del 35% del patrimonio financiero de los hogares sigue en depósitos, según el Banco de España. Con tipos reales aún negativos, ese dinero pierde valor lentamente. Recolocar una parte del ahorro en renta fija puede tener sentido como fuente de ingresos estables, siempre que se combine con otros activos. Los fondos de deuda pública o corporativa de medio plazo ofrecen hoy rendimientos en torno al 2%-3%, algo impensable hace unos años, pero su papel ya no es el de refugio total frente a la inflación. Funcionan mejor como base sobre la que construir una cartera más flexible, no como la estrategia completa.
El segundo movimiento tiene que ver con la diversificación real. Las carteras que combinan deuda con activos reales como infraestructuras, energías renovables, inmuebles o materias primas, están demostrando más resistencia a los ciclos de precios. Según JP Morgan Asset Management, incluir un 20% de estos activos puede elevar la rentabilidad esperada de una cartera mixta del 4,5% al 6%.
La gestión activa también gana relevancia. En un entorno de volatilidad política y disrupción tecnológica, los fondos con gestión activa pueden reaccionar con mayor rapidez a los cambios de ciclo. Morningstar constata que el 42% de los fondos activos europeos han superado a sus índices de referencia en 2025, especialmente los que aplican análisis de valor o rotación sectorial.
En ese equilibrio también entra la tecnología. La inteligencia artificial (IA) está cambiando la forma de analizar y seleccionar valores, tanto en la gestión profesional como en las plataformas minoristas. Según el Global Outlook 2026 de BlackRock, los fondos que integran análisis basados en IA mejoran entre un 0,5% y un 1% su rentabilidad anual ajustada al riesgo.
Por otro lado, no hay que olvidar las comisiones, algo a lo que las nuevas generaciones de inversores prestan más atención. En un escenario donde los rendimientos esperados son más ajustados, las comisiones pesan más que nunca. Un fondo con una comisión total del 2% anual necesita casi duplicar su rentabilidad bruta para igualar a uno con un 1%. En una simulación a cinco años, una inversión de 10.000 euros con un retorno del 5% anual generaría 12.764 euros sin costes, pero solo 11.900 si las comisiones rondan el 1,3%. En plazos más largos, esa diferencia equivale a perder más de un año de rentas.
Los datos de Morningstar Europe confirman el cambio de comportamiento. El 58% de los inversores menores de 45 años ya combina productos tradicionales con temáticas tecnológicas o sostenibles. Esa tendencia refleja más una adaptación generacional que una moda, en un momento en que la digitalización y la transición energética concentran gran parte de la inversión corporativa.


