A los pies del Pirineo Aragonés, entre bosques de pinos, silencio y niebla, se oculta uno de los lugares más fascinantes de la historia de España. Su nombre es San Juan de la Peña y su sola visión parece una ilusión. Un monasterio que no se alza hacia el cielo, sino que se esconde bajo una gigantesca roca. La montaña lo protege, lo oprime y lo convierte en leyenda. Allí, dicen, se custodió durante siglos uno de los objetos más sagrados de la cristiandad: el Santo Grial.
Un lugar imposible en el corazón de Aragón
El Monasterio de San Juan de la Peña está situado entre los municipios de Santa Cruz de la Serós y Jaca, en la comarca de La Jacetania, y forma parte de un paraje natural protegido. Pero lo que de verdad impresiona no es solo su ubicación, sino su integración con la montaña. El monasterio viejo parece fundirse con la piedra; la enorme peña que le da nombre actúa como techo natural. Desde fuera, el conjunto se adivina apenas, como si la naturaleza lo hubiese engullido.
Esa condición lo convirtió durante siglos en refugio espiritual y político. No fue un monasterio más, sino el epicentro religioso del primitivo Reino de Aragón. Un lugar donde reyes, monjes y leyendas convivieron en un mismo relato.
El Monasterio Viejo: donde nace el mito
La historia de San Juan de la Peña comienza con una leyenda. Cuentan que un noble llamado Voto —o Félix, según la versión— cayó por un barranco mientras cazaba. En el último instante invocó a San Juan Bautista y se salvó milagrosamente. En su caída descubrió una cueva donde yacía el cuerpo incorrupto de un ermitaño, Juan de Atarés, y una pequeña capilla. Impresionado por el prodigio, abandonó sus bienes y se retiró a vivir allí, dando origen al monasterio.
De aquel pequeño eremitorio surgió, siglos después, una poderosa comunidad monástica. Bajo la protección de Sancho III el Mayor de Navarra y Sancho Ramírez de Aragón, los monjes adoptaron la regla benedictina y levantaron un monasterio que llegaría a ser símbolo de todo un reino.

El Monasterio Viejo de San Juan de la Peña conserva aún la magia de aquel tiempo. En su interior se superponen distintas épocas: una iglesia prerrománica excavada en la roca, una iglesia románica superior consagrada en 1094 y un claustro abierto al abismo. Los capiteles del claustro son auténticos libros de piedra: narran escenas bíblicas, figuras de animales, símbolos ocultos. Todo bajo una penumbra dorada, donde la luz se filtra con dificultad entre la roca y los arcos.
Pero si hay un lugar donde la historia se vuelve leyenda, es en su panteón real. Aquí descansaron los primeros reyes de Aragón —Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I— junto a nobles y abades. Aún hoy se respira solemnidad en esas tumbas de piedra fría, testigos de un tiempo en el que San Juan de la Peña era el corazón espiritual del reino.
El Santo Grial: el tesoro escondido bajo la peña
La leyenda más poderosa de San Juan de la Peña sostiene que allí se custodió durante siglos el Santo Grial, la copa que Jesús usó en la Última Cena. Según antiguos textos, el cáliz habría viajado desde Roma a Huesca, pasando por Siresa y Yebra de Basa, hasta llegar finalmente a este monasterio en el siglo XI.

Durante más de trescientos años, el Grial habría permanecido oculto bajo la roca, protegido por monjes que veían en él la representación material de la fe. En 1399, el rey Martín I el Humano ordenó trasladarlo a Zaragoza, y más tarde acabaría en Valencia, donde aún se conserva.
Ninguna prueba documental certifica que aquel cáliz fuera el verdadero, pero el mito nunca desapareció. Al contrario, convirtió a San Juan de la Peña en un santuario de misterio. Allí, entre los ecos de la montaña, el visitante siente que algo antiguo y sagrado lo observa en silencio.
El Monasterio Nuevo: la resurrección barroca
El destino del monasterio cambió en 1675, cuando un incendio devastó el edificio viejo. La roca que lo había protegido durante siglos se convirtió en su condena. El fuego, encerrado bajo la piedra, destruyó gran parte del conjunto.

Los monjes decidieron entonces levantar un nuevo edificio en la parte alta del monte. Así nació el Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña, una construcción barroca que hoy alberga un centro de interpretación del Reino de Aragón. Su función es doble: mantener viva la memoria del monasterio original y permitir al visitante entender su papel en la historia.
La visita, de hecho, se divide en dos etapas: el recorrido por el monasterio viejo —el corazón místico, el que se oculta bajo la peña— y el ascenso hasta el monasterio nuevo, donde se despliega la dimensión histórica y museística del conjunto. Ambos forman una experiencia complementaria: pasado y presente, piedra y aire, silencio y palabra.