CASTILLA-LA MANCHA

Este pueblo de Albacete tiene casas-cueva que atraviesan una montaña

Castilla-La Mancha tiene muchos lugares que merece la pena visitar y uno de ellos es un pueblo en el que las casas-cueva son su mayor tesoro

Alcalá del Júcar
Alcalá del Júcar es un pueblo con muchos secretos y casas-cueva excavadas en piedra
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Alcalá del Júcar, en la provincia de Albacete, no es un pueblo cualquiera. Su silueta, colgada literalmente sobre un cañón que forma el río Júcar, parece salida de una maqueta imposible: calles empinadas, fachadas encaladas que se funden con la roca y un castillo que domina el paisaje desde lo más alto del cerro. Pero si hay algo que hace único a este lugar son sus casas-cueva, viviendas excavadas en la montaña que atraviesan de lado a lado el peñasco y que hoy se han convertido en una de las experiencias más singulares del turismo rural en Castilla-La Mancha.

Alcalá del Júcar se asienta sobre un meandro del río que, con el paso de millones de años, ha ido tallando una profunda hoz. Este capricho geológico dio origen a un entramado urbano único, en el que las casas se adaptan al relieve hasta mezclarse con la roca caliza. Solo sus fachadas asoman al exterior; el resto, dormitorios, cocinas y pasillos, se adentran en la montaña. Desde lejos, el pueblo parece un anfiteatro natural, con las casas escalonadas sobre el acantilado y el río serpenteando al fondo. Declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1982, Alcalá del Júcar ha sabido conservar su esencia sin renunciar a mostrar sus secretos a quienes se aventuran a explorarlo.

Alcalá del Júcar es un pueblo con muchos secretos y casas-cueva excavadas en piedra
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La experiencia de adentrarse en la montaña

Visitar las cuevas de Alcalá del Júcar no es solo recorrer un atractivo turístico: es literalmente caminar por dentro de la tierra. Dos de las más célebres son la Cueva del Diablo y la Cueva del Masagó, ambas excavadas a mano durante generaciones y comunicadas entre sí por pasadizos que atraviesan la montaña.

La Cueva del Diablo es, sin duda, la más sorprendente. Su túnel principal cruza todo el cerro de una vertiente a otra, ofreciendo balcones naturales con vistas espectaculares a la hoz del río Júcar. Originalmente usada como almacén y corral, fue ampliada a comienzos del siglo XX hasta convertirse hoy en una mezcla de museo etnográfico, mirador y taberna subterránea. Entre sus muros se conservan aperos de labranza, mobiliario antiguo y herramientas que cuentan la historia rural de la zona.

Desde una escalera interior se accede a la Cueva del Rey Garadén, llamada así en honor al monarca musulmán que dominó estas tierras. Se cree que este túnel, excavado hace más de siete siglos durante el dominio islámico, servía como puesto de vigilancia y vía de escape. Caminar por sus galerías, húmedas y frescas incluso en verano, es viajar atrás en el tiempo.

Muy cerca se encuentra la Cueva de Masagó, otra joya excavada en la roca que muestra cómo era la vida cotidiana dentro de estas viviendas trogloditas. En su interior se conserva la estructura típica de una casa-cueva: cocina, dormitorios y pequeñas estancias ventiladas a través de respiraderos naturales. Además, alberga un pequeño bar, un museo de fósiles y objetos relacionados con la prensa de la aceituna, testimonio del pasado agrícola de la zona.

La hoz del Júcar: un escenario natural con siglos de historia

El entorno de Alcalá del Júcar es tanto o más espectacular que su arquitectura. El río, que nace en los Montes Universales (Cuenca) y desemboca en el Mediterráneo, ha modelado aquí una de sus hoces más imponentes. Durante siglos, este cañón fue frontera natural entre reinos y punto estratégico de paso entre Castilla y Levante.

Hoy, la llamada Ruta del Agua permite recorrer parte de ese paisaje en apenas veinte minutos, siguiendo una senda que bordea el cauce entre vegetación de ribera y formaciones calcáreas. Es un paseo sencillo pero de gran belleza, ideal para contemplar las reflejos del pueblo sobre las aguas verdosas del Júcar. Además, a tres kilómetros del centro, la Ermita de San Lorenzo ofrece una estampa perfecta: el templo se alza frente a un recodo del río, rodeado de chopos y sauces. Desde allí se puede observar cómo la naturaleza y la historia se han entrelazado durante siglos en este rincón de La Manchuela.

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