El primer beso de Barack Obama a su mujer, Michelle, le supo a chocolate. Fue en su primera cita, en verano de 1989. Visitaron un museo de Chicago, cenaron y tomaron un helado. De fondo, seguramente sonaba Madonna, que triunfaba en ese momento con Like a prayer, o puede que sus labios se rozasen al sensual ritmo de La lambada, que también arrasaba.
Veinte años después -20 de enero de 2009-, inauguraban el tradicional baile de toma de posesión, ya como pareja presidencial. Beyoncé interpretó la balada At Last, de Etta James, con su mensaje de amor cumplido. Esa noche se habló tanto del espectacular vestido de seda blanco de Michelle, diseñado por un jovencísimo Jason Wu, como de la calidez de la danza, con la mirada sostenida y meciendo sus cuerpos como si el tiempo se hubiese detenido solo para ellos.

Hoy sabemos que nada de todo aquello era tan impecable. Barack llegó tarde a su primera cita y esa impuntualidad, que en su momento le pudo resultar entrañable y lógica desde su particular percepción isleña del tiempo, se convirtió en una de las cosas que más le irritan a Michelle de su marido. Una de tantas. Tampoco soporta sus silencios o su manía de ponerle racionalidad a las disputas cuando ella es puro temperamento. Y aún hay más, como su escaqueo cuando tuvieron que criar a sus hijas, Malia y Sasha, o su costumbre de invadir su baño teniendo él el suyo.
Y ojo, que también Barack ha expuesto lo suyo, como sus desafíos para encontrar espacio para su propia ropa. Nada que no ocurra en la rutina conyugal de millones de hogares después de varios años de convivencia: la sordera repentina cuando el niño se despierta a medianoche, la tiranía con el mando del televisor o ese extraño hábito masculino de llenar la cesta de la compra con productos banales olvidándose de lo esencial. Es la realidad de la vida matrimonial cuando hay amor, imperfecto, pero auténtico.
¿Debería cundir el pánico? Eso parece creer quien escucha últimamente los podcasts de Michelle Obama. La exprimera dama lleva años compartiendo sus desavenencias conyugales y reconociendo sus crisis, pero al mismo tiempo sus palabras se han convertido en un auténtico tratado sobre cómo envejecer juntos y sobre cómo funciona el amor en la pareja.

Hace solo unos días, hablando en un podcast con el empresario Steven Bartlett, abordó todo ello y bromeó con los insistentes rumores de divorcio, algo a lo que ella misma ha contribuido con sus ausencias en actos en los que se la esperaba junto a su marido Barack, como la toma de posesión de Donald Trump o el funeral de Jimmy Carter. El comentarista político conservador Tucker Swanson, conocido por promover teorías de la conspiración de extrema derecha, se ha atrevido a decir que Michelle odia a su esposo.
“Increíble”, ha respondido ella. Claro que nada es como al principio. Ni la pasión es la que era ni los besos saben ya a chocolate. Pero no es un problema. Cultivar una relación requiere un esfuerzo y el matrimonio Obama está en pleno proceso. Igual que miles de parejas, que, desde su libertad, deciden seguir juntas y seguir formando equipo con un objetivo común.
El matrimonio es “difícil” para ella y el expresidente, pero asegura que por nada del mundo cambiaría su situación sentimental. “Como dicen los jóvenes, él es mi hombre”, reveló a Bartlett. Pero eso no impide que se encuentre en una fase de revisión de sus valores y de dar sentido a lo que le rodea planteándose a sí misma preguntas que no siempre son cómodas. El vínculo no es un “sí, quiero” vitalicio, sino una decisión diaria. Y eso, además de ser bueno, le sirve para reforzar una unión de 33 años.

“Lo bueno de mi marido y de nuestra relación es que ninguno de los dos va a darse por vencido jamás”, añade Michelle. Cree que el problema de los matrimonios más jóvenes es que es abandonan el barco demasiado pronto, en cuanto asoma el primer charco, llevados por una idea errónea de la perfección. También Barack ha reconocido que se encuentra en “un punto profundamente complicado” con su esposa.
Con sus hijas fuera del hogar, Michelle ha aprovechado el nido vacío para tomarse tiempo para sí misma y permitirse libertades que habrían sido imposibles durante la crianza. “Y ahora eso se acabó. Así que ahora tengo que mirar por mí, puedo mirar mi calendario. He elegido hacer lo que era mejor para mí, no lo que tenía que hacer, no lo que creía que los demás querían que hiciese”.
Se sorprende que esta libertad, que ha aprovechado para seguir dando forma a su compromiso con la infancia y la educación de las mujeres, haya sido interpretada como una señal de divorcio inminente. “Eso es con lo que nosotras, como mujeres, deberíamos luchar, no en si decepcionamos a la gente o en si encajamos en el estereotipo de lo que se espera de nosotras”, insiste.
Desde su salida de la Casa Blanca, Michelle se ha convertido en una especie de gurú del bienestar. En Instagram cuenta con casi 60 millones se seguidores y con su autobiografía, Mi historia (Becoming), ha vendido más de diez millones de copias. Es una de las memorias más vendidas en las últimas décadas. Otro de sus libros, Con luz propia, se lee como un manual de superación y autoestima. La autora se muestra vulnerable y cercana, conectando con el público con un mensaje de esperanza y estabilidad en tiempos difíciles.
Lo que dice ahora a través de sus podcasts es una continuidad de lo que escribió y sus ideas son recursos que pueden ser muy útiles para muchos matrimonios que están pasando por lo mismo y esperan un rayo que ilumine: “No hay magia para conseguir las cosas. Simplemente se trata de trabajar duro, decidir y tener persistencia”.