Demi Moore se vistió anoche con un espectacular vestido de Armani Privé bordado con cristales y confeccionado a medida para recoger su estatuilla a Mejor Actriz. No pudo ser. Paradójicamente, fue la joven Mikaela Madison, de 25 años, la que alzó un merecidísimo Oscar con el que la Academia echó por tierra la poderosa lección que tenía preparada la veterana candidata.
No obstante, el premio se lo lleva. Al leer el guion de La Sustancia, a Demi Moore le dio una súbita aceleración del corazón. Se asustó de sí misma y pensó que tal vez su vida como actriz estaba acabada. ¿Interpretar a una estrella envejecida y marginada por modelos más jóvenes? ¿Qué demonios significaba eso? Al fin entendió que era más real que la vida y aceptó el reto. Y como en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, resultó que su personaje fue tomando vida y le ayudó a contar su historia, su pugna constante entre la estética y el amor propio.

Demi Moore en ‘La Sustancia’
El retrato de la protagonista de La Sustancia, una artista decrépita, contenía el secreto de su vida y le ayudó a entender las consecuencias del esteticismo desenfrenado, la destrucción absoluta como castigo. A sus 62 años, Demi Moore había aprendido a amar su propia belleza, le faltaba amar el alma que tantas veces vendió al diablo. Ahora ha devuelto sus pecados a quien se los prestó, a quien le hizo creer, como indicó en el discurso de los Globos de Oro, que esto era todo. Y cuando dice esto se refiere a la actriz palomitera, comercial, generadora de muchos ingresos, pero sin llegar a ser jamás sublime.
Durante años, asumió esa mutilación salvaje, a pesar de saber que había en todo ello bastante inquina. Siempre tuvo encima una lupa prejuiciosa. “Con Striptease fue como si hubiera traicionado a las mujeres y con La teniente O’Neil fue como si hubiera traicionado a los hombres”, declaró. Estos días se habla de la resurrección de Demi Moore, del renacimiento de un icono que en los últimos tiempos se dedicaba a sus rutinas, a sus hijas, a su cuenta de Instagram y a su ex Bruce Willis. En este retorno por la puerta grande ha tenido mucho que ver cómo ha cambiado la percepción de la vejez y de la inevitable metamorfosis del cuerpo femenino según pasan los años.
También la intérprete de La Sustancia ha tenido que sufrir en carne propia la deformación grotesca de Elisabeth Sparkle, su personaje, para aceptar lo que Albert Camus llamó “las sangrientas matemáticas que ordenan nuestra condición”. Durante el rodaje, se sometió a sesiones interminables de maquillaje y prótesis que la inmovilizaban durante horas con el fin de conseguir los estragos de esa sustancia que la protagonista digiere en exceso para burlar la fealdad de la vejez. La transformación le ha valido a la película un merecidísimo Oscar a Mejor maquillaje.

Cortesía ‘La Sustancia’
Se enfrentó además a su desnudez corporal. Con ella, a sus pensamientos más salvajes, pero todo ello dio paso a una fuerza poderosa que acogió con amabilidad y un mensaje que está decidida a integrar en su vida: “Estoy degradada y vieja pero también puedo correr como un murciélago en el infierno”. Ha reconocido con humor que la frase se lee mejor en el papel que en el momento físico de estar ahí. El rodaje, que duró unos cinco extenuantes meses en Francia, le ha permitido entrar en un espacio mental donde proyecta todo su miedo sobre lo que iba sucediendo. “Fue emocional y físicamente agotador todos los días, todos los días … Incluso las escenas más simples”.
La crítica ha coincidido en que su trabajo en La Sustancia es el mejor de su vida. El personaje le ha ayudado a terminar de encajar todas esas piezas de su biografía, marcada por una infancia infeliz, una madre que la entregó a un hombre para que la violase a cambio de 500 dólares, adicciones, pérdida de un bebé y muchos otros sufrimientos que ahora se permite colocar como si fuesen piedras preciosas. La más importante para ella ha sido el perdón y la redención. Ha conseguido absolver a todos los que en algún momento le provocaron heridas. Y lo emocionante es que dice que lo hace desde su vulnerabilidad, pero no desde la herida, sino a partir del lugar en el que realmente se curó”.
Ha aprendido que vale la pena notar las imperfecciones. Para una generación de actrices más jóvenes, Demi Moore es una roca. Es fascinante ver a Moore, una mujer que ha hablado de forma abierta sobre sus propias luchas con su imagen corporal, interpretar esta metamorfosis. Para entender quién es hoy, podríamos concluir volviendo a Oscar Wilde: definir sería limitar.