Londres ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: marcar el ritmo de lo inesperado. La semana de la moda primavera/verano 2026 ha reunido a diseñadores consolidados, talentos emergentes y un público más hambriento de frescura que de espectáculo.
Lo que se ha visto estos días en pasarela no ha sido una acumulación de “tendencias” como categoría vacía, sino un pulso nítido de una ciudad que, incluso con menos presupuesto y sin megalomanías, sigue teniendo algo que decir.
El cielo azul pintado cubría el techo del show de Burberry en Kensington estos días de septiembre como si fuese un guiño. “Sí, volvemos a los recuerdos”, parecía decir Daniel Lee. La London Fashion Week, entre el 18 y el 22 de septiembre, ha tenido muchas pasarelas, mucho maquillaje y brillo, pero ese techo azul, ese cielo abierto dentro de la carpa, ha definido algo esencial: que la moda británica parece tener ganas de volver a soñar, pero con los pies en la tierra.
Verlo fue como pasear por un festival de música con una mezcla de nostalgia y esperanza: parkas enceradas, tejidos de crochet, estampados de tarot, flecos que se agitan y siluetas que se aligeran. Burberry volvió a su herencia pero con una actitud nueva, menos solemne, más vivible. Testigo de todo ello fue también Elton John, quien, como buen británico y apasionado de la moda, no quiso perderse todo este despliegue visual.
Lo más emocionante de la semana no fue solo lo que ya conocemos (el nombre grande, el desfile monumental…), sino ver cómo los talentos que apenas estaban en puertas se apropiaron del escenario. Oscar Ouyang con su punto experimental, Ashley Williams y Lucila Safdie hablando de feminidad sin complejos, Chopova Lowena y Harri haciendo lo suyo: prendas que funcionan de día, pero que tienen historias que contar de noche.
Y esa fue la otra cara de esta LFW: la paradoja de la utilidad y el cuento de hadas. Hubo presentaciones que parecían salidas de sueños imposibles; pero también hubo chaquetas funcionales, talles que se ajustan, tejidos que respiran. Una camisa puede ser viral, claro; pero si no se sigue usando después del desfile, ¿qué hemos hecho realmente?
Entre champagne detrás del escenario, risas de diseñadores y modelos ajustándose tacones y cadenas, algo cambió: la moda británica dejó de gritar para empezar a susurrar. Susurrar ideas, identidades, gestos de pertenencia. Que no todo sea espectáculo, si no también conversación. ¿Moda para Instagram? Sí. ¿Pero moda para caminar por la calle, para ser tú? Más importante aún.
Al final, salgo de esta semana de la moda con ganas de ponerme un abrigo encerado, de combinar crochet con botas pesadas, de atreverme con un estampado que parezca de otro mundo pero con el que me sienta yo.
Porque quizá lo que realmente dejó Londres esta vez no es lo que veremos en las tiendas mañana, sino lo que ya estamos dispuestas a llevar puesto, lo que ya queremos contar con lo que vestimos.