La arrolladora personalidad de Raphael ha opacado en numerosas ocasiones el perfil público de su esposa, Natalia Figueroa Gamboa (San Sebastián, 1939). No siempre fue así. Natalia, de hecho, nació con fama sobrevenida: era una aristócrata, hija del tercer marqués de Santo Floro, Agustín de Figueroa, y de María de Gamboa y Moreno. Por la rama paterna, Natalia también era nieta de Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, y bisnieta de Alonso Martínez, el político burgalés del siglo XIX, ministro en varias ocasiones bajo los gobiernos de Espartero y Sagasta, y presidente en 1889 del Congreso de los Diputados.
Natalia era la primogénita de los marqueses: hermana mayor de Matilde –fallecida prematuramente en 1979, a los 37 años de edad– y de Agustín. Fue ella, también, quien heredó las inquietudes intelectuales de su padre, que ejerció como escritor, periodista, dramaturgo e, incluso, director de cine (dirigió en 1927 una película muda, Sortilegio, en la que también intervenía como actor).
En los años sesenta las respectivas carreras profesionales de Natalia y Raphael comenzaron a despuntar en paralelo: la de él, al ganar en 1962 la cuarta edición del Festival Internacional de la Canción de Benidorm y la de ella en 1966, después de haber empezado a trabajar como periodista en el diario ABC, al ser contratada por Televisión Española para presentar algunos capítulos de la serie Por los caminos de España o el programa Luz verde, dirigido por Antonio Mercero, en el que tuvo la oportunidad de entrevistar a personajes del momento como el actor Vicente Parra (con el que se la relacionó sentimentalmente, sin confirmación) o el dibujante y humorista Chumy Chúmez.
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Ella, sin embargo, aunque popular, mantenía un discreto perfil bajo. Por sus lazos familiares, se desenvolvía en los círculos sociales de la alta sociedad franquista del momento, pero también frecuentaba los saraos por los que desfilaban Lola Flores, Lucía Bosé o Ava Gardner, consiguiendo mantener, sin embargo, en la más absoluta discreción su vida privada, sin que trascendieran detalles públicos sobre sus amistades y/o aficiones. De hecho, su relación con Raphael se mantuvo en secreto durante bastante tiempo, pasto tan sólo de habladurías y rumores. Se habían conocido en 1968 en una gala de premios presentada por la locutora radiofónica Encarna Sánchez en la que Figueroa fue la encargada de entregar al cantante el trofeo. Raphael, que ya una figura internacional de la canción, desmentía continuamente que se hubiera producido un noviazgo y ella, en carta enviada al periódico vespertino Pueblo, afirmaba que eran solo “buenos amigos”.
Pero en 1972 saltó la bomba informativa de su matrimonio, que se celebró el 14 de julio en la iglesia de San Zacarías, en Venecia, emplazamiento elegido con celo para garantizar el secreto del acontecimiento, pero que acabó, sin embargo, en las portadas de todas las revistas de la época. Los novios habían citado a sus invitados en el aeropuerto de Barajas sin revelar el destino. Sin vuelos directos a Venecia, hubo que hacer escala en Roma… No obstante, pese a todos los obstáculos y trucos, la prensa se enteró y apareció en la iglesia de San Zacarías. Y los novios, resignados, les permitió entrar en la ceremonia y aceptaron posar para ellos.
La discreción con que ambos habían mantenido su relación terminó alimentando, en esa época, otros rumores. Supuestamente, el secreto de la boda no era tal, sino una estrategia perfectamente calculada para ocultar lo que sí hubiera sido un escándalo en la sociedad del momento, ya que se aludía a la homosexualidad de ambos, un hecho que ese enlace matrimonial “de conveniencia” taparía por completo. Que ella tuviera amistad con Encarna Sánchez y que a él, una extrovertida figura de la canción, no se le conocieran amoríos no hacía más que abundar, sotto voce, en el runrún. El nacimiento de sus tres hijos –Jacobo, Alejandra y Manuel– acalló por completo esos rumores, pero comenzó a hablarse de otras razones del secretismo: la diferencia de clase social entre la aristócrata y el hijo de un simple albañil. En 1981, en el programa Esta noche, que presentaba Carmen Maura, acudieron como invitados Natalia Figueroa y Raphael, pero la sorpresa era que ella acudía también en calidad de “entrevistadora” de su marido. En un momento determinado, la Maura interrumpió la charla para preguntar cómo se habían tomado los marqueses de Santo Floro el matrimonio de su primogénita con el cantante y Figueroa admitía, con toda naturalidad, que “como no le conocían nada, no les sentó nada bien”.
Con el éxito de la carrera artística de Raphael, Natalia, que también había publicado libros como Tipos de ahora mismo, se fue apartando del mundo profesional y se centró en su papel de madre y esposa, pero sí tomó la bandera reivindicativa de la llamada “revolución nobiliaria”, acaudillando a un nutrido grupo de primogénitas de familias aristocráticas en su reclamación judicial del título que les correspondía y que había recaído, por mor de la “ley agnaticia”, en sus hermanos varones, aunque éstos fueran de menor edad.
Ella fue una de las primeras aristócratas que consiguió una sentencia favorable a sus intereses y en diciembre de 1992 logró que la Audiencia Nacional fallara a su favor ostentar el marquesado de Santo Floro, que desde 1988, cuando murió su padre, pertenecía a su hermano Agustín. Sin embargo, no fue hasta 2006 cuando logró firmar su título, tras la ley de igualdad de sexos a la hora de heredar títulos familiares promulgada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.