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Navidad con un narcisista

Protagonismo, humillaciones sutiles, victimismo, sabotear el ambiente... Una experta nos da las claves para poner límites, salidas estratégicas y no entrar al juego

Escena de la película 'The Royal Tenenbaums' (Wes Anderson, 2001)

Para mucha gente, estas fechas no tienen nada de postal. No hay villancicos que tapen ciertos silencios, ni mantel que neutralice ese comentario “en broma” que siempre cae sobre la misma persona. Y cuando en la mesa se sienta alguien con rasgos narcisistas, el ambiente puede volverse irrespirable. Todo parece girar alrededor de su estado de ánimo, su necesidad de protagonismo o su manera de reescribir la realidad.

Hablamos con la psicóloga y terapeuta Sara Sarmiento, especializada en trauma y apego, para poner palabras a lo que tantas personas sienten, pero a veces no saben explicar. “Existe la creencia de que el narcisismo sólo aparece en la pareja. Pensar esto es un error”, advierte. Y remarca que puede estar en muchos ámbitos de tu vida: “puede ser tu madre, tu padre, un hermano, una cuñada o incluso tu jefe”. En familia, de hecho, “suele ser uno de los escenarios donde estas dinámicas se despliegan con mayor intensidad”.

El primer indicio, asegura, no siempre se detecta con la cabeza, sino con el cuerpo. Hay una señal bastante nítida: terminas la reunión y te sientes drenada. “Tras reunirte con ‘esa persona’ te sientes agotada emocionalmente, con la autoestima dañada, inferior, culpable o con la sensación difusa de haber hecho algo mal, aunque no sepas explicar exactamente qué”. Y ahí aparece la confusión: ¿estoy exagerando?, ¿soy yo la sensible?, ¿por qué me quedo dándole vueltas a lo que se ha dicho?

Escena de la película ‘Agosto’ (John Wells, 2013)

Para Sarmiento, entender qué es el narcisismo ayuda a dejar de culparte. “Desde una mirada psicoanalítica relacional, no se reduce al ego o a la vanidad”, explica. Es “una estructura en la que la veía personal ocupa el centro de la identidad”, y el problema real llega cuando “los demás dejan de ser sujetos con deseos, necesidades o límites propios y pasan a ser vividos como una extension al servicio de validación del narcisista”.

Además, no hay una sola forma de narcisismo, y eso complica identificarlo. En redes se habla mucho del “narcisista maligno”, el extremo más peligroso: “grandiosidad”, “ausencia de empatía”, “falta de conciencia moral” e incluso “comportamientos sádicos y conductas antisociales”. Puede atacar de frente “a través de humillaciones, insultos, gaslighting y desprecio”, o hacerlo por la vía sutil: “a través del silencio, la mirada descalificadora o la inducción de culpa y vergüenza”. Pero Sarmiento insiste: hay perfiles más frecuentes que también dañan mucho el clima emocional.

“Existe la creencia de que el narcisismo sólo aparece en la pareja. Pensar esto es un error”

Uno es el narcisista grandioso, ese que “cree que está por encima de los demás y necesita ocupar el centro de la escena”. En la cena lo notas porque “monopoliza la conversación”, “ridiculiza tus experiencias, emociones y opiniones si no estás de acuerdo”, o directamente “te ignora”. Si no recibe la atención esperada, llegan “la irritación, la burla o los ataques sutiles que tensan todo el ambiente”. El otro, paradójicamente, se detecta peor: el narcisista de “piel fina”. “No se muestra superior, sino que tiene baja autoestima, y muchas veces aparece como una persona frágil y herida”, explica Sarmiento. Vive cualquier desacuerdo como un rechazo y “utiliza el victimismo como forma de manipulación”. Sus armas son frases con reproche y dramatismo: “nadie me tiene en cuenta”, “ya no soy importante para vosotros”, “después de todo lo que he hecho por ti”. No necesita gritar: le basta con instalar la culpa para recuperar el mando.

En medio de todo eso, a veces lo más desconcertante no es lo que se dice, sino lo que te pasa por dentro. Y ahí la experta lo explica con una idea que alivia: no estás loca, tu sistema nervioso está trabajando. “Desde la neurociencia del trauma y la teoría polivagal, sabemos que tu sistema nervioso registra la amenaza relacional antes de que puedas procesarla desde la mente”, señala. Por eso, cuando te expones a dinámicas narcisistas, tu cuerpo puede entrar en modo supervivencia: “hipervigilancia, lucha, huida o congelamiento”. Luego llega el bajón: “puedes sentirte exhausta después de estas cenas sin entender por qué”, notar que “te cuesta respirar profundo”, que comes “de forma compulsiva” o que te “desconectas mentalmente durante la reunión”. Y lo más delicado: que encima te hagan dudar de ti. “No estás exagerando, tampoco eres demasiado sensible ni es que ‘no se te pueda decir nada’, como pueden hacerte creer”.

“Recuerda que no es personal: estas dinámicas hablan del funcionamiento del otro, no de ti”

Si esto te suena, conviene prestar atención a señales que se repiten: “te sientes pequeña, confundida o culpable sin saber exactamente por qué”; hay “bromas” recurrentes “que siempre te dejan en mal lugar” y, si protestas, te cuelgan la etiqueta de exagerada; se invalida tu vivencia con frases tipo “eso no fue así”, “te lo estás inventando”, “siempre exageras”; y, sobre todo, se te exige ceder por la paz familiar. “Se espera que cedas, aguantes o te adaptes para ‘no estropear la cena’ o ‘mantener la paz familiar’”, dice. Pero tus límites suelen tener costo: “enfado, victimismo o castigos: retiro de afecto, comentarios pasivo-agresivos o silencios incómodos y punitivos”.

Escena de la película ‘The Squid and the Whale’ (Noah Baumbach, 2006)

Cómo protegerte sin entrar en su juego

Entonces, ¿qué se hace? Aquí Sarmiento rompe una fantasía común: protegerte no es “confrontar ni intentar cambiar al otro, porque no lo vas a conseguir”. Protegerte es “salirte de estas dinámicas, es decir, no entrar al juego”. Y a veces la estrategia más inteligente es la menos épica.

La primera clave es dejar de intentar ganar discusiones imposibles. “No discutas ni intentes que te den la razón: entrar en argumentar con personas narcisistas no va a funcionar, porque no te quieren escuchar, solo quieren tener la razón”. En la práctica, esto significa recordarte algo sencillo pero potente: “lo que tú sientes o piensas es válido aunque no sea reconocido por otras personas”.

La segunda es poner límites sin justificarte, porque la explicación suele convertirse en munición. “Pon límites internos claros y no des explicaciones”, aconseja. A veces “un silencio consciente o un simple ‘puede ser’ desactiva la escalada sin exponerte más”. Y remata: “no des explicaciones, recuerda… no les interesa”.

Portada de la película ‘Family Man’ (Brett Ratner, 2000)

La tercera es planificar salidas estratégicas, literalmente. “Valora si vas a las cenas: y si decides no ir, hazlo sin culpa”. Y si vas, no vayas a ciegas: “planea salidas para descansar, vete antes si es necesario para tu calma y prioriza espacios donde te sientas segura”. En su enfoque, esto no es dramatismo: “No es egoísmo, es salud mental”.

Y la cuarta, que suele olvidarse, tiene que ver con el cuerpo: regularte antes, durante y después. “Regula tu sistema nervioso”, dice. Propone herramientas simples y concretas: “inhala en 4 segundos, retén durante otros 4 segundos y exhala en 6”; busca “contacto con personas seguras”, haz “movimiento corporal lento o baila”, y reserva tiempo para “actividades que realmente te gusten”. No como premio, sino como derecho: “Esto no es un capricho, es tu derecho”.

Quizá lo más difícil es dejar de tomártelo como un diagnóstico sobre ti. La experta insiste en una idea final que puede servir como brújula en mitad de la mesa: “Recuerda que no es personal: estas dinámicas hablan del funcionamiento del otro, no de ti”. El narcisismo, dice, “es un patrón relacional rígido que se activa con cualquiera que ocupe el lugar de ‘otro’”. Puede que te elijan a ti porque es el rol que te asignó tu familia, pero eso no lo convierte en verdad sobre tu valía. Y si estas fechas te ponen a prueba, que al menos haya una certeza de la que no te muevan: “antes que ser leal a una familia que te daña, es mejor que seas leal a tu bienestar emocional”.

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