Tamara Falcó dio sus primeros pasos en el reino de corazones de Isabel Preysler, su madre, por el que pasaron un cantante, un marqués, un ministro y un Premio Nobel. Lo hacía con gracia, caminando ligera -igual que ella-, casi ingrávida, y sonreía marcando en sus mejillas ese halo exótico con el que Isabel se coronó en la alta sociedad española y en el satinado papel cuché. Por un momento, se pensó que la marquesa de Griñón opacaría a su madre. Sin embargo, conquistó su propio trono y en él no cabe ya comparación.
Hoy la marquesa de Griñón es una marca cuyo principal activo es la personalidad que ha ido tallando con los años. De la madre tomó su elegancia y su educación. Del padre, Carlos Falcó, autenticidad y pasión. Y bien mirada, Tamara arrastra en su biografía fragmentos de la crónica de España más apasionada. De eso está hecha su alma. Es magnética y riquísima en matices, incluso con ese tono de voz que empezó como un engolamiento del modo de hablar materno y terminó cronificando. Puede parecer pija, vale, o incluso inspirar una novela romanticona, pero descartemos por fin que sea inocente o que vaya liviana de equipaje.
Tamara nos atrapa -sería absurdo tratar de rebatirlo- por ese lado humano con el que rompe todos los patrones de discreción aprendidos en la residencia familiar de Puerta de Hierro. También por el fino sentido del humor con el que afronta los desafíos que le da la vida. Con sus imperfecciones y la seguridad con que las asume, es un icono femenino. Sus problemas son reales y cualquier mujer se identificaría con ella cuando habla de su dificultad para quedarse embarazada, de su amor por Íñigo Onieva o de las veces que le fue infiel, que son tantas como las que le dio su perdón.
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Tamara Falcó / EFE
En 2022, mantuvo a España entera en un ¡ay! cuando, pocas horas después del feliz anuncio de su compromiso, apareció un vídeo del novio besando a otra mujer. “Veo imposible volver con Íñigo, para los cuernos soy muy cuadriculada”. Finalmente, volvió. Cada detalle resulta en ella fascinante y consigue que, además de fascinante, sea vendible. Nos enganchó la dignidad con la que recibió su etiqueta de solterona, pero aún más cuando rebajó a “un nanosegundo en el metaverso” los cuernos de Onieva a punto de casarse. Nunca la veremos quejarse de la arrogancia con la que su madre habla de su prole numerosa o luce su perpetua belleza mientras a ella se le vuelve huidiza. Con la misma paciencia, siempre infinita, defiende ante los medios su matrimonio, a todas luces disfuncional, de rumores. Verdaderos, falsos… ¿qué importa? Con ellos levanta un imperio.
Es una de las mujeres más criticadas y sometidas al intransigente escrutinio con que se juzga a la mujer. También es verdad que podría servirnos la sopa azul con la que Bridget Jones pretendía impresionar a sus amigos y nos parecería igualmente deliciosa. Este último año, ha puesto sobre la mesa los problemas éticos que le plantea la reproducción asistida o su opinión sobre la adopción. “Confío en el plan de Dios y no quiero forzar nada”, reitera sin encontrar demasiada comprensión. “Si se da, fenomenal. Si no, también es parte de mi camino”. Pero a nadie se le escapa que la confianza divina le está resultando menos efectiva aún que si volviese de sus exóticos viajes conyugales con un monolito de Coatlicue, la diosa mexicana de la fertilidad.
Sin poner demasiada intención en ello, la aristócrata ha consolidado este 2024 una fórmula del éxito hecha de sí misma y de los elementos que componen su personalidad: espontaneidad, autenticidad, simpatía, sorpresa y ese punto de sofisticación que le confiere su doble condición de marquesa de Griñón e hija de la reina de corazones. Como colaboradora de televisión, la audiencia se mantiene expectante a la espera de que abra la boca. Da igual que desvele su postura en la cama o cómo practica su profunda fe religiosa. Es un reclamo y lo saben las marcas. Un fenómeno con todas las mimbres para ir creciendo.
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Tamara Falcó / EFE
Brindará con Möet & Chandon o con uno de los vinos de la finca familiar El Rincón, vestida con un diseño de su colección TFP by Tamara Falcó o con chándal, pero es indiscutible que los números le sonríen. En 2023, año del enamoramiento, infidelidad y reconciliación con Onieva, su caché saltó de los 25.000 a los 50.000 euros por aparición. Si cerró 2023 con un patrimonio en torno a los cinco millones de euros, cabe suponer que este habrá sido igual de fecundo económicamente.
Con más de 1,6 millones de seguidores en Instagram, tendríamos que echar mano de la calculadora y empezar a sumar: entre 3.000 y 4.000 euros por cada post en el que promociona una marca, que puede ser un queso, un cosmético, un perfume o cualquier otro producto inimaginable. Eso sin contar otros contratos con marcas conocidas. Tamara cobra por pisar una alfombra, asistir a un evento, sentarse en un plató de televisión, vestir una marca o aparecer en un reportaje fotográfico con su revista de cabecera. Y cuanto más desastrosa sea, en apariencia, su vida personal, más sube su caché. ¿Cómo cierra el año? Plena, agradecida por lo que tiene e ilusionada por lo que está por venir.