¿Hay acaso una forma mejor de revivir una década que vistiéndola? Es una mañana de junio. Miro por la ventana y me imagino Cambridge o Manchester vibrando otra vez: camisetas holgadas, pantalones rectos, cazadoras bomber que parecen trapos consentidos. Y luego ellos, los Gallagher, cuyo regreso parece una chispa que prende la gasolina de una estética que no aceptó irse del todo.
La moda, decidida y algo nostálgica, ha abierto los armarios que creíamos cerrados. Advertí la primera señal en un escaparate donde una chaqueta Burberry se colaba entre botines de cuero gastado, y en el aire flotaba un Wonderwall que casi podía cantar sola. Adidas puso sobre el pedestal la samba, la Gazelle y la Campus: líneas limpias, suela blanquecina, ese aire de skate londinense que nunca ha terminado de despegar.
Umbro no se queda atrás. Sudor y fútbol callejero, porterías invisibles, camisetas vintage que cuentan historias de tarde lluviosa y balón resbaladizo. Podría cerrar los ojos y escuchar el murmullo de los fans que, en los 90, se reunían en garitos de Camden, y hoy compran sudaderas con capucha inspiradas en aquella era, como un mensaje que dice “yo también viví esto o deseo haberlo vivido”.
En el mundo lifestyle, esta eclosión estética no es solo ropa: es intención, una declaración de intenciones de volver a tiempos donde todo parecía posible, incluso la marcha eterna al son de guitarras jangle. Millennials y centennials corren a por aquellas prendas que evadan el presente y regalen una sensación: el aire gris de la Gran Bretaña de los noventa, sí, pero también ese algo incómodo y hermoso de la juventud.
Y sin embargo, el britpop renace con otra capa: la comodidad. Ya no está aquí la rigidez de la moda escocesa clásica. Antes, trench sobrio, suéter apretado. Ahora, oversized, con toques casi deportivos. Es casual, sí, pero con esa clase lenta y desalineada que hicieron célebre aquellos hermanos irreverentes.
Sigo paseando por pasillos imaginarios de tiendas que huelen a autenticidad, donde los espejos devuelven un reflejo a medio camino entre la juventud y la nostalgia. Donde ya no eres un devoto de Oasis por llevar una camiseta, sino parte de un relato estético completo: el regreso de las pasarelas con exceso de volumen, de las zapatillas que parecen de copiloto en road trips, de los cuadros que ya no son tartán, sino emblema.

En definitiva, una moda que se reaviva cuando los Gallagher pisan de nuevo el escenario y, casi por arte de contraposición, se permite volver a ser cotidiana, sin alharacas ni estridencias, pero con esa confianza casi insolente de los que saben que, contra lo que digan, las modas verdaderas -las que llegan de dentro- nunca mueren.