Afganistán vive una nueva crisis migratoria. Cuatro años después de que el regreso de los talibanes al poder provocara un éxodo masivo hacia países vecinos, miles de niños y niñas están regresando desde Irán y Pakistán, en muchos casos solos y sin apoyo. Según un análisis de Save the Children basado en datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), “aproximadamente cada 30 segundos, un niño regresa o se ve obligado a regresar a Afganistán”.
En lo que va de año, más de 800.000 menores han cruzado la frontera, tres de cada cuatro desde Irán. La mayoría llega con lo puesto, a menudo tras haber nacido o crecido fuera del país y sin un hogar al que volver. El impacto de los recortes masivos de ayuda humanitaria en 2025 ha dejado a los equipos sobre el terreno “desbordados por el enorme volumen de necesidades”, advierte la organización.
Infancia en tránsito: Omid, Sadaf y Malohat
Omid, de 12 años, fue sorprendido en la madrasa cuando su padre irrumpió para anunciar que debían marcharse de Pakistán. “Hicimos las maletas deprisa y nos metimos en un camión grande con otras personas. Hacía calor. No teníamos comida ni agua. Quiero que encontremos una casa, que vayamos a la escuela y que volvamos a vivir una buena vida”, contó. Su padre, Feroz, describe la partida como salir “con las manos vacías y el corazón roto” y perder “nuestra casa, nuestros libros, incluso nuestras fotos familiares. Fue como huir de un incendio”.
Sadaf, de 5 años, regresó de Pakistán con sus padres y tres hermanos. Pasaron dos noches en el Centro de Tránsito de Kandahar, todos juntos en una tienda de campaña. “En Pakistán, teníamos una casa. Mama cocinaba, Baba iba a trabajar y yo jugaba fuera todos los días. Ahora no es lo mismo. Quiero ir a la escuela. Quiero escribir en una pizarra y enseñar a leer a los niños pequeños, como vi en unas fotos”. Su padre, Baset, fue trabajador de restaurante y hoy busca empleo. “Mis hijos tienen sueños. Sadaf quiere ser maestra. Abdullah quiere ser campeón de críquet. Solo espero poder ayudar a que se hagan realidad”.

De Irán a Afganistán
La historia de Malohat, de 7 años, es similar. Tras cuatro años en Irán con su familia, tuvieron que marcharse porque no les renovaron la residencia, aumentaron las restricciones a extranjeros y temían una separación forzada. Su padre, Yusuf, había trabajado como jardinero, pero la inflación le dejó sin ahorros y no pudo costear el transporte de sus pertenencias. “Mi deseo para mis hijos es que se eduquen, hagan una vida mejor y sigan sus pasiones”. En la frontera de Islam Qala, Save the Children les ofreció un espacio seguro para niños, atención sanitaria y agua. Ahora esperan poder instalarse con parientes en el norte del país.

Un país al límite
Antes de esta ola de retornos, Afganistán ya enfrentaba una grave emergencia humanitaria: casi la mitad de la población necesitaba ayuda y uno de cada cinco menores sufría niveles críticos de hambre. A ello se suma el desplazamiento interno forzado por la sequía en las provincias del norte, que está arrasando cultivos y reduciendo las reservas de agua.
Samira Sayed Rahman, directora de Incidencia Política de Save the Children en Afganistán, alerta: “La escala y el ritmo de las personas que regresan a Afganistán en estos momentos no tienen precedentes… Muchos de estos niños y niñas están agotados, aterrorizados e inseguros de cómo van a sobrevivir… La crisis adolece de graves carencias de recursos, falta de financiación y se pasa por alto. Y son los niños y niñas quienes pagarán el precio más alto”.

En ciudades como Herat y Kabul, la organización ha encontrado “enormes grupos de familias viviendo en parques y espacios abiertos” sin refugio ni acceso regular a alimentos o atención médica.
El llamado de Save the Children
Save the Children pide que los retornos sean “voluntarios, seguros y dignos” y advierte que obligar a menores no acompañados a volver aumenta su riesgo de explotación y abuso. La organización también solicita más financiación internacional para cubrir tanto la asistencia inmediata en la frontera como el apoyo a largo plazo que permita a las familias reconstruir sus vidas.
Desde marzo, la entidad ha asistido a más de 150.000 menores retornados. En la frontera, ofrece clínicas de salud y nutrición, ayuda en efectivo, servicios de protección infantil y programas de educación. Su presencia en Afganistán se remonta a 1976, y actualmente opera en 10 provincias con socios locales en otras 11.
Para Sadaf, Malohat, Omid y cientos de miles de niños más, el futuro inmediato sigue siendo incierto. Entre el calor sofocante de las tiendas de campaña, las colas interminables para obtener documentos y la falta de escuelas disponibles, sus días están llenos de espera. Pero sus palabras revelan algo que aún resiste: el deseo de aprender, de jugar y de volver a reír.