La experta

“El horror ocurrió en mi propia calle”: Sarah Gensburger y la huella colectiva del terror en París

La socióloga francesa, autora del libro Memory on my Doorstep, ha estudiado en la última década cómo la sociedad francesa ha lidiado con el trauma de los atentados contra la revista Charlie Hebdó y la sala de conciertos Bataclan

Sarah
La experta Sarah responde a las preguntas de Artículo14
Julian Tapprich

Cuando los atentados de París sacudieron Francia en 2015, la socióloga Sarah Gensburger no solo los vivió como ciudadana, sino como vecina, madre y estudiosa de la memoria colectiva. Su libro Memory on my Doorstep (Leuven University Press) va más allá del estudio académico: es un testimonio de cómo la tragedia se instala en la vida cotidiana familiar y colectiva, y se transforma en objeto de reflexión permanente.

Los atentados de enero y noviembre de 2015 en Francia marcaron un punto de inflexión en la historia reciente del país. El 7 de enero, dos terroristas de Al Qaeda irrumpieron en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo en París, y mataron a 12 personas e hirieron a otras 11. Dos días después, un cómplice mató a cuatro rehenes judíos en un supermercado kosher.

Expertos forenses de la Policía trabajan en el lugar de uno de los tiroteos ocurridos en París, en el Café Comptoir Voltaire, París, Francia
EFE/EPA/MARIUS BECKER GERMANY OUT

El 13 de noviembre, París volvió a ser golpeada: comandos del Estado Islámico perpetraron atentados coordinados con fusiles y explosivos en terrazas, restaurantes, el Estadio de Francia y la sala de conciertos Bataclan, donde 90 personas fueron asesinadas durante un concierto. En total, murieron 130 personas y más de 400 resultaron heridas, en lo que se convirtió en el ataque terrorista más mortífero en Europa desde los atentados de Madrid en 2004.

Especialista en memoria social, Gensburger llevaba más de una década estudiando los procesos de conmemoración cuando los ataques del 13 de noviembre sacudieron su vida. “Había trabajado durante años en la relación entre memoria y sociedad, pero siempre en lugares lejanos de mi vida cotidiana. Y de repente, el horror ocurrió en mi propia calle”, recuerda en conversación con Artículo 14. La socióloga reflexiona sobre el modo en que París lidia con los ecos del terrorismo, las tensiones en torno al recuerdo y la importancia de preservar la memoria.

Una flor cuelga de un agujero de bala en una ventana de la calle Alibert en París, Francia, 14 de noviembre de 2015
EFE/EPA/MALTE CHRISTIANS GERMANY OUT

-¿Qué le llevó a convertir en objeto de investigación algo tan personal como los atentados de París?
-Creo que hubo tres razones. La primera es que llevaba años trabajando sobre la memoria colectiva, y cuando ocurrieron los atentados ya era una académica dedicada a estudiar cómo las sociedades recuerdan. La segunda es que soy, además de investigadora, madre de dos niños que en ese momento tenían cuatro y siete años. Vivíamos en Boulevard Voltaire, la calle donde está el Bataclan, y sus escuelas quedaban exactamente entre el Bataclan y Charlie Hebdo. Algunos niños de su colegio pasaron justo por delante de la redacción cuando comenzó el ataque. Así que ya estábamos implicados, emocional y comunitariamente.

-¿Cómo afectó eso a su familia y a su entorno?
-Fue un shock. Recuerdo las conversaciones con las otras madres del colegio ese fin de semana, preguntándonos si debíamos llevar a los niños al colegio el lunes. Todas éramos madres, todas tratábamos de protegerlos, pero también queríamos mantener cierta normalidad. Esa tensión entre el miedo y la continuidad fue lo que me llevó a querer estudiarlo desde dentro.

Una persona coloca una vela entre los homenajes a las víctimas de los ataques de noviembre de 2015, en un memorial en la Plaza de la República, París
EFE/EPA/MOHAMMED BADRA

-¿Cómo logró equilibrar la investigadora y la mujer que vive un trauma tan cercano?
-Si lo conseguí fue gracias a la sociología. Este trabajo te obliga a tener reflexividad, a ser consciente de tu propia mirada. Usé mis herramientas metodológicas para poner distancia entre mí y el acontecimiento. Mi pareja, por ejemplo, que no es académico, me decía años después: “Me doy cuenta de que aún no lo he digerido”. Yo creo que pude avanzar porque usé mi conocimiento como una forma de procesar lo ocurrido.

-En su libro habla de una “memoria en el umbral”, una memoria doméstica. ¿Qué significa eso?
-El título Memory on my Doorstep es literal. Significa estudiar la memoria desde lo ordinario, desde mi vida diaria como madre, como mujer, como vecina. Decidí documentar lo que veía, los objetos, los mensajes, las conversaciones. Al principio pensé en escribir un libro académico, pero estaba demasiado ocupada, así que abrí un blog. Era una manera de escribir diferente, más inmediata, más viva.

Militares franceses montan guardia cerca del lugar donde tuvo lugar una redada en el centro de la ciudad de Saint Denis, cerca de París, Francia
EFE/EPA/IAN LANGSDON

-¿De qué modo la vida familiar se integró en la investigación?
-Mis hijos eran pequeños, pero estaban conmigo en todas partes. Mi hija, que tenía siete años, empezó a expresar sus propias opiniones mientras caminábamos por el barrio. A veces me sorprendía su mirada, tan libre de los marcos adultos. Incorporar su voz fue, de hecho, útil desde el punto de vista metodológico: me ayudó a ver las cosas desde otro ángulo.

-Diez años después, ¿cómo cree que París y Francia recuerdan aquellos ataques?
-Hoy los atentados se recuerdan sobre todo como el ataque del Bataclan, no como los de noviembre de 2015. Eso tiene consecuencias: borra otras tragedias, como la de Niza en 2016 o la de la escuela judía de Toulouse. El Bataclan está en el centro de París, asociado a la cultura y las clases medias, y por eso se ha convertido en el rostro público del terrorismo.

Una gran multitud se reúne para depositar flores y velas frente al restaurante Carillon en París, Francia
EFE/EPA/IAN LANGSDON

-¿Qué transformaciones observa en la ciudad a raíz de la tragedia?
-Ha nacido una política de memoria completamente nueva. En cada lugar de los atentados hay placas conmemorativas, y ahora se inaugura el Jardín de la Memoria detrás del ayuntamiento. Es un espacio doble: recuerda a las víctimas, pero también celebra la vida. Es un jardín donde puedes ir con tus hijos, apropiarte del lugar. Esa mezcla de duelo y cotidianidad es muy parisina.

-¿Cómo ha influido todo esto en el clima político y social?
-Es difícil establecer una relación directa, pero está claro que los discursos de la extrema derecha usan el terrorismo como telón de fondo para hablar del islam y de la inmigración. Sin embargo, los políticos evitan referirse explícitamente al 13 de noviembre, porque las asociaciones de víctimas condenarían ese uso. Cuando Éric Zemmour intentó hacer un discurso frente al Bataclan sobre inmigración, fue unánimemente denunciado como una profanación.

Cera derretida de velas frente a la Embajada de Francia en Seúl, Corea del Sur, el 17 de noviembre de 2015
EFE/EPA/JEON HEON-KYUN

-Se producen tensiones dentro de los memoriales populares.
-Sí, en el memorial improvisado de la Place de la République había un mensaje en árabe que celebraba “la libertad, el conocimiento sobre la creencia y el estar juntos”. También un gran cartel firmado por argelinos de Francia que decía: “Unámonos contra el antisemitismo, el racismo, la islamofobia y el odio”. Cuando volví al día siguiente, había desaparecido.

-¿Cómo se manifiesta hoy esa memoria colectiva?
-En los aniversarios, las calles se bloquean para las ceremonias oficiales. Los vecinos bromeamos: “Ellos vienen a visitarnos, pero nosotros somos los que realmente lo vivimos”. Esa convivencia entre lo institucional y lo vecinal ha creado una identidad de barrio. Y también algo más: un deseo de comunidad. En la Place de la République ves a desconocidos encendiendo velas juntos, hablando entre sí. Después de años de fragmentación social, hay una necesidad profunda de estar juntos.

-¿Qué aprendizajes personales le deja todo este proceso?
-Aprendí que hay que prestar atención a la continuidad y a la diversidad de las memorias. No creo que exista una memoria colectiva del 13 de noviembre. Hay un acuerdo sobre que debemos recordarlo, pero los significados que cada uno le da son muy distintos, incluso conflictivos. Y eso está bien: la memoria no tiene por qué ser unánime.

Miles de personas guardan un minuto de silencio cerca de la sala de conciertos Bataclan en París, en noviembre de 2015
EFE/EPA/LAURENT DUBRULE

-¿Puede el modelo parisino servir de ejemplo?
-En parte, sí. Aquí se ha dado una “co-construcción de la conmemoración” entre asociaciones de víctimas, ayuntamiento y Estado. Esa colaboración ha generado una política pública de memoria sólida, con museos, archivos y espacios cívicos. En otros lugares, como Bruselas, no hubo esa dinámica. En Francia la memoria tiene instituciones muy antiguas, casi una administración propia, y eso permitió reaccionar con rapidez tras los atentados.