Desde el 6 de octubre de 2023, Ilana Gritzewsky no disfruta de los placeres de la vida. El café matinal y el paseo con su perro por los senderos del kibutz Nir Oz. Hornear repostería, trabajar la tierra, pinchar música electrónica. El 7 de octubre de 2023, los terroristas de Hamás no solamente la secuestraron, golpearon y agredieron sexualmente. También le robaron el presente, convirtiéndola en una figura mediática involuntaria. Sus fuerzas se consumen, mientras intenta mantener viva la campaña por la liberación de Matan y el resto de 47 rehenes que permanecen en los túneles de Gaza.
Ilana sigue temblando. Las secuelas físicas y psicológicas de su cautiverio están grabadas a fuego en su mirada. En la sede del Foro de Familias de Rehenes en Tel Aviv, la joven israelí de origen mexicano recibió a Artículo14. Su asistencia no se confirmó hasta último minuto, dado que los rehenes y sus familiares están exhaustos tras vivir 708 días de infierno. Pero no tienen alternativa: si se callan, el gobierno de Israel y el mundo los olvidará.
El testimonio de Ilana es similar al del resto de supervivientes de la matanza islamista, que se cobró la vida de 1.200 israelíes y el secuestro de 251 con una brutalidad imposible de digerir. Sonaron las alarmas por misiles a las 6:29 de la madrugada. Despertó a Matan y se encerró con su perro en el cuarto blindado de su casa. Empezó a escuchar balazos y gritos en árabe. “Nuestro turno llegó como una ruleta rusa. Empezaron a destruir mi casa y a disparar por todas partes”, cuenta. Mandó su último mensaje a su hermano en México.
El asalto de Hamás
Al verse acorralados, ella y Matan corrieron en direcciones opuestas. Ella se escondió en un armario del jardín de sus vecinos, que yacían asesinados en el suelo. “Me levantaron con un rodillazo en el estómago, golpeándome, arrastrándome de los pelos por el suelo”, rememora. La apuntaron con un rifle e intentaron transmitir su secuestro en directo con su propio smartphone, como hicieron con otras víctimas asesinadas ante los ojos de sus seres queridos.

“Me pusieron un plástico en la cabeza para no poder ver y respirar. Las casas se quemaban a mi alrededor. No paraba de entrar gente corriendo a robar y matar. Subida en moto, de camino, empecé a sufrir abusos sexuales. Me desmayé física y emocionalmente”, prosigue. Despertó en una casa destrozada, acostada sobre piedras, medio desnuda, con hombres golpeándola. “Me salvé de que no me violaran por tener el periodo”, recuerda. Aunque eso enojó a sus carceleros: “me rompieron la cadera, me dislocaron la mandíbula, y tenía la pierna quemada por el tubo de escape”.
Liberación tras la tortura
“Bienvenida a Gaza”, le dijeron. Ilana pasó a ser un “muñeco” de los terroristas. La vistieron con ropa árabe, y la movían de un apartamento a otro. Uno la abrazaba, le decía que “era muy bonita”, que se iban a casar y tener hijos. “Caminamos a oscuras por las calles, descalza, destrozándole los pies. Misiles volando sobre nuestra cabeza y explosiones. Junto a otras rehenes, pasamos cuarenta días durmiendo en el suelo con cucarachas y ratas. Sin comida, sin higiene, sin baños, con la misma ropa. Perdí trece kilos”, recuerda sobre la fecha de su liberación, en la tregua de noviembre de 2023.
Cada noche las interrogaban, el maltrato psicológico era rutinario. “Leían el Corán y me pedían rezar con ellos. Me preguntaban si era una soldado. Insistían en que no saldría con vida”, dice. Encerrada en un cuarto, se veía obligada a orinar en frente de los otros cautivos. “Si te mueres de hambre o de sed, nadie se va a enterar”, lamenta. También fue retenida en un hospital como “escudo humano”, en lo que “debería ser el lugar más seguro para los ciudadanos”.
Arrastrada por los túneles
En la fase final de su cautiverio, fue arrastrada por los túneles -pese a tener la cadera rota-, donde la humedad la asfixiaba. “Apenas podía respirar, y tenía un terrorista delante y otro detrás apuntándome”. Bajo tierra, comía 12 granos de garbanzos al día, mientras los islamistas portaban grandes bolsas con pan y alimentos. Tampoco permitieron que fuera vista por la Cruz Roja, ni recibir medicamentos para paliar sus enfermedades crónicas.
Sus carceleros la usaban como señora de la limpieza en los túneles, le prometían a diario que sería liberada. “Cada vez que me llevaban a un lugar nuevo preguntaba por Matan. Ofer Calderón, que ya se liberó, fue quién me confirmó que estaba secuestrado junto a Eitan Horn”, afirma. Ese era otro hándicap: los rehenes permanecían incomunicados, sin saber si sus familiares seguían vivos, muertos o capturados.
Ilana recibió a los periodistas extranjeros dos días después del ataque israelí en Doha, que pretendía eliminar al liderazgo de Hamás en el extranjero. La misión, justificada por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu como una venganza contra los arquitectos de la matanza del 7 de octubre, fracasó. Era un intento de venganza controvertido: pretendía eliminar a los líderes islamistas que negociaban la tregua para frenar la guerra en Gaza y liberar a los rehenes.
“Seguimos los acontecimientos en Doha con profunda preocupación. Un profundo temor se cierne sobre el precio que los rehenes podrían pagar. Sabemos por los supervivientes del cautiverio que han regresado que la venganza dirigida contra los rehenes (tras los ataques israelíes) es cruel”, declaró el Foro de Familias. El avance militar israelí en ciudad de Gaza también hace temer que de los 47 rehenes capturados, solo unos 22 permanecen con vida.
Liberación tras la tortura
“Desde hace 650 días que me liberé, solo hago esto. Doy voz a los secuestrados, a los que perdieron la vida y no pueden contarlo. Sin Matan, mi alma sigue en los túneles, vivo el secuestro día y noche. Siento culpa porque ellos siguen allí y yo estoy libre”, lamenta. Se castiga cuando abre la nevera, pensando en el hambre que sufre su novio. Nueve residentes de Nir Oz siguen en cautiverio. Una de cada cuatro personas del kibutz fue asesinada o raptada.
“Nosotros no queremos guerra, la mayoría del pueblo israelí estamos exigiendo terminar con esto, queremos que nuestros secuestrados regresen. Queremos también que los palestinos tengan lo que merecen, igualdad y derechos humanos. ¿Por qué nadie alza la voz contra Hamás?”, pregunta a la prensa. Discrepa con la estrategia de Netanyahu de manejar la guerra y las negociaciones, pero “no voy a olvidar quién empezó todo esto”.
Las familias de los cautivos insisten en que “su tiempo se está agotando”. Y a diferencia de la “victoria total” que sigue prometiendo Netanyahu, cuyos objetivos fijados para la guerra -destruir a Hamás y liberar a los rehenes- siguen sin materializarse, matizan que “la verdadera victoria ocurrirá cuando todos los rehenes estén en casa”.