Matrimonio infantil

Hay cosas que ninguna niña debería tener que dibujar

Cada año, 12 millones de niñas son obligadas a casarse antes de cumplir los 18 años. Hoy, más de 640 millones de mujeres en el mundo fueron casadas siendo niñas

Sudán del Sur
Cuatro niñas en la escuela Fourkouloum, a orillas del lago Chad
Irene Galera-JRS-Entreculturas

En una escuela de Sudán del Sur, un grupo de niñas se sienta en sus pupitres de madera, rodeadas de folios y lápices de colores. La psicóloga les pide que dibujen “qué significa ser niña”. Entre trazos tímidos, Mary (nombre ficticio para proteger su identidad) dibuja una boda: una novia diminuta -“mi mejor amiga”, se lee en una esquina- junto a un hombre mayor que la sujeta del brazo. El dibujo hablaba por sí solo: hay cosas que ninguna niña debería tener que dibujar.

Estos ejercicios forman parte del acompañamiento psicosocial que desde la ONG Entreculturas y JRS (nuestra organización aliada en Sudán del Sur) realizamos hace unos meses en Yambio, al suroeste del país. Allí, donde más del 80% de las niñas asegura haber sufrido algún tipo de violencia, pero también en Kenia, Uganda y Etiopía, llevamos a cabo espacios seguros donde niñas de entre 5 y 15 años pudieron compartir los distintos tipos de violencias que sufren como un primer paso para sanar sus heridas.

Cuando pensamos en el matrimonio infantil solemos imaginar ceremonias formales, pero, como nos muestra Mary, la realidad es mucho más amplia: también existen uniones tempranas o informales que, en la práctica, son igualmente forzadas. Y esto no ocurre solo en África. En países de América Latina donde también trabajamos, como Nicaragua o Guatemala, estas uniones suelen estar relacionadas con embarazos adolescentes, muchas veces consecuencia directa de la violencia sexual.

Infancias interrumpidas

Cada año, 12 millones de niñas son obligadas a casarse antes de cumplir los 18 años. Hoy, más de 640 millones de mujeres en el mundo fueron casadas siendo niñas. Las consecuencias detrás de estos datos son devastadoras: abandono escolar, embarazos precoces y complicaciones de salud que siguen siendo la principal causa de muerte entre adolescentes de 15 a 19 años en países de ingresos bajos y medios. Por poner un ejemplo, en Guatemala, en 2022, se registraron 3.463 partos en niñas de entre 10 y 14 años, la mayoría resultado de violaciones.

A nivel global, nueve de los 10 países con las tasas más altas de matrimonio infantil están viviendo una crisis humanitaria. En contextos de guerra, desplazamiento o pobreza extrema, muchas familias recurren a esta práctica como una estrategia de supervivencia: una dote a cambio de la hija, una boda que promete “protegerla” de la violencia o del hambre.

Pero el matrimonio infantil, que Naciones Unidas y el Convenio de Estambul reconocen como una forma de violencia de género, no ofrece seguridad, sino silencio, aislamiento y abuso. Sin embargo, a pesar de este consenso internacional, el progreso hacia su erradicación sigue siendo desesperadamente lento. Y es que, al ritmo actual, necesitaríamos 300 años para eliminarlo.

“Al llegar a sexto, dejamos de verlas”

Issa tiene 18 años y vive en Mongo, Chad. Es una joven líder del programa La LUZ de las NIÑAS en su país y sabe bien lo que significa perder a las compañeras por culpa del matrimonio infantil: “En primero puede haber 15 niñas, y solo dos llegan a sexto. Las demás desaparecen. A algunas las casan, a otras las obligan a quedarse en casa. Tengo amigas que fueron forzadas a casarse. Una de ellas se casó a los 14 y fue madre a los 15. El parto fue muy difícil para ella”.

Issa habla con la frustración de quien ha visto demasiado pronto lo que debería haberse retrasado toda una vida. Pero también con la convicción de que el cambio es posible. Por eso, lleva tiempo movilizándose para erradicar esta práctica, liderando actividades de sensibilización en las aldeas cercanas: “Vamos casa por casa, hablamos con las familias. Les contamos lo crucial que es que las niñas estudien. Este año, por primera vez, hay más niñas que niños yendo a clase”.

La educación como refugio

Como explica Issa, existen caminos de transformación: uno de los más importantes es el derecho a la educación. Hemos comprobado cómo las niñas, cuando se sienten seguras en las escuelas y se les pregunta por su futuro, dibujan cosas distintas: un aula llena, un libro abierto, un maletín de doctora.
Y es que, según datos de Naciones Unidas, dos de cada tres matrimonios infantiles se podrían evitar si todas las niñas completaran la educación secundaria, llegando a reducirse y la cifra podría reducirse un 80% si continuaran hasta la educación superior. Sin embargo, hoy en día, el 90% de las niñas casadas está fuera de la escuela.

Buscando revertir esta situación, a través de programas como La LUZ de las NIÑAS, desde la ONG Entreculturas trabajamos en la sensibilización y el acompañamiento dentro y fuera de las aulas para que las niñas puedan permanecer en la escuela, recibir apoyo psicosocial y fortalecer su autoestima. La premisa es clara: la escuela no es solo un lugar de aprendizaje, es también un refugio, un espacio donde las niñas pueden construir redes, encontrar apoyos y reconocerse entre iguales.

Un día para romper el silencio

Como hemos visto, el matrimonio infantil sigue siendo una de las violencias más invisibles y normalizadas del mundo. Por eso, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se conmemora el 25 de noviembre, desde Entreculturas pedimos a Naciones Unidas la proclamación de un Día Internacional para la Erradicación del Matrimonio Infantil, Precoz y Forzado.

No se trata solo de lograr que se proclame una fecha concreta y simbólica, sino de un compromiso global para poner este tema en la agenda política, movilizar recursos y exigir rendición de cuentas. Con la inversión adecuada, el cambio es posible: según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, acabar con esta práctica en los 68 países que concentran el 90% de los casos costaría 35.000 millones de dólares hasta 2030, unos 600 dólares por cada niña liberada del matrimonio.

Si queremos cambiar los dibujos del mañana, escuchemos a las niñas. Protejámoslas, acompañémoslas y exijamos compromisos reales para erradicar esta práctica. Que ninguna niña tenga que volver a dibujar su boda. Ni la suya, ni la de su mejor amiga.