Opinión

Sudán: el lugar más oscuro de la tierra

Actualizado: h
FacebookXLinkedInWhatsApp

Absorta la comunidad internacional en el este de Europa con motivo de la agresión perpetrada por Rusia en Ucrania en febrero del año 2022 y con el foco también puesto en Oriente Medio tras los ataques lanzados por Israel en respuesta a la ofensiva de Hamás en octubre del año siguiente, pareciera que nada más grave pudiera estar sucediendo en el planeta. Sin embargo, en una parte de la antigua Nubia (territorio que hoy abarca tanto Sudán como Sudán del Sur), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) alertaba, a comienzos de esta semana, de que “más de veintiún millones de personas en todo Sudán enfrentan altos niveles de inseguridad alimentaria aguda, la mayor crisis de este tipo en el mundo”. Este dato debe valorarse junto al hecho de que el número total de muertes relacionadas con la guerra podría superar las ciento cincuenta mil.

Ante este devastador escenario, conviene recordar que la región se ha visto sacudida durante las últimas décadas por episodios violentos recurrentes como si una ola cíclica de muerte y destrucción emergiera cada cierto tiempo para arrasarlo todo. Podría pensarse, de hecho, en una suerte de manto oscuro atemporal desplegado sobre Sudán desde tiempos remotos. En este sentido, cabe señalar que antes de la llegada del colonialismo, la esclavitud era una práctica habitual que se mantuvo bajo el dominio ejercido por el imperio otomano. Asimismo, a finales del siglo XIX, la apertura del Canal de Suez atrajo el interés de Reino Unido que acabó alzándose como la autoridad principal. Esta potencia, lejos de aportar estabilidad, agudizó las diferencias étnicas y regionales existentes que más tarde repercutirían en Sudán como país independiente. Además, los oficiales británicos no erradicaron las prácticas esclavistas, en parte, porque las consideraron naturales. Así pues, tras este brevísimo repaso histórico, se advierten aspectos sombríos del lejano pasado sudanés, cuyos ecos aún reverberan en el presente, como si las tinieblas de ayer siguieran proyectando su sombra –alargada y funesta– sobre la frágil luz del mañana.

Sea como fuere, debemos tener presente que los datos mencionados al principio se refieren a los acontecimientos desencadenados a partir de abril del año 2023 cuando estalló una guerra civil entre las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Esta conflagración bélica ha supuesto, hasta la fecha, decenas de miles de muertos. A ello se suman los doce millones de desplazados que han huido de sus hogares en busca de lugares seguros, así como los treinta millones personas que necesitan asistencia humanitaria urgente. Lo peor de todo es que en el horizonte no se vislumbra luz alguna. La oscuridad parece imponerse sin tregua mientras la situación parece tornarse cada vez más virulenta. Así lo demuestra la reciente toma de El-Fasher, la capital del Estado de Darfur, por una de las partes beligerantes tras más de quinientos días de asedio. Según la citada organización, esta ofensiva ha conllevado la muerte de cientos de civiles. Además, quienes han logrado sobrevivir, pero no huir permanecen atrapados sin acceso a alimentación básica ni a productos de primera necesidad.

Mujeres refugiadas sudanesas en un punto de reunión para los autobuses preparados para su regreso voluntario de Egipto a Sudán
EFE

En todo caso, para medir verdaderamente la dimensión de esta tragedia, conviene mirar hacia atrás y recuperar episodios clave –relativamente recientes– que nos ayudan a entender cómo se gestó y desarrolló el conflicto que hoy está poniendo en jaque a la población de Sudán. Concretamente, debemos detenernos en el año 1989 cuando el militar Omar al Bashir encabezó un golpe de Estado que le llevó a la presidencia del país. Durante su prolongado y despótico gobierno, Sudán vivió un conflicto civil de envergadura –la Segunda Guerra Civil sudanesa– qu22e se desarrolló desde 1983 hasta el año 2005 y causó alrededor de dos millones de muertos. Aquellos años fueron profundamente convulsos e implicaron, poco después, la independencia de Sudán del Sur en el año 2011. En esa misma época, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de arresto contra el dirigente sudanés, convirtiéndolo en el primer mandatario en ejercicio que era acusado de perpetrar crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

Siguiendo con la relación de hechos relevantes, conviene señalar que la secesión de Sudán del Sur implicó para Sudán la pérdida de gran parte de sus ingresos procedentes del petróleo, lo que obligó al país a enfocar su economía en la explotación de, principalmente, el oro. Finalmente, Omar al Bashir fue derrocado en el año 2019. Tras una oleada de protestas, se creó un consejo de transición compuesto por militares y civiles. Sin embargo, en el año 2021, el general Abdel Fattah Al Burhan orquestó un golpe de estado, rompiendo el pacto de poder compartido y concentrando nuevamente la autoridad de la nación sudanesa en manos del ejército. Desde entonces, las tensiones entre las FAS –dirigidas por el citado líder– y las FAR –lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo– se intensificaron hasta desembocar en una guerra abierta en abril del año 2023, cuyos primeros combates se produjeron en el palacio presidencial, el aeropuerto internacional de Jartum y otros puntos estratégicos gubernamentales que sumieron rápidamente a Sudán en el caos. Con el paso de los meses, el epicentro del conflicto se trasladó a la región de Darfur donde, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, unos cuatro mil civiles murieron y alrededor de ocho mil cuatrocientas personas resultaban heridas entre el 15 de abril y finales de agosto. Para octubre, los paramilitares habían logrado imponerse en buena parte de Darfur y avanzaban hacia Jartum y Kordofán, ampliando así el alcance de una guerra que continuaba diezmando el país.

En la actualidad, los enfrentamientos se extienden por todo el territorio. Aunque ninguna de las partes ha logrado una victoria decisiva, es cierto que la toma de la ciudad de El-Fasher, sitiada durante meses, por las FAR constituye un acontecimiento de enorme relevancia. Hay que recalcar que este enclave ha padecido una crisis alimentaria debido al bloqueo prolongado impuesto en la zona. A ello hay que sumar las matanzas recientemente perpetradas en las últimas semanas. Las imágenes satelitales difundidas dan cuenta de las atrocidades cometidas en el que fuera el último bastión del ejército en Darfur: fosas comunes, extensas áreas calcinadas, escenas de masacres y grandes manchas rojas de sangre que tiñen la tierra como una huella visible del horror. Asimismo, los vídeos que han llegado a viralizarse muestran actos de brutalidad extrema por parte de los combatientes, cuya ausencia total de compasión hace difícil visualizar. Los que han conseguido huir se han desplazado principalmente hacia Tawila, desde donde relatan testimonios estremecedores, muchos de ellos insistiendo en que han escapado del “infierno en la Tierra”. Aunque se ha solicitado reiteradamente la apertura de corredores humanitarios, hasta el momento tales peticiones no han prosperado. En los últimos días, la CPI ha expresado su profunda alarma y preocupación ante los informes procedentes de El-Fasher y ha anunciado la apertura de nuevas investigaciones.

Sudán
Un grupo de mujeres, compuesto por retornadas sursudanesas y refugiadas sudanesas, participa en una sesión sobre violencia de género en el centro de tránsito de Renk
Efe

Hay, por tanto, varios factores que actúan como catalizadores del conflicto sudanés. Por un lado, resulta esencial incidir en la falta de voluntad de establecer un régimen verdaderamente democrático por parte de quienes han ostentado –y aún ostentan– el poder. En este contexto, cobran especial relevancia los objetivos de las partes beligerantes consistentes en no sólo ampliar su control territorial, sino en asegurarse el acceso a los recursos naturales existentes, perpetuando así dinámicas de saqueo y corrupción. Asimismo, la marginalización de las ciudades periféricas ha propiciado un terreno fértil para que la violencia campe a sus anchas. Junto a lo anterior, es importante subrayar que este enfrentamiento no puede ser únicamente analizado en clave interna: países como Emiratos Árabes Unidos han proporcionado a las FAR armas y drones, mientras que Egipto ha respaldado a las FAS con el fin de mantener la estabilidad de sus fronteras y su influencia en el Nilo. Por último, conviene no perder de vista el turbulento pasado de Sudán –anteriormente esbozado–, cuya tenebrosa sombra continúa proyectándose en el presente.

Y, llegados a este punto, resulta harto complejo comprender cómo la comunidad internacional ha permitido que esta tragedia avance hasta alcanzar las dimensiones que tiene hoy. Ya no se trata de debatir la posibilidad de intervenir bajo la justificación de principios humanitarios que pongan fin a un escenario marcado por la violencia extrema. Lo verdaderamente desconcertante es la falta de atención –o, más bien, la indiferencia deliberada– en torno a un conflicto que está esquilmando a toda una población que espera –imagino que, a estas alturas, de forma desesperanzada– a que alguien actúe. Pero sobre este rincón del planeta no hay una preocupación genuina. Mientras los focos mediáticos se concentran en otras regiones del mundo, Sudán se hunde en la más densa oscuridad. Sin embargo, en esa caída a los infiernos, se advierte un susurro incómodo que revela –con descarnada claridad– una verdad indiscutible: África sigue siendo el continente olvidado y lo que suceda en los países que lo integran no constituye una prioridad para nadie. Los sudaneses viven una guerra que apenas encuentra eco fuera de sus fronteras. Sudán es hoy uno de los lugares oscuros de la Tierra de los que habló Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas: espacios donde la barbarie adopta la forma de oscuridad y acaba devorando toda esperanza. El país sigue prisionera de sus propias sombras –pasadas y presentes–, sin que en el horizonte se adivine un mínimo resquicio de luz.

TAGS DE ESTA NOTICIA