Cuando a Marta y a su pareja les propusieron mudarse a Kirguistán, no sabían ni situarlo en el mapa. “Cuando el representante nos dijo el nombre, nos quedamos los dos pensando: ¿y eso dónde está?”, recuerda entre risas. Lo buscaron en Google, lo comentaron con sus familias y, apenas unos días después, ya estaban haciendo las maletas.
Él, futbolista, quería probar suerte en Asia. Ella, mallorquina y sanitaria de formación, decidió acompañarlo con su hija de diez meses. “Fue todo rapidísimo, lo hablamos un fin de semana y el jueves ya estábamos volando. Dejamos a nuestra perrita en España, porque aquí las temperaturas son extremas. Nos vinimos un poco a la aventura, sin saber lo que nos íbamos a encontrar”.
“No entendíamos nada”
Llegaron a Bishkek, la capital, con temperaturas bajo cero y un idioma completamente ajeno. “Aquí hablan ruso y kirguís, y casi nadie sabe inglés. No entendíamos nada”, explica. Aquellos primeros días apenas salían de casa: solo para comprar, ver la nieve o dar un paseo corto. “Las temperaturas eran tan bajas que la vida era básicamente estar dentro. Yo intentaba ir al gimnasio cuando mi pareja entrenaba, necesitaba un rato de desconexión. Pero los primeros meses fueron de adaptación y poco más”.
Lo curioso, dice, es que el verdadero choque no llegó al principio, sino después: “Cuando volví de vacaciones a España y regresé aquí, fue cuando más me costó. Ya había vuelto a sentirme cerca de los míos, y volver a estar tan lejos se notó mucho más”.

“Una mezcla increíble”
Marta describe Kirguistán como “una mezcla increíble”. En sus palabras, es un país de mayoría musulmana, de raíces asiáticas y con un idioma ruso. “Al principio nos parecía una combinación rarísima, pero ahora la sentimos familiar. Nos han ayudado mucho”.
La primera diferencia que notó fue el trato distante. “Te cruzas con los vecinos y ni te miran, ni te saludan. Nosotros lo interpretábamos como frialdad, pero en realidad es su forma de ser”. Con el tiempo entendió que esa reserva no es desinterés, sino costumbre: “Siguen sin saludar, pero ya no me choca. Es que son así”.
A ese carácter reservado se suma una estructura social muy marcada por el respeto a los mayores. “En el supermercado o en el médico, la gente mayor pasa siempre delante. Y si no te apartas, te miran mal”, cuenta entre risas. “Una vez estaba pagando una analítica y una señora se me puso literalmente delante, en la misma ventanilla. Me dejó con la palabra en la boca”.
@martaoliverribas ✨Cosas que pasan en Kirguistán que en España no pasarían nunca en la vida ✨ Última parte. Me despido de esta sección porque en unos días nos vamos de aquí. Creeis que volveremos el año que viene o en algún momento de nuestra vida? No se sabe 😬 #kirguistan #españa #centroasia #españolesporelmundo #diferencias
Con el traductor para todo
La barrera del idioma es, según ella, el mayor obstáculo del día a día. “Nos comunicamos con traductor para todo. En el súper hacemos fotos a las etiquetas para saber lo que compramos”. Apenas han aprendido unas pocas palabras básicas —hola, gracias, bolsa— y han desarrollado una rutina de gestos, paciencia y aplicaciones.
Aun así, asegura que la gente es amable con los extranjeros. “Cuando les dices que eres de España, se emocionan. Les encanta el país, enseguida te preguntan por el fútbol o por aprender español. Se preocupan de que estés bien, de que te guste su ciudad”.
Con el tiempo, el barrio los ha adoptado. “Ahora ya nos conocen, saben el nombre de nuestra hija y nos saludan desde las ventanas”. Y aunque son pocos los españoles en el país, han formado un pequeño grupo. “Nos juntamos seis o siete cada semana para tomar algo y contarnos cómo lo llevamos. Esas quedadas te hacen sentir un poco en casa”.

Una vida sencilla y fría, pero tranquila
Marta insiste en que la vida en Bishkek es modesta: “Los sueldos aquí son más bajos, claro, pero la gente vive bien, no se ven necesidades extremas”.
El país le parece seguro, ordenado y curioso en muchos sentidos. Habla con sorpresa de la policía, “muy joven y muy estricta con cosas pequeñas”. Recuerda una vez que casi los multan por ir con el carrito de la niña por la carretera unos metros: “Nos vieron y se preocuparon por la seguridad de la nena. Los niños están muy protegidos aquí”.
Su hija, de apenas año y medio, se ha adaptado mejor que nadie. “Para ella lo normal es esto. Sus primos son los niños del parque, su tía es la mujer del entrenador… Es muy feliz aquí”. Los parques, asegura, son enormes y llenos de actividades infantiles: “En eso nos ganan, hay una cultura muy familiar”.
“No me da la seguridad que tengo en España”
Aun así, hay un tema que le genera inseguridad: la sanidad. “Vamos a una clínica privada porque es la única donde hablan inglés, pero aun así no me siento del todo tranquila. Los médicos tienen otra formación, otra manera de trabajar… No me da la seguridad que tengo en España”. Esa incertidumbre, dice, es la única razón por la que quizás no volvería a vivir allí.
@martaoliverribas Vamos al pediatra en Kirguistán 🙂 #pediatra #bebe #kirguistan #asiacentral #españolesporelmundo
Nuevos proyectos
Desde Kirguistán, Marta ha empezado un proyecto online. Tras años trabajando como auxiliar de enfermería y en turismo, necesitaba recuperar una parte de sí misma. “Me costó mucho dejar de ejercer. Ahora acompaño a mujeres que han sido madres y quieren trabajar desde casa. Me hace sentir útil y realizada”.
Pronto volverán a España. La temporada de fútbol termina y, aunque no descartan regresar o mudarse a otro país asiático, lo que más le apetece es “volver a ver a la familia, a la perrita y a comer bien”.
“La variedad de España no la tiene ningún sitio”
Sonríe al hablar de comida, porque es lo que más echa de menos. “Aquí todo es muy natural, demasiado. La verdura la sacan del huerto y ya está, sin control ni nada. Se nota mucho. Comemos arroz, pasta, pollo… vamos a lo seguro. La variedad de España no la tiene ningún sitio”.
Mientras tanto, sigue disfrutando del presente. Dice que Kirguistán es un país extraño y fascinante a la vez, “donde aprendes a mirar el mundo de otra manera”.
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