Muerte de Charlie Kirk

Una plaga de violencia política se extiende por Estados Unidos

Donald Trump, quien anunció la muerte de Kirk en su red Truth Social, lo describió como alguien que “entendía el corazón de la juventud de Estados Unidos mejor que nadie”. En su elogio dejaba entrever la enorme pérdida de un aliado en su cruzada cultural contra la izquierda

OREM (United States), 11/09/2025.- First responders stand outside the doorway of the Nuvi building following the shooting of Charlie Kirk, the CEO and co-founder of the conservative youth organization Turning Point USA, at Utah Valley University in Orem, Utah, USA, 10 September 2025. Kirk was shot at an event he was hosting at Utah Valley University and was removed from the premises by his security team, he later died in the hospital. A suspect is in custody. EFE/EPA/MARIELLE SCOTT

La sala del auditorio en la Universidad del Valle de Utah estaba llena de jóvenes ansiosos, el tipo de expectación que acompaña a un evento político en un campus universitario. Charlie Kirk, con su estilo de retórica habitual entre la provocación y las frases cortantes, respondía a una pregunta sobre tiroteos masivos cuando un único disparo quebró el aire. El estruendo seco provocó el caos. Gritos, carreras, cuerpos agachándose entre las filas de asientos, entrenados como están para tirarse al suelo cuando escuchan un disparo. Otros con sus teléfonos levantados grababan más por reflejo que por intención cómo la bala reventaba el cuello de Kirk. Fue la crónica de un asesinato en directo. De nuevo, la plaga de violencia política se hizo presente en un país que no sabe ni parece querer componer sus heridas.

En cuestión de minutos el vídeo circulaba por las redes sociales. En escena, el rostro de un hombre sorprendido por la violencia, la incredulidad de una multitud, una imagen terrible convertida en espectáculo nacional. Kirk, de 31 años, fundador de Turning Point USA, era una figura polarizadora, admirado por miles de jóvenes conservadores y detestado por sus críticos, a quienes él mismo solía provocar con un estilo confrontativo. Su asesinato es otro eslabón en una cadena de actos violentos que, poco a poco, están reconfigurando el paisaje político estadounidense.

Charlie Kirk - Internacional
Una fotografía de archivo de Charlie Kirk
EFE

Un país enrarecido

Donald Trump, quien anunció la muerte de Kirk en su red Truth Social, lo describió como alguien que “entendía el corazón de la juventud de Estados Unidos mejor que nadie”. En su elogio dejaba entrever la enorme pérdida de un aliado en su cruzada cultural contra la izquierda.

En la capital, el presidente de la Cámara, Mike Johnson, pidió un minuto de silencio. “La violencia política se ha vuelto demasiado común en nuestra sociedad, y esto no es lo que somos”, dijo. Sus palabras sonaban huecas porque se han repetido demasiadas veces.

Lo cierto es que el aire político en Estados Unidos es hoy espeso, irrespirable. A la sucesión de tiroteos y ataques se suman datos inquietantes. Hay encuestas que muestran como millones de ciudadanos, de izquierda y de derecha, justifican la violencia como medio político. Robert Pape, académico de la Universidad de Chicago, lo llama “la era del populismo violento”. No son células organizadas ni conspiraciones sofisticadas; son individuos aislados, radicalizados por ecos digitales, convencidos de que el arma en la mano es más eficaz que el voto en la urna.

Turning Point USA

La muerte de Kirk resuena de manera particular porque él mismo había hecho de la confrontación un arte. Su organización, Turning Point USA, alimentó la energía de jóvenes conservadores en campus universitarios, donde sus discursos eran, a menudo, la chispa de debates encendidos. Para sus seguidores, Kirk era un líder en la guerra cultural contra lo que ellos perciben como “el establishment progresista”.

La tentación de responder a su muerte con represalias es evidente. En redes sociales, figuras de la derecha ya claman por “justicia” en términos que se asemejan más a la venganza que al proceso judicial. “ESTO ES LA GUERRA”, escribió un popular comentarista. La frase, breve y furiosa, condensa el riesgo de que la violencia se siga extendiendo, enfermando poco a poco a todos los ciudadanos del país.

Una historia que se repite en la historia

Estados Unidos conoce bien el asesinato político. Está escrito en su historia: Lincoln, Martin Luther King, los Kennedy. Pero lo de hoy no tiene la misma textura. No son magnicidios ejecutados por la mafia o conspiradores políticos, son actos cometidos por hombres que han alimentado su rabia en las redes sociales, como aquel atacante vestido de policía que mató a una legisladora estatal en Minnesota hace poco más de un mes.

Lo nuevo es la frecuencia, la normalización. La violencia ya no sorprende. De hecho, desde el FBI se recomienda a los políticos de cualquier partido que no hablen en público. La violencia se espera. Y en esa expectativa se esconde un gran peligro para la democracia que no debe acostumbrarse a convivir con la pólvora, porque si lo hace perderá la capacidad de distinguir lo civil de lo bárbaro.

Tras el asesinato, voces de ambos partidos se unieron en un rechazo unánime. Pelosi lo llamó “horrible y repudiable”. Giffords, sobreviviente de un disparo en 2011, escribió que “una democracia puede tolerar diferencias, pero no balas”. Trump habló de “un gran hombre, de arriba a abajo”. Un coro al unísono, dónde enemigos políticos compartieron la misma indignación.

El asesinato de Charlie Kirk debería ser el punto de inflexión en el que Estados Unidos acepta, finalmente, que la violencia política es parte de su identidad. Nos queda la sangre bullendo violenta y el eco de un disparo al que nunca deberían acostumbrarse nuestros oídos.

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