Empecemos por la tragedia: cientos de japoneses son carne de calabozo cada año por acosar sexualmente a mujeres en el transporte público. Ellos lo llaman chikan. Ya saben: un vagón se peta y, camuflado entre la marabunta, un cobarde del género Sus aprovecha para sobar vilmente a Miyuki, Takako o Nozomi. Algunos de estos perturbados graban su delito, lo cuelgan en la red y lo venden. Y lo venden, efectivamente, porque son legión quienes lo compran. Tecleen en Google “vídeos chikan web” y me cuentan.
En mayo de 2005, nueve compañías privadas de ferrocarriles y la del metro público inauguraron en Tokio vagones sólo para mujeres. Women Only, podemos leer en unos carteles fucsias con caracteres blancos perfectamente visibles. Suelen estar ubicados en la parte central de los trenes y, amén de las mujeres, pueden ser utilizados por los estudiantes de primaria y los niños más pequeños, los discapacitados y sus cuidadores, tal y como reza la propia web del metro de la capital nipona. Si un tío entra, no es arrestado: la norma no es legalmente vinculante, pero sí una recomendación firme y, en algunos casos, el fulano en cuestión puede ser invitado a salir. Medidas similares han sido adoptadas en México, Brasil o en la India.

Perspectiva de género en la movilidad
Continuemos por la farsa: el alcalde de León, el socialista José Antonio Díez, ha tratado de “ofrecer algo más de protección a aquellos colectivos más vulnerables“, en este caso, el de las conductoras, “en cuanto a su seguridad en una zona de transbordo, de intercambio de transporte“, creando plazas de aparcamiento sólo para mujeres. Así, desde hace, más o menos, diez días, en el área del Jardín de los Pendones Leoneses, estas plazas están marcadas con el dibujo de un monigote rosa y con falda. Todo por la “perspectiva de género en la movilidad” y, según declaran fuentes municipales en Heraldo de León, para hacer una “llamada a la reflexión sobre la accesibilidad y los distintos perfiles de usuarios del espacio público”. A ver qué coños quiere decir todo esto.
La medida hiede a feminismo paternalista, gañán y gaseoso, y así la digieren los vecinos, sobre todo, las leonesas, que se preguntan si “las mujeres no sabemos aparcar”, y critican que “nos están haciendo un favor por ser mujeres, y eso no es igualdad“. Todo es una performance con ínfulas, un “oh, uh, ah, qué feministas somos” hueco del partido del Tito Berni y de Ábalos. Las señales no tienen carácter sancionador ni son exclusivas, pero ahí están, pasándose por el forro, sólo de boquilla, no sea que la cosa se complique ante un ropón, ese artículo constitucional que reza que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”, y que tan bien conocemos en este periódico –a su mismo nombre remito–.
Leo en La Nueva Crónica que la provincia de León registró en 2023 un total de 147 delitos contra la libertad sexual, y que 20 se cometieron en la capital de la provincia. Desconozco cuántas miembros del “colectivo vulnerable” –hay que joderse– de las conductoras los sufrieron, pero sí tengo claro que la chorradica esta del muñeco con falda no aporta ninguna solución, sino sólo ruido –un ruido que, a estas alturas del calendario, disculpen el cinismo, agradezco como columnista–. A saber cómo se dice chikan en llionés.