No me considero una persona friki, pero hay muchas cosas frikis que me hacen gracia; otras, me asombran sin más. Todo esto viene al caso porque el otro día llegó a mis manos una noticia sobre una exposición del Titanic que se puede ver en el Museo de Huelva y que intenta mostrar las causas del hundimiento del famoso transatlántico. Hasta aquí nada novedoso, pensarán. El problema es que lo que allí se puede ver supera cualquier ficción. La muestra incluye una serie de maniquíes dignos de cualquier película de terror. El capitán parece el Yeti, y a algunos pasajeros dan ganas de tirarlos al agua para volver a conciliar el sueño. Por si esto no fuera poco, un stand con agua helada invita a los visitantes a meter las manos y empatizar con lo que sintieron las víctimas al caer a las gélidas aguas del Atlántico. A más de uno habrá que amputarle un dedo. Al tiempo.
Hablando de películas de terror, mi amigo y compañero de trabajo, Fernando Acevedo, un brillante guionista de El Hormiguero, tiene un canal de Youtube llamado Acevedismos, en el que comenta películas y series, algunas de lo más variopinto. Una de las últimas pelis que ha visto y que más me ha llamado la atención es Rubber: trata de un neumático que se da cuenta de que tiene poderes asesinos (y los usa, claro). Por lo visto, pasa un poco lo mismo en Slaxx, donde creo que son unos vaqueros los que se dedican a estrangular a gente sin ton ni son. Mi pregunta ante estos argumentos siempre es: pero, ¿a quién se le ocurre esto? y, ¿qué rentabilidad puede tener algo así? A otro compañero mío le daba terror ir al odontólogo, y sus cariñosos amigos le regalaron una película llamada El Dentista, cuyo subtítulo rezaba: Tu dolor es su placer”
Tengo además otros amigos que son auténticos fans de los vídeos virales de toda la vida: “La droja en el colacao”, “el baptisterio romano del siglo I”, “la saeta improvisada de Sara Montiel”, las historias de Julita Salmerón o “el pepino de Beatriz Pérez Aranda”.
Me gustan mucho también los famosos que se lanzan a vender cosas rarísimas. Hace poco Sidney Sweeney ha sacado a la venta un jabón hecho con su agua de baño usada y a Gwyneth Paltrow le dio por vender velas con olor a vagina (posteriormente confesó que estaba un poco colocada cuando tuvo esa brillante idea, algo que, por otra parte, ya presuponíamos).
En general me parece friki todo lo que se hace para entrar en el Libro Guinness de los Records: medirle la cola a un gato, consumir dónuts a porrillo en tres minutos, patinar con las manos, saltar con zancos desde una gran altura o cubrir tu cuerpo con un millón de abejas vivas. También soy fan de los campeonatos absurdos, como el de barba y bigote, o el de la gente que se parece a Hemingway. Hay un concurso que premia aplastar mosquitos (a favor); otro, en el que se valora la distancia a la que se logra escupir tres bígaros y un tercero que premia la habilidad para quitarle las pepitas al mayor número de grosellas con una pluma de ave. Mi favorito, sin embargo, es el campeonato mundial de imitadores de cerdos, porque no sólo simulan los sonidos que hacen los cochinos, sino que intentan adoptar posturas del animal en diferentes etapas de su vida.
Para afrontar el verano, sin embargo, he decidido elegir algo más tranquilo, pero igual de friki: me compraré un audiolibro con una banda sonora que incluye frecuencias curativas. No sé cómo no se me había ocurrido antes.