Opinión

El deseo infinito

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Hace una hora estaba en una boda a la que han traído, para el baile, palos luminosos de plástico, unos 40. En este mes he ido a tres bodas. En las tres bodas había palos luminosos. En el resto de boda en las que estado en los últimos años también había. 40 multiplicado por 10 bodas. Son 400 palos luminosos. Y a su vez multiplicados por todas las bodas que haya habido en España, y en el mundo, son muchísimos palos luminosos que nunca se reciclarán.

Estos palos llevan espuma de poliuretano, alambre con pequeñas bombillas, plástico, y pilas. No aguantan más de un par de horas. Una vez termina la boda, van a la basura. Lo mismo pasa con las pelucas que se compra la gente en Navidad. Con la ropa de usar y tirar, con los complementos de una sola temporada, con todos los envases de todo lo que comemos, y en general, con todos los objetos que nos rodean. Los objetos que duran son aquellos que necesitan un ahorro previo para ser comprados. Los muebles heredados que tengo en mi casa son heredados de mis tíos. Cuando yo muera, no sé quién heredará la casa y los muebles. Esa persona puede que no los quiera porque no estén de moda, pero esos muebles seguirán estando en buen estado.

En casa de mis tíos, había muy pocas cosas. Pocos muebles, pocos adornos, pocos cacharros, poca ropa. Había lo necesario. Creo que vivimos bastante mejor que ellos. El problema que tenemos es que el turbocapitalismo nos tiene prisioneros a través de algo que no solemos comentar: el deseo. El deseo es infinito. Cualquier persona se hartará de aquello que tenga en demasía. Se hartará de ostras, o de brillantes, o de viajes, o incluso de drogas o de sexo. Pero nunca dejará de desear siempre y cuando su imaginación sea estimulada a través de los sentidos. Uno puede tener 12 coches de lujo en el garaje y pensar que son 12 mejores coches que existen, pero si aparece uno que del que no había oído hablar y se le presenta con el atractivo suficiente, lo deseará. Al principio no de manera directa, pero ese nuevo coche empezará a ocupar espacio en su cerebro. El dueño de esos doce coches comenzará a pensar en su tapicería, en sus acabados, en sus prestaciones en sus asientos en la línea en, la marca, los cristales. En el volante y en todo aquello que lo haga un coche distinto a los doce que ya tiene. Y más pronto que tarde, llegará el decimotercer coche.

De adolescente leí un artículo – que no puedo referir- sobre lo que necesita un hombre para ser feliz. Especificaba el número de camisetas, pantalones, zapatos y ropa interior que se necesita para ser feliz. Era una cantidad suficiente como para ir cambiando de ropa sin tener el problema de que no estuviera planchada o limpia. Yo misma he hecho la prueba, pero siempre necesito un jersey que combine con ropa para una boda, o quizás un jersey para un viaje concreto. Un jersey nuevo, porque el otro se me ha quedado grande, o no tiene arreglo posible. Siempre hay algo nuevo, y no soy una persona que gaste en exceso porque no tengo apenas dinero para gastar. La gente más consumista que conozco no es feliz; es más, es gente profundamente desdichada. Algunos son frívolos, y eso les salva de tener que enfrentarse a su lacerante y poco halagüeño reflejo.

Creo que quitando los temas de sanidad, acceso al agua potable y a la electricidad, somos más pobres de lo que éramos hace 50 o 60 años. La emancipación es cada vez más tardía, y se produce en grupos humanos de amigos o conocidos que se ven obligados a compartir pequeños espacios a edades, en las que ya deberían tener una vida formada. Crear una familia es muy difícil para las clases, medias y medias bajas. Las familias numerosas son de clase muy alta o de clase muy baja. En el primer caso hay que perpetuar la estirpe y mantener las tradiciones. En el segundo, hay una mezcla de costumbres – en oposición a las tradiciones- y desapego a las convenciones sociales. En las clases medias, bajas y clases medias sabemos que la descendencia es un billete de ida a la pobreza y la carestía, donde no existe la posibilidad de ver una serie en la tablet para olvidar que no hay un futuro. No es lo mismo evadirse de los problemas con un bálsamo (alcohol, drogas, entretenimiento) que vivir constantemente mirando a esa falta de futuro mientras cuidas de alguien condenado a no tener nada y, por ende, a depender de los que lo tienen todo.

Si todo el planeta se pusiese de acuerdo en consumir solo lo necesario, estoy segura de que habría pan para todos. El gran dilema está en dilucidar qué es lo necesario. Ahí es donde el deseo nos atraparía una vez más. Siempre estaría nuestro demonio interior para convencernos de que seríamos felices con lo mismo que tenemos, pero añadiéndole solo un poquito más.