Se estima que son aproximadamente entre ochenta mil y cien mil millones el número de neuronas que cada uno tenemos en el cerebro. Un número cósmico, sí. Y todos conocemos la importancia de las neuronas para nuestra vida cotidiana, ya que son las unidades básicas de nuestro sistema nervioso y resultan indispensable para desarrollar cualquier función como movernos, o simplemente pensar.
Todos, en mayor o menor medida sabemos de la importancia de las neuronas, pero yo desconocía hasta hace poco la existencia de otras células muy importantes sin las cuales nuestras neuronas no podrían realizar su función correctamente: las neuroglias o células gliales.
¿Y por qué son tan importantes? Pues la explicación es que, si bien las neuronas son las que transmiten los impulsos nerviosos, las células glía son las que actúan como una especie de pegamento entre las neuronas, ayudándolas a funcionar de manera correcta. Y esto lo hacen suministrando nutrientes a las neuronas, eliminando desechos y patógenos y produciendo la mielina que las protege y aísla.
Cuando escuchaba todo esto mi cabeza pensaba en el paralelismo que hay siempre entre los mundos microscópicos y nuestro mundo macro. Porque pensaba en que cada uno de nosotros somos neuronas que sin las células glía no somos nadie. Y esas neuroglias son todas esas personas que nos acompañan durante nuestra vida cuidándonos, queriéndonos e intentando protegernos de lo que sea que nos hace daño, que muchas veces no somos capaces de ver
Estar con las personas que queremos, lo dice la ciencia, nos proporciona bienestar y se puede medir. Basta hacer una medición de la dopamina, oxitocina o serotonina que liberamos cuando estamos con los que queremos para confirmar el bienestar que nos procuran en la vida.
Muchas personas se quejan de que su Navidad está llena de compromisos, que tienen que compartir su tiempo con personas con las que preferirían no compartirlo. También hay quien dice que desde hace un tiempo la Navidad se ha convertido en un mero intercambio de regalos, en una carrera de cenas y comidas, o “tardeos” de copas como si fuera a terminarse el mundo.
Pero entonces llega esa tarde de cartas o de juegos de mesa, o simplemente de charlar sin prisa, sin ningún móvil a la vista, con la chimenea encendida o sin ella, y nos encontramos de nuevo en esa Navidad de hace mucho tiempo, como si hubiéramos tenido la oportunidad increíble de viajar a través de los años, y entonces nos damos cuenta de que la Navidad era esto. Que la Navidad eran tardes infinitas de compartir el tiempo con los que queremos. Y entonces piensas “era aquí, es aquí”.
Y uno vuelve a sentirse de ahí mismo, de uno mismo y de esa Navidad y esas personas que, al igual que las células gliales mantienen y cuidan de las neuronas, nos mantienen y nos cuidan, aunque no estén siempre cerca. Y recuerda que todo era así de sencillo. Y como no podemos detener el tiempo, nos guardamos estos momentos para llevarlos dentro en los días que vendrán, como canta Shinova. Y a los que ya se fueron o no están, un brindis y un gracias por todo lo compartido, que ya todo lo vivido quedó para siempre, guardado.
Así que párate a pensar, siquiera por unos minutos, quienes son en tu vida esas personas, esa especie de células gliales que te ayudan a conectar con el mundo, esas personas que te nutren y te protegen. Y cuando tengas claro quiénes son (que quizá ya lo sabías), sigue pegado a ellas tanto como puedas y, sobre todo, aprovecha en estas fechas para disfrutar con ellas.
Feliz Navidad.



