Escribir hoy en día sobre Israel es terreno minado. Pero me voy a animar a hacerlo. Israel y la guerra de Gaza están en boca de todos por la página negra de la historia que cada día se asoma a las pantallas de televisión de medio mundo. Sus imágenes no pueden menos que indignar a cualquiera que crea en la humanidad. También soliviantan, al menos a quien suscribe estas líneas, las algaradas callejeras que boicotean impunemente la Vuelta ciclista a España, convirtiendo Madrid, en un infierno dominical. Posiblemente, sería el primero en manifestarme delante de la Embajada de Israel, pero rechazo que impidan una carrera de ese deporte que amo y al que en tantas ediciones he llevado a mis hijos, para que vieran el vértigo de la serpiente multicolor, por el mero hecho de que siete corredores lucían el maillot del equipo privado Israel-Premier Tech, autorizado por la Unión Ciclista Profesional. Menos mal que dada su madura edad ya no están para estas cosas. Si no, no sé que hubiera sido de nosotros ante la fiereza de los indignados profesionales.
Israel es un pueblo admirable. El actual Estado se fundó en 1948 y en estos 77 años de existencia ha sido capaz de construir una de las economías más innovadoras y tecnológicas del mundo, la más desarrollada de Oriente Medio, un enorme poderío militar y una sociedad moderna, que goza de bienestar y beneficios sociales como la educación y la sanidad. Su hermoso himno, basado en una melodía italiana, se llama “La Esperanza” y contiene estrofas como estas: “no se habrá perdido nuestra esperanza/ la esperanza de dos mil años/de ser un pueblo libre en nuestra tierra”.
Sus condiciones geográficas no pueden ser más adversas. Es un país pequeño de apenas 22.000 km2, con sólo un 2% de agua, un clima seco, 10 millones de habitantes y 1.000 kilómetros de frontera, con encarnizados enemigos al otro lado, muchos de ellos guardando el deseo de echarlos al mar.
Sus cifras macro hablan por sí solas. Su PIB asciende a unos 550.000 millones de euros, una asombrosa renta per cápita de 56.000 euros (España está en unos 32.500), un desempleo del 3% y una inflación de alrededor el 3%. La deuda pública es del 70% de su PIB, lo que equivale aproximadamente a 340.000 millones de euros y un déficit superior al 5%. Por tanto, son los datos de un país avanzado, incluso rico, asentado en una democracia firme, separación de poderes e instituciones que funcionan. Servicios aporta el 70% al PIB, seguido de la industria con un 27% y agricultura con un 3%. Por tanto, su economía es saneada y muy competitiva, fruto de una estabilidad financiera y una política prudente.
No cabe duda de que la guerra de dos años contra Hamás en Gaza está afectando seriamente a su economía. El gobierno estima un coste de unos 60.000 millones de euros, pero puede que la cifra se quede corta ante la duración de los acontecimientos. Algunas fuentes elevan la cifran hasta los 100.000 millones. El crecimiento de la economía se ha estancado. Tras varias fluctuaciones, el gobierno prevé un aumento del 1,5% para este ejercicio. Debido al reclutamiento y a la prohibición de contratar población palestina, muchas empresas tienen dificultades para hacerse con personal, lo que implica un hándicap para cumplir con sus pedidos. Se calcula que unas 60.000 empresas se verán obligadas a cerrar. El turismo ha caído drásticamente, con cierres de hoteles.
Pero si sus cifras macro son llamativas y contundentes, su riqueza emprendedora, su sentido del trabajo y su capacidad de innovación y desarrollo tecnológico es lo que verdaderamente destaca. En mis años de ejercicio profesional he visto como empresarios de primera fila viajaban a Israel para ver con sus propios ojos cómo ese pequeño país, rodeado de enemigos, era capaz de lograr los mayores avances en agricultura, tecnología, movilidad, química y, por supuesto, industria militar.
Israel es conocido como una start up nation, es decir un país en el que el gobierno es el principal impulsor y animador del espíritu empresarial, del afán emprendedor y de los canones de innovación. El triángulo empresa-universidad-gobierno funciona engrasadamente. Israel invierte un 4 por ciento de su PIB, alrededor de 25.000 millones, en I+D, siendo el más elevados del mundo. Su ecosistema de capital riesgo y cooperación de lo público, incluyendo al ejército, y lo privado está más que asentado. Por eso, es un país puntero en ciberseguridad, biotecnología, fintech e inteligencia artificial.
Su industria es potente en farmacia, electrónica, equipamiento médico, tallado de diamantes y defensa. La agricultura, pese a su pequeña participación en el PIB, es vanguardia mundial en riesgo por goteo y tecnificación.
Asimismo, el país está embarcado en un programa de renovación de infraestructuras como los trenes ligeros entre Jerusalén y Tel Aviv y entre Haifa y Nazareth, junto a renovación de autopistas y el inacabado metro de Tel Aviv.
Sus exportaciones se centran en tecnología, productos farmacéuticos, diamantes y armamento, teniendo como socios preferenciales a Estados Unidos, la Unión Europea, China e India. España ocupa, u ocupaba, el puesto número 15 en la balanza comercial israelí, con un saldo positivo para nuestro país de alrededor de 1.000 millones de euros y alrededor de 2.500 empresas exportando a Jerusalén.
No son buenos tiempos para hablar bien del Estado de Israel. Pero los que admiramos su historia, su lucha contra la adversidad, su capacidad para reinventarse y para el trabajo no podemos callarlo. Vuelvo a su hermoso himno para invocar la esperanza de que está guerra horrible, que saca lo peor del ser humano, llegue a su fin y para que judíos y palestinos puedan compartir en paz un territorio. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.