Opinión

La España de la peseta

Fundación Francisco Franco - Política
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Este Gobierno de progreso me hace un lío. Celebra el 50 aniversario de la muerte de Franco el 20N, como si fuera un día en que la revolución democrática venció a la dictadura fascista. Pero los que vivimos aquellos convulsos y maravillosos años sabemos que así no fue. Franco murió en la cama, sostenido artificial y cruelmente por sus cercanos, y quienes lo celebramos, lo hicimos en silencio. Durante muchos años, el 20N reunía a los nostálgicos del Régimen caudillista, mientras la España del resto hacía su vida normal. Pero este Gobierno que ha levantado la losa del pasado ya no sabe qué celebrar para mantener su muro en pie.

Sea lo que sea, me parece un sano ejercicio comparar aquella España de Franco con la actual. Aquel país gris, autárquico y cutre, con esta España que forma parte del mundo occidental. Aquella España de peseta y calderilla con esta del euro y la economía digital.

Al Régimen del general Franco hay que reconocerle cosas. Yo, personalmente, le reconozco dos y no son menores. La primera, que fuera capaz en los años 60 de alumbrar una clase media que compró el seiscientos, veía la televisión y disfrutaba de vacaciones en verano. La segunda, que los hijos de las familias humildes, muchos nietos de republicanos derrotados, ya entrados los años 70, accedimos a la Universidad. Dos fenómenos, sin duda vinculados, que fueron germinales para el cambio político, social y económico que protagonizó España en la década de los 80 y posteriores.

Pero la vida cotidiana en la economía española estaba llena de limitaciones y privaciones. Es cierto que la espectacular recuperación de las economías europeas tras el final de II Guerra Mundial, junto a la paz política que impuso el general, consiguió eso que se llamó el milagro español y que se prolongó por alrededor de una quincena de años. Pero pese a eso, España era técnicamente un país subdesarrollado. En 1975 la siempre llorada Cecilia cantó “Mi querida España”, que incluía versos como este: ¿Quién pasó tu hambre? / ¿Quién bebió tu sangre/ Cuando estabas seca?. En España se pasó mucha hambre, mucho frío y mucha escasez. Tanto que más de dos millones de españoles, que se dice pronto, emigraron a Alemania, a Suiza o a Francia para poder salir adelante.

La serie histórica del Banco de España nos da una idea del despegue español. En el período 55-75, con el Plan de Estabilización como protagonista, el PIB creció una media del 5,8%, mientras la productividad lo hizo al 5,2%. También crecía la población. En 1950, había 28 millones de habitantes; en 1960, se elevó hasta los 30 millones; en 1970, a 34 millones, y en 1975, se llegó a 35,5 millones. Esto explica que el PIB per cápita aumento un 5% en esos 20 años milagrosos. La inversión extranjera empezó a llegar al país. Son los años de las fábricas de coches, del textil, de la construcción naval, de la minería, de los altos hornos. España se industrializó hasta tal punto de ser considerada la décima potencia mundial al iniciarse los años 70. Se produjo una enorme migración interior desde las zonas rurales hasta las periferias de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Zaragoza.

Esas mejoras macroeconómicas provocaron un aumento en el nivel de vida de la población. Muchos salieron de la pobreza, incluso de la miseria, para poder llevar una vida digna, en la que no faltaba las tres comidas al día, la estufa de butano y la escolarización infantil. Cierto que había que trabajar duro, con largas jornadas, sueldos estrechos y pocos derechos.

En aquel 1975, España disfrutaba de una población joven, con una media de 33 años. Hoy estamos por encima de los 44. Y era una población motivada e ilusionada por llevar el país adelante y protagonizar un cambio político y social que equiparara a los españoles con el resto de los europeos. En 1960 el PIB por habitante no llegaba a 5.800 dólares frente a los 10.200 de los europeos y los 17.600 de Estados Unidos. Cuando viajabas al extranjero tenía la sensación de aterrizar en otro planeta lleno de luz y color.

La economía española estaba rigurosamente planificada mediante los Planes de Desarrollo. No se mostraron muy eficaces. Es cierto que el PIB mejoraba, pero la inflación lo superaba ampliamente. El entorno, en aquellos años finales del franquismo, no sonreía mucho, pues se atravesaba la crisis petrolera y empezó el paro galopante y las dificultades para encontrar un trabajo. La inflación llegó a situarse en un 25%, con un crecimiento estancado. Así entregó el franquismo la economía a la democracia.

El despegue económico que la democracia ha traído en estos 50 años a la vida española es de dimensiones incalculables. Una modernización y una transformación que ha dado paso a un país nuevo que nada, o poco, tiene que ver con su herencia.

España ha triplicado el gasto en sanidad, alcanzando unos niveles de cobertura universal y unos datos de esperanza de vida que han evolucionado de los 73 años de 1975 a los 84 de 2025. Lo mismo ha ocurrido en educación. El llamado estado del bienestar es la consecuencia de esta situación. El gasto público representaba en 1975 un 23% del PIB frente al casi 50% de hoy en día. También se ha duplicado la productividad y la proyección de la economía hacia el exterior. Junto con ello, se ha constituido un sistema fiscal moderno y completo y se han levantado una red de infraestructuras que llama la atención del mundo. España disfruta, con sus imperfecciones, de una economía abierta al mundo, liberalizada, con un sistema fiscal y un gasto social equiparable a los países más avanzados.

A veces nos puede la nostalgia, pero los que conocimos en nuestra propia piel la economía y la vida de aquellos años y lo comparamos con la actual, los que vivimos con la peseta y ahora lo hacemos con el euro, los que viajábamos en 600 y ahora lo hacemos en coches eléctricos, no podemos menos que dar la razón a aquella sentencia de Alfonso Guerra de que a España “no la va a conocer ni la madre que la parió”.

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