Opinión

La última noche del año

María Dabán
Actualizado: h
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El último día del año se presta a hacer balance y un listado de buenos propósitos. En ocasiones, nos parece que el mero hecho de pasar una hoja del calendario, de comenzar un nuevo año, puede dejar atrás todo lo malo que nos han podido dejar los doce meses que quedan atrás, y ponemos nuestra confianza en lo que puede venir, como si por arte de magia nuestra suerte fuera a cambiar, aunque sea cierto que a veces lo hace. Y, al contrario, si la cosa no ha ido mal, aspiramos a que la suerte no cambie y a que el año nuevo sea, como mínimo, igual que el anterior.

​El ritual es siempre el mismo. En nuestro caso, toca comerse las uvas, aunque ninguna encuesta del CIS haya valorado todavía qué porcentaje de españoles es capaz de ingerirlas todas en el tiempo que duran las campanadas. Y tampoco nadie ha dicho si el hecho de sustituir las uvas por aceitunas o Conguitos puede aumentar el mal fario de uno. En Japón, por ejemplo, el margen sería mayor, porque allí la costumbre es que los templos del país toquen sus campanas 108 veces, que otra cosita es. Y demos gracias a que no vivimos en Italia porque, si no, tendríamos que recibir el año comiendo lentejas, que allí tienen la esperanza de que las legumbres se conviertan en monedas. Por confiar que no quede. Las campanadas sirven además para que, por una vez al año los españoles nos pongamos de acuerdo en algo. Ya lo decía la canción de Mecano: “Entre gritos y pitos los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez, algo a la vez”

​El 1 de enero se presta también a hacer un listado de buenos propósitos, aunque, lo primero que hagamos sea aplazarlos hasta que pasen los Reyes, y, con un poco de suerte, del mes de enero entero, que la vuelta de las vacaciones es muy dura, sobre todo si esa lista está encabezada por la frase “apuntarse al gimnasio”. El humorista norteamericano Joey Adams, deseaba que todos los problemas duraran tanto como nuestros propósitos de año nuevo. A ver si es verdad.

​Los hay también que comienzan el 2025 dispuestos a creerse todo lo malo que algunos auguran. Nostradamus encabeza siempre las peores predicciones. Nunca nadie fue tan cenizo durante tanto tiempo, que el buen hombre murió en 1566 y todavía se siguen interpretando sus profecías. Y es cierto que hay cosas que no llaman al optimismo, pero tampoco es cuestión de sufrir por anticipado. Este año, por ejemplo, se prevén catástrofes naturales, transformaciones globales, conflictos y cambios de poder, que es lo mismo que ir a una adivina y que te diga que eres una persona muy sensible. Yo prefiero ser como Abraracúrcix, el jefe de la irreductible aldea gala de Astérix y Obélix que sólo temía que el cielo cayera sobre sus cabezas. ​

​Confiemos, pues, en que el 2025 sea bueno para todos y recordemos que, como decía C.S. Lewis, “hay cosas mejores por delante que las que dejamos atrás”. ¡Feliz Año Nuevo!

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