El calendario no deja de sorprenderme. Ahora, al levantarme, busco qué me depara cada fecha. El domingo 4 de mayo fue el Día de la Madre, pero también el de Star Wars y el de la Risa. Así, con mayúscula. Desde luego hay celebraciones de lo más extrañas. Como buena friki que soy, me gustó que esa jornada tuviera tantos motivos de alegría y me pareció lógico que fuera todo vinculado.
Es lo que pensé el fin de semana siguiente al festejar el cumpleaños de una amiga yendo a ver Cómicas en el Teatro de la Zarzuela. En esta obra se cuenta la vida de tres mujeres de teatro que triunfaron en la España del siglo XVIII. Emplearon la tonadilla para comunicarse con un público que ansiaba pasárselo bien durante aquella época tan convulsa y alcanzaron una gran popularidad gracias a sus melodías y a su chulería que ejercitaban en los intermedios de comedias y sainetes.
En esta representación nos relatan la trayectoria de María Ladvenant, que logró el éxito muy joven. Todas las reseñas que hay de ella dicen que era “extraordinariamente hermosa y extraordinariamente deshonesta”. Separada, tuvo amoríos con dos aristócratas y cuatro hijos de todos ellos. Dicen que terminó perdiendo “la salud y la cordura”. Falleció con 26 años, convirtiéndose en un mito.

También nos hablan de María del Rosario Fernández, la Tirana. Tomó prestado el apodo de su marido, un actor que solía hacer papeles de malo. Cuando se quiso divorciar fue sometida a una especie de juicio paralelo por adulterio. Siempre puntualizaba que ella era de Triana y no de Sevilla. No pudo acabar su última función porque “en vez de palabras, le brotaron vómitos de sangre”. Fue retratada por Goya con su elegante y recargado ropaje de aquel entonces.

Y, por último, nos presentan a María Antonia Fernández, la Caramba. Se recorría el paseo del Prado como si fuera una pasarela de moda. Las damas le copiaban atuendos y hasta el peinado. Pero una tarde de lluvia se refugió en el Convento de Capuchinos de San Francisco y escuchó en el púlpito a un cura pidiendo el arrepentimiento de los pecadores. A ella le llegó el mensaje al alma y se retiró del mundo del espectáculo. Cambió las tablas “por el cilicio y el sayal”.
Todas ellas fueron estrellas en la Corte. Tenían carácter, gracia, rebeldía y autoridad. También sufrieron decepciones y penas. Muchas se dejaron llevar por la pasión, algunas sufrieron malos tratos y la mayoría ejerció su libertad en un mundo dominado por los hombres.
Estas actrices no podían actuar sin contar con la firma y autorización de sus esposos. Algo que, por suerte, ha cambiado. Aunque todavía quedan cosas pendientes. En una de las conversaciones que mantienen juntas en el escenario se quejan de cobrar menos que sus compañeros masculinos. En el tema de las diferencias salariales no hemos avanzado mucho.
Esta producción cuenta con Aarón Zapico en la dirección musical. Para él, estas tonadilleras “se colocaban en el centro, desafiando convenciones, ridiculizando al poder, desnudando las hipocresías sociales” y el pueblo reconocía en ellas “una verdad profunda”. “Ellas fueron, ellas son, la voz indómita de una revolución que aún resuena”.
Me gustan las piezas que me enseñan cosas nuevas y esta lo ha hecho. Sobre todo, porque es narrada de forma magistral por Cristina Medina, que se convierte en protagonista, a la altura de las mismísimas sopranos: Jone Martínez, María Hinojosa Montenegro y Pilar Alva-Martín.
No sabía de la existencia de este sector femenino tan revolucionario y sus nombres son tan sólo son un ejemplo de las artistas que destacaron en aquel momento. La mejor forma de rendirles homenaje es recordarlas. A ellas y a las carcajadas que despertaban con sus mordaces estribillos.
Y es que cuando sonreímos, se nos quitan los dolores, se nos olvidan las desgracias, se aplacan los nervios, baja el grado de estrés, nos sentimos mejor, más cercanos a los demás, parece que rozamos la felicidad y no sentimos rejuvenecer. Eso explica que haya una festividad para la risa. Tiene un poder curativo.