El gran apagón del 28 de abril de 2025 ha sido la mejor campaña de marketing posible para la radio española. Mucho más eficaz que las estrellitas de turno poniéndonos ojitos desde las marquesinas. Infinitamente mejor que presumir de los datos —convenientemente inflados— del EGM de turno. Cuando el lunes fundió a negro, los españoles se dividían en dos grandes castas: los que tenían un transistor con pilas y los que no. Normal que muchos de estos últimos corrieran a colapsar los bazares, para saltar a la primera clase.
Tras no poco escarnio, este lunes se tomaron cumplida revancha diversos colectivos, como los propietarios de cocinas de gas y, sobre todo, quienes se resisten a escuchar la radio por el móvil, el ordenador, la tele o el altavoz inteligente. A los que llevamos una década larga usando estas nuevas vías, nos vino a rescatar ese aparato olvidado en un cajón que abandonamos de un día para otro, cuando entró en casa el nuevo aparatito. Si mi viejo Aiwa tuviera las facultades de Alexa, no habría dudado en hablarme con retintín: “¿Tan modernos que os creíais, eh?” Normal que, recuperado el suministro eléctrico, todos corriéramos a publicar orgullosos una foto de nuestra radio, como gesto de gratitud y desagravio.
— Miguel (@lalibreta) April 28, 2025
Con tanto presumir de receptor viejuno en redes sociales, parecía que celebrábamos otra vez el Día Mundial de la Radio, dos meses y medio después. Hace tiempo, en una entrevista del podcast ‘Lo que yo te diga’ con Álex Fidalgo, escuché a Aimar Bretos —director de ‘Hora 25’ en la Cadena Ser— lamentar esa fijación por relacionar la radio con lo antiguo, cuando el medio sigue dando esquinazo a cuantos pretenden enterrarlo, ha sabido adaptarse y a veces hasta reinventarse. Y aunque ayer no fue el mejor día para reivindicar los airpods, haríamos mal en creer que el éxito de este medio reside en el soporte. La radio, independientemente del canal, resulta imbatible por muchas otras cosas y la tarde del lunes fue el mejor ejemplo.
Entre las ventajas de la radio están su inmediatez, su cercanía —lo sé, no hago más que subrayar lo obvio— y que podemos escucharla mientras hacemos otra cosa. Pero este lunes, seguramente, no había muchas más cosas que hacer. En mi caso, pasé la tarde pegado a la emisión, enfrascado en la información de servicio y en el minuto y resultado del apagón por toda España, en boca de autoridades, expertos —de los de verdad, no de los habituales— y ciudadanos con todo tipo de experiencias. Gracias a la radio, fuimos creando en nuestras cabezas una especie de mapa en el que, poco a poco, se iban iluminando las distintas regiones, con la esperanza de que el turno nos llegara pronto.
Y mientras recuperábamos el pulso, reflexionábamos sobre nuestra dependencia de la electricidad y de la telefonía, con conclusiones que probablemente olvidamos en cuanto, entre ovaciones atronadoras dignas del gol de Iniesta, volvió la luz. Y seguramente nos olvidaremos también del transistor, agradeciéndole los servicios prestados, eso sí. Lo que debemos recordar, en cambio, es la maravilla que puede llegar a ser la radio cuando se hace bien. Cuando se dedica a contar lo que necesitamos saber y no lo que creen que queremos oír.