Estos días, aunque muy distraída y sobresaltada por la política, sigo teniendo presente lo que un poeta llamaría “la caída de las hojas del calendario”. Ni Sánchez me saca de esta línea base mental. No recuerdo si estuvo siempre en mi cerebro o es cosa de los últimos lustros. Yo qué sé. Pero he estado leyendo cosas dispersas por ahí, y me gustaría hablar de una experiencia muy típica: lo generalizado de sentirse como si por dentro fuéramos más jóvenes. Vayamos al asunto. A menudo se oye decir a la gente: “Por dentro todavía me siento joven”. Muchos dirán que es una tontería y la descartarán de inmediato. Pero en realidad suele ser verdad, y es una de las cosas más extrañas de envejecer. No se han realizado demasiadas investigaciones científicas sobre la “edad percibida”, pero sí que existe alguna. Y nos confirma, ciertamente, que las personas se sienten más jóvenes de lo que indica su edad cronológica. Los neurocientíficos usan el término “propiocepción” para describir la percepción intuitiva que una persona tiene de su propio cuerpo en el espacio. Es la capacidad para percibir la propia posición, movimiento y acción en el espacio sin necesidad de la vista. Es como un sexto sentido que permite al cerebro saber dónde están las partes del cuerpo y cómo se están moviendo en relación con el entorno. Eso es muy importante si tienes un profesor de gimnasia como yo fanático de los ejercicios de equilibrio. “Vamos a hacer la estrella”, dice con mala idea. Para el equilibrio la propiocepción es crucial, y también para la coordinación y el control motor. Si se deteriora, y se deteriora, no se pueden controlar las acciones sin un esfuerzo consciente.
No, no soy la única que cree que existe una especie de propiocepción para la edad que, por alguna misteriosa razón evolutiva, se desactiva alrededor de los 40. A los 18, te sientes de 18; a los 30, de 30; y a los 50, te sientes… bien, de 35. Sobre todo de 35, no sé por qué. Es la “edad subjetiva” y que es así está respaldado por estudios psicológicos. Por ejemplo, investigaciones publicadas en revistas como Frontiers in Psychology en el 2018 señalan que la mayoría de los adultos, especialmente a partir de los 40, manifiestan sentirse entre 10 y 20 años más jóvenes. Por ejemplo: las personas mayores de 70 años tienen, en promedio, una diferencia de 13 años entre su edad percibida y su edad real. Por lo tanto, una persona de 73 años suele sentirse como de 60. Recuerdo a Jane Fonda en una entrevista cuando rondaba los 75 años asegurando que mantenerse en forma le permitía engañarse a sí misma cuando se miraba de soslayo en algún aparador que reflejase su silueta . Por un instante, se veía como la joven mujer que había sido siempre. También he leído recientemente que, al anunciar su retiro de Berkshire Hathaway, a los 94 años, Warren Buffett le dijo a un entrevistador que nunca se había sentido viejo hasta que pasó de los 90. Y entonces, de repente, se sintió viejo. Y esto confirma la parte del estudio que también revela que la diferencia percibida se acorta con la edad, a medida que el cuerpo insiste, cada vez con más fuerza, en chocar con la cruda realidad. Porque, al parecer, llega un momento en ya te sientes de tu edad.
¡Pues vaya! Sí, existe una desconexión, un “mismatch” entre lo viejos que nos sentimos y lo viejos que somos. Quizá por eso lo sentimos como algo parecido a una injusticia. A veces, casi con sobresalto. Un espejo en la calle, iluminado por el día radiante, nos hunde en la miseria ( “¿en serio tengo esta cara?”, “¿para eso me esfuerzo haciendo bíceps, tríceps y lo que sea?”). Tienes que conciliar constantemente tu edad percibida con tu edad real, recordándote que ya no eres esa persona, esforzándote por actuar adecuadamente. El joven siempre es consciente de la diferencia de edad, el mayor no tanto. Yo, con mis amigas 15 años más jóvenes, me veo en mi salsa. Pero no me ocurre lo mismo con las que son 15 años mayores que yo. Un desajuste que puede ser absolutamente fascinante para mi parte analítica y racional. Pero un fastidio si tengo que enfrentarme en serio con ello.
Lo dejaré para otro día.