Opinión

Todas somos Pilar Alegría

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Tenemos que prestar muchísima atención a las mujeres influyentes. Por una parte, para saber qué pasos dar si queremos llegar hasta donde ellas están. Y, por otra, para observar cómo las trata la sociedad una vez que ocupan ese lugar. Las mujeres exitosas son nuestras referentes. Ellas abren camino para que otras lo tengan más fácil cuando lo intenten. Escritoras, abogadas, ministras, deportistas, chefs… No importa lo que escriban, a quien defiendan ni de qué partido sean. Son mujeres profesionales cuyas trayectorias son relevantes porque nos abren puertas.

Cuando aparecen en los medios de comunicación, ya sea concediendo una entrevista o ejerciendo su profesión, el resto de las mujeres tomamos nota de todo lo que les sucede: por qué aspectos las han valorado, si han hablado de lo que hacen o de la ropa que llevan, si se refieren a ellas con seriedad o haciendo mofa, si hablan de su talento o de su capacidad de seducción, si las retratan con dignidad o las ridiculizan. Todos esos hechos también forman parte de nuestro proceso de socialización. No solamente aprendemos a movernos en sociedad a través de nuestras propias experiencias, también lo hacemos observando lo que les sucede a nuestras semejantes. Si vemos que una mujer profesional es admirada y respetada en determinado sector, tenderemos a buscar esa misma sensación. Si, por el contrario, percibimos que es maltratada, trataremos de evitarla.

Desde hace algunos meses, la ministra de Educación del Gobierno actual, Pilar Alegría, viene sufriendo una campaña de acoso machista en las redes sociales. No hay declaración suya que no venga acompañada de cientos de insultos, descalificaciones, burlas, amenazas, memes y toda clase de ataques verbales y visuales. La gran mayoría son perfiles con nombres ficticios poco o nada rastreables. Cobardes que se esconden digitalmente para poder delinquir y cuyos actos son más condenables por reales que lo que atribuyen a quienes dirigen sus ataques. Los insultos no están amparados en la libertad de expresión de manera absoluta y lo saben, pero se escudan en que el odio machista le sale muy rentable a las aplicaciones digitales. Casi todos estos delincuentes virtuales son defensores de la ultraderecha. Probablemente más de la mitad sean bots creados por esas organizaciones que desean destruir al Gobierno actual, a costa de lo que sea.

El motivo de su ira no es un Parador, ni una fiesta, ni tampoco las declaraciones que una ministra haya podido hacer en ningún medio de comunicación. Su indignación viene provocada por el hecho de que una mujer ocupe un cargo de poder y tiene un solo nombre: machismo. Da igual que esa mujer se llame Pilar Alegría, Laura Benítez o Paloma Conde porque sus ataques serían exactamente los mismos. Aunque el odio en internet se propaga hacia todas las personas, el que se dirige a las mujeres tiene unos matices muy específicos.

Dudar de su profesionalidad

Enchufada, inútil, ignorante, retrasada, ya sabemos cómo llegaste a ser ministra: de rodillas, no veo ningún mérito para que te hagan ministra…” Poner en duda los méritos profesionales de una mujer es de primero de escuela machista. Se cuestiona que tenga un título, la veracidad del mismo, que esté en el puesto por sus cualidades, y siempre serán los hombres quienes le hayan concedido el empleo a cambio de favores sexuales. A las mujeres un cargo de poder siempre nos viene grande, por eso los ataques machistas tienen como objetivo degradar nuestra valía.

El uso de diminutivos

“Se te ve amargada Pili, cuidado Pili, Pili juergas, Maripili, Pilarín, Pilarcita…Empequeñecer a las mujeres a través de diminutivos y palabras infantilizantes es una manera de rebajar su rango y convertirlas en dependientes y vulnerables.  Usar su nombre en lugar de su apellido para nombrarlas es como saltarse todas las distancias y hacerlas saber que pueden acceder a ellas cuando quieran. El uso de la cercanía en ambientes laborales cuando no se conoce a las personas puede denotar falta de respeto y también intimidación.

Referencias sexuales

“Puta, golfa, zorra, guarra, fulana, comepollas, muñeca hinchable, prostituta…” Una forma de remarcar que el ámbito laboral no nos pertenece es indicarnos cuál sí debe ser nuestro lugar. Esto pone de manifiesto lo que piensan de todas las mujeres: que nuestro trabajo es estar en la casa cuidando de los hijos y haciendo la comida y si salimos de ese espacio, se nos castiga. Para los hombres machistas las mujeres solo tienen dos modos de vida: el de madre y santa o el de pecadora y prostituta. Se ve que todavía no han superado la Biblia.

Ante agresiones como las que está viviendo nuestra ministra nadie debe permanecer indiferente porque el mensaje que están enviado es hacia todas las mujeres: este es el trato recibiréis si ocupáis un cargo público. Una advertencia muy dañina que automáticamente cierra las puertas a todas aquellas niñas, adolescentes y adultas que quieran emprender, algún día, una carrera política. Tanto hombres como mujeres debemos condenar estos actos públicamente y emprender acciones para que no vuelvan a suceder. Defender que las mujeres puedan ejercer su profesión y ocupar cargos de poder sin ser atacadas por ello es una cuestión de democracia, fundamental para construir una sociedad igualitaria. Lo que les pase a nuestras profesionales hoy, es lo que nos puede pasar a nosotras mañana. Frente a los ataques machistas, todas somos Pilar Alegría.