Hace unos días, Washington informaba acerca del posible encuentro que podría tener lugar entre Donald Trump y Vladimir Putin con el propósito de abordar el conflicto bélico que Rusia mantiene con Ucrania desde hace más de tres años. Vale la pena recordar que ya el pasado verano ambos líderes tuvieron oportunidad de hablar sobre este espinoso asunto en una cumbre que fue celebrada en territorio norteamericano a mediados del mes de agosto. Alaska fue el lugar elegido para dicha reunión que, muy rápidamente, fue calificada de infructuosa. Sin embargo, esta afirmación debe matizarse en la medida en que, si bien no conllevó el fin del conflicto, es cierto que dejó tras de sí una serie de consecuencias que no fueron menores.
Así pues, tras el citado encuentro estival, la figura de Putin salió visiblemente reforzada. En definitiva, el presidente ruso a raíz de esta reunión oficial consiguió abandonar el ostracismo diplomático en el que se hallaba desde hacía un tiempo y volvía a situarse en el centro del escenario internacional. Pero aquí no acabó todo. Este movimiento de “fichas” en el tablero geopolítico trajo consigo, además, la merma o minimización de otro actor: el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, quien no fue convocado en ningún momento a la cumbre. De este modo, la otra parte del conflicto era abiertamente ninguneada. Este primer intento de Trump –tras su regreso a la Casa Blanca– con el que pretendía influir en el devenir de un conflicto armado, se articuló sin contar con todas las voces implicadas. El gesto, sin duda, fue extremadamente revelador: mientras una pieza se movía hacia el centro del tablero, otra era apartada. Una especie de movimiento pendular conforme al cual se evidenciaba la asimetría de poder existente entre las potencias implicadas (Ucrania versus Rusia) y la intervención de un tercer actor (Estados Unidos) que, sin estar directamente relacionado con el conflicto, mostraba su descaro al pretender dirigir la partida.
Teniendo en cuenta las consecuencias poco alentadoras que emergieron de aquella cita, las alarmas saltaron cuando –a finales de la semana pasada– Trump anunciaba a bombo y platillo que se reuniría próximamente con Putin en Budapest. Una noticia que, desde el primer momento, generó una profunda controversia, máxime tras constatar que Viktor Orban, presidente de Hungría, habría sido el principal instigador de una iniciativa que ha molestado profundamente tanto a la Unión Europea –la organización a la que pertenece su país– como a la Organización del Tratado Atlántico de la que Hungría también es parte. No obstante, este encuentro ha quedado aplazado sine die dadas las divergencias existentes entre Putin y Trump acerca de cómo enfocar la cuestión relativa a Ucrania. El mandatario norteamericano ha declarado que no desea asistir a una reunión que va a conllevar una pérdida de tiempo para ambos líderes quienes, por ahora, no parecen estar alineados. De manera relativamente similar, el portavoz del Kremlin afirmaba que será necesario un margen de tiempo adicional para que el encuentro en cuestión pueda producirse y sea, a su vez, efectivo.
La cancelación repentina de la cumbre ilustra la frustración de Trump, quien ve cómo su intento de mediar en una guerra enquistada se aleja del objetivo proclamado en plena campaña electoral durante la cual aseguró que podía resolver el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania en tan sólo veinticuatro horas. Lo sucedido en estos días muestra que la misión que él mismo se encomendó está resultando ser más ardua de lo que creía en un principio. En cualquier caso, deben examinarse los principales escollos que han terminado desbaratando el encuentro previsto en Hungría. En este sentido, el obstáculo más relevante radica en el eje central de la propuesta de Trump según la cual las negociaciones deben partir de la línea actual de batalla situada en la región del Donbás; una zona ampliamente controlada por Rusia –que ejerce, en estos momentos, su dominio sobre más de tres cuartas partes del citado enclave– y que, lejos de conformarse con ello, aspira a someterlo en su totalidad. Moscú ha puntualizado que su postura no habría variado un ápice desde la cumbre mantenida en Alaska conforme a la cual exige no sólo el desarme completo de Ucrania, sino también la cesión a su favor de los territorios que ya controla. Condiciones que, como es lógico, resultan inadmisibles para Zelensk, el máximo dirigente de un país cuya soberanía fue abiertamente violentada en febrero del año 2022.
Los últimos acontecimientos han dado lugar al hartazgo de Trump quien ha acusado a Putin de no actuar francamente. Ante tal decepción, Estados Unidos acaba de implementar sanciones a dos poderosas compañías rusas (y sus respectivas filiales) que se dedican al sector petrolífero: Lukoil y Rosneft. La respuesta rusa no se ha hecho esperar. Moscú sostiene que estas medidas son completamente contraproducentes, ya que merman la vía diplomática que podría conducir al fin al conflicto con Ucrania. En todo caso, Rusia se muestra confiada, subrayando la fortaleza que ha desarrollado en estos años ante este tipo de maniobras occidentales. Al hilo de esta última consideración, resuenan con fuerza las palabras escritas por Stefan Zweig, quien –tras una rápida visita al país en el año 1928 con motivo de su participación en los actos conmemorativos del centenario del nacimiento de León Tolstoi– escribió que la genialidad del pueblo ruso radica principalmente “(…) en su inmensa capacidad de espera y en su fabulosa paciencia, tan grandes como el país mismo. Esa paciencia ha sobrepasado todos los límites temporales, derrotó a Napoleón y a los zares, y vencerá toda clase de contratiempo y calamidades”. Veremos, pues, cuán efectivas acabarán siendo las acciones procedentes de Washington.
Sea como fuere, lo que sí podría suceder es que Trump, ante esta nueva coyuntura, hable con su homólogo chino, Xi Jinping, para expresarle su inquietud en torno a la constante adquisición del crudo ruso por parte de Pekín en la reunión del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico que se celebrará la semana que viene en Corea del Sur. Ya circulan todo tipo de elucubraciones sobre la posible respuesta de China, un actor decisivo ante un escenario donde el poder mundial parece desplazarse con firmeza hacia Oriente. A la espera de su reacción, cabe concluir –por el momento– lo siguiente: cada reunión, cada gesto político, cada movimiento de “fichas” en el tablero geopolítico parece insertarse o formar parte de una partida mucho mayor. Hoy, el telón de fondo es Ucrania y la eventual solución de paz. Sin embargo, este objetivo –el de la paz– no parece constituir un fin en sí mismo; más bien se erige como una moneda de cambio en la que se pone de manifiesto la pugna existente entre las potencias principales de hacerse con la hegemonía global. Lamentablemente, mientras tanto, Ucrania se ha convertido en el tablero de juego, pagando el precio de una partida que otros juegan.




