Con 53 años, Pedro Sánchez es demasiado joven como para deducir que su discurso se limita a patrones aprendidos en épocas más jóvenes. Ni siquiera a sus votantes les gustaría pensar que su cerebro se ha vuelto perezoso y ya solo repite lo mimos una y otra vez. Entonces, ¿por qué ese pensamiento en bucle contra Isabel Díaz Ayuso? Rumia su nombre en cada aparición pública y quizá también en privado. La última vez, durante su entrevista con la periodista Pepa Bueno en TVE.

Ayuso y su legendaria expresión me gusta la fruta son, a su entender, las culpables de la debacle en España. El presidente del Gobierno está enganchado emocionalmente a ella. Su nombre parece atrapado en ese circuito mental en el que no cabe un alma más, a pesar de la crisis política y judicial, la falta de presupuestos, la estrategia en Gaza, la respuesta a los incendios, los problemas de vivienda, la desigualdad, el desgaste de su partido o el suyo propio.
Obsesión emocional con Ayuso
Su mente le lleva de manera persistente, intrusiva y obsesiva a Díaz Ayuso. En sus ataques, esta actitud podría responder a una tensión u obsesión emocional que solo un profesional de la salud podría indicar, después de un exhaustivo análisis, si llega a la condición de trastorno.
No es el único hábito compulsivo de Sánchez. En la forma de sus dedos se advierte que padece onicofagia, que consiste en morderse las uñas y las cutículas. A menudo se le atribuye también el llamado síndrome de hubris, un patrón de comportamiento con el que el neurólogo David Owen, inspirado en Hybris, la diosa griega de la arrogancia, describió a algunas personas que ostentan poder. Por la preocupación exagerada de su imagen, el exceso de confianza en su propio juicio, la pérdida de contacto con la realidad o la tendencia a la grandilocuencia, el presidente ha sido incluido en este síndrome. No es patológico, sino síntoma de un ego desmedido que lleva a desoír las opiniones de los demás, al aferramiento al poder, a querer envejecer en el cargo.

Las obsesiones destructivas condensadas en un determinado adversario, los ataques verbales y desprecios recurrentes encajan bien con este perfil narcisista. La principal fijación de Sánchez es la presidenta madrileña. Su ataque sostenido hacia ella se percibe como una persecución que podría formar parte de su estrategia en el poder. En su búsqueda desesperada de admiración, los líderes con estos rasgos necesitan sentirse por encima de sus adversarios moral e intelectualmente, lo que los lleva a mostrarse arrogantes, desconfiados, faltos de ética y empatía y con una frialdad emocional que les aleja aún más del bien común.
Si volvemos a la entrevista en TVE, Sánchez eleva el tono, acentúa sus gestos e incrusta la mirada en su interlocutora para acusar a Ayuso de “un nivel de escasos recursos dialécticos y una enorme frustración”. Una expresión de evidente hostilidad que delata su firme intención de causarle daño.
El riesgo de los pensamientos en bucle
Atorado en la imagen de Ayuso, Sánchez se crece en su escalada destructiva contra ella con un análisis racional sirviéndose de la televisión que debería ser de todos los españoles y despreciando una oportunidad de transmitir confianza política o una visión estratégica. La psicología advierte muy seriamente a quien no encuentra freno para sus pensamientos en bucle, ya que producen una gran ansiedad y mucho malestar y bloquean la capacidad de decisiones o resolución de problemas. Sostenido en el tiempo, el pensamiento rumiante puede derivar en trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
Hay formas de rebajar esa ansiedad física: relajarse, respirar profundo, practicar ejercicio. Todo ese trabajo lo habrá hecho el presidente durante su estancia en La Mareta, pero quizá le faltó la intención, entregarse al pensamiento presente. A juzgar por la entrevista y sus declaraciones, tampoco le vale sacarlo fuera, otro excelente ejercicio mental para dar salida a lo que nos tormenta y acongoja.
La psicología política habla en casos así de tensión emocional no resuelta. Ataca para defender su ego. Desata respuestas emocionales muy intensas hacia su rival político. Ayuso siente esta hostilidad, según ha denunciado públicamente, como “una persecución psicopática”. Es decir, fija y repetitiva. Cumple con todos los criterios de una obsesión emocional y cognitiva que llega a resultar, como vemos, abrumadora a quien la sufre. Se limita al contexto político y esto permite diferenciarse de una patología. Si no fuese así, implicaría un deterioro en su vida personal y social, además de síntomas incapacitantes en otras esferas de la vida.

Esto no significa que su obsesión no sea intensa y domine su mente en ciertos momentos. Como estrategia, en un momento de acorralamiento y nerviosismo político como el que vive el Gobierno de España, le sirve de blanco recurrente para desviar la atención y tratar de movilizar ideológicamente a quienes le escuchan. Hay quien apunta que se trata más bien de envidia. Embriagado de poder, vería en la política una seria amenaza. Sería una señal más de ese síndrome de hubris que lleva a tratar con insolencia y desprecio al rival.
Sin ella, su vida resultaría anodina
Sea una cosa u otra, a la ciudanía le cansa e irrita esa dedicación, en tiempo y energía. Le provoca fatiga política sus gestos de narcisista de tomo y lomo, aunque eso no le convierte en un enfermo mental. Simplemente le caricaturiza a él y legitima a Ayuso en el tablero político como símbolo de una derecha sin freno. Él la percibe como amenaza y la usa en su narrativa como alarma, pero la necesita como enemiga. En la Francia de los años ochenta y noventa, François Mitterrand y Jacques Chirac protagonizaron un duelo mental similar. Los analistas decían que Mitterrand pensaba en Chirac “al despertarse y al acostarse”. Da la sensación de que el curso empieza como terminó. Con Ayuso ocupando un lugar privilegiado de su cabeza, organizando su relato y marcando el titular. Sin ella, la vida de Sánchez resultaría muy anodina.