Hubo un tiempo en el que Pedro Sánchez formó triunvirato de guapos junto a Justin Trudeau (exprimer ministro de Canadá) y Barack Obama (expresidente estadounidense). Los medios bromeaban con sus atractivos y en los corrillos se discutía sobre cuál de ellos destilaba más sex appeal. De los tres, solo el líder socialista se mantiene en el poder y ayer anunció que hay presidente para rato, al menos hasta 2027.
Lo llaman síndrome de la arrogancia o síndrome de Hubris, un término que acuñaron el exministro británico David Owen y el psiquiatra Jonathan Davidson en un artículo que publicaron en la revista científica Brain en 2009. Lo describieron como un trastorno de apego al poder que lleva a la pérdida de contacto con la realidad y un exceso de confianza en sí mismo, grandiosidad e incapacidad para escuchar críticas y consejos, ignorando el coste o el resultado.

En el caso de Pedro Sánchez, tal empeño se traduce a síndrome de la Moncloa y, si nos detenemos en algunos signos físicos, parece que su principal desafío de ahora en adelante va a ser sobrevivir a sí mismo. Los síndromes del estrés que le está provocando la cadena de escándalos en su partido y en el seno de su propia familia son cada vez más evidentes: delgadez extrema, ojeras, expresión de cansancio, encorvamiento, mirada caída, pelo canoso, mandíbula exageradamente tensa…
Lo más imprudente de ese supuesto síndrome de Hubris, más metafórico que trastorno médico, no es que desprecie los consejos y peticiones de retirada, sino que ha perdido conexión incluso consigo mismo. Nietzsche decía que hay más sabiduría en nuestro cuerpo que en las filosofías más profundas. Y resulta que lo que parecía un pensamiento crítico lo recoge ahora el prestigioso psiquiatra Thomas Verny en su último libro, La memoria del cuerpo. “Pensamos, sentimos y actuamos con nuestro cuerpo. Cada experiencia influye, marca, se registra y deja huella en nuestras células y tejidos”, advierte.
Fijémonos en Sánchez. Llamaron la atención sus manos venosas en Sevilla durante la cumbre de la ONU, cuando posó junto a la presidenta de Honduras, Xiomara Castro. Es verdad que los 40 grados de temperatura propiciaban este efecto, pero la hinchazón permanecía en el Comité Federal del PSOE unos días después. Aunque hay otras razones, el estrés es una de ella. Libera hormonas como el cortisol y la adrenalina, que aumentan la presión arterial y pueden hacer que las venas se dilaten. Sostenido en el tiempo, el impacto podría ser más grave.

En febrero, el presidente cumplió 53 años. Es su edad cronológica. Es decir, el tiempo transcurrido desde el día en que nació. El entrenamiento físico, el ayuno intermitente y una buena genética le han ayudado a no aparentar más edad. Sin embargo, un cálculo actual después de estas últimas semanas concluiría, seguramente, que la edad que su cuerpo expresa, la biológica, es superior.
El estrés, uno de los principales factores de envejecimiento, ha provocado que su reloj corra desbocado. Frente a su empecinamiento de aferrarse al cargo, la ciencia podría darle mil argumentos en contra simplemente interpretando las señales que emite. Por ejemplo, las canas. No es solo cosa de la edad. El sistema nervioso simpático, encargado de responder con rapidez a amenazas externas, provoca que los folículos pilosos se queden sin coloración. Dicen que la caballera del poeta irlandés Thomas Moore se volvió totalmente blanca mientras esperaba su decapitación en la Torre de Londres. Puede ser una leyenda, igual que la de María Antonieta, que vivió algo similar, pero, con investigación en la mano, la ciencia sabe que estas cosas pasan.

También la piel acusa esos picos de adrenalina y cortisol como consecuencia de la crispación y su crisis personal. El resultado es que se acelera la descomposición del colágeno y la elastina, favoreciendo el envejecimiento cutáneo prematuro, Es evidente que a su rostro le faltan esos nutrientes vitales y antioxidantes que hace solo unas semanas le permitían lucir una piel tersa.
La ciencia nunca quiere ser agorera, sino reveladora. Y hay una huella que va dejando el estrés más silenciosa que la delgadez o las arrugas, la que impacta en la salud mental y cognitiva. Ese aumento de hormonas relacionadas con el estrés, como el cortisol, puede afectar al hipocampo, una región del cerebro involucrada en la memoria y el aprendizaje, y dañar las conexiones neuronales, sobre todo en las áreas que intervienen en la toma de decisiones y el control emocional.
¿Son reversibles los efectos del síndrome de la arrogancia? Sí, pero no con tratamientos cosméticos. Si hacemos caso a los investigadores Vadim N. Gladyshev y James P. White, los mismos que han detectado el estrés como uno de los mayores factores que intervienen en la aceleración del envejecimiento, Sánchez podría recuperar su lozanía eliminado la fuente de estrés.
En uno de los párrafos de La memoria del cuerpo, Verny escribe: “Las experiencias de gran carga emocional están cerradas en todo el cuerpo. Ocasionalmente, nuestros cuerpos hablan en voz alta sobre cosas que preferíamos no escuchar. Ese es el momento de hacer una pausa y escuchar”. Quizá el presidente, aunque no atienda a otras razones, no debería subestimar lo que le está diciendo el cuerpo.