Crianza

El tabú del hijo favorito. ¿Por qué nos cuesta reconocerlo?

El 95% de los padres tiene un hijo preferido; el 5% restante miente. Es una verdad como un templo, pero no nos hace peores

"Los hijos de otros" - Rebecca Zlotowski

“Si me cortan un dedo, me duele igual que cualquier otro”. Es la respuesta más común cuando a un padre o a una madre le preguntan si tiene un hijo favorito. Si le insisten, admitirá que, bueno, a cada uno se le quiere de manera diferente. Tensando aún más, es posible que termine confesando cierta preferencia por uno de ellos. Nos sonroja la idea, pero es así.

Ni siquiera Sigmund Freud, uno de los sabios de la psique humana, pudo reprimir su predilección por Ernst, su cuarto hijo. John Lennon favoreció al segundo, Sean, fruto de su relación con Yoko Ono. Y tenemos el caso de Madonna, incapaz de disimular su especial inclinación hacia David Banda, a quien adoptó en Malawi. Y eso que el joven, de 19 años, le ha dado más de un quebradero de cabeza.

El hijo favorito suele estar justificado por una conexión especial o una afinidad de caracteres. Felipe de Edimburgo veía en el irreverente e impulsivo príncipe Harry su vivo retrato. En este caso, era su nieto predilecto, lo que evidencia que el fenómeno puede saltar generaciones. Además, los abuelos no suelen practicar la prudencia oportuna, generando a veces serios conflictos entre hermanos. Los nietos varones, sobre todo si la madre es su hija, suelen ser los escogidos. Hay en ello una razón de linaje y herencia que viene de nuestros ancestros más lejanos y se reproduce como una conducta innata, según comprobó un equipo de psicólogos de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia).

Quien mejor nos puede dar pistas de cómo ocurre el favoritismo es el investigador Alex Jensen. Este profesor de la Universidad Brigham Young (Utah, Estados Unidos) ha realizado un metaanálisis cotejando los resultados de 30 artículos de revistas y tesis, 14 bases de datos y 9.469 testimonios. Ha encontrado que hay una sutil tendencia a favorecer según el orden de nacimiento de los hijos, pero también influyen factores como la personalidad y el género.

Por sus observaciones, Jensen deduce que los últimos en llegar reciben un trato más protector, mientras que a los primogénitos se les deja que desarrollen una mayor autonomía. Ve también una descarada inclinación de los padres hacia sus hijas, más que hacia los hijos varones. Por otra parte, los vástagos con personalidades más responsables y agradables cuentan con más papeletas para llevarse este privilegio.

Cualquier investigación confirma que el favoritismo es real y está presente en casi todas las familias, pero no deja de ser tabú, un asunto incómodo para nuestra propia conciencia. Negarnos la evidencia nos impedirá reconocer que la desigualdad genera recelos entre hermanos y heridas emocionales que los menos privilegiados pueden arrastrar de por vida. Esta tensión queda muy bien retratada en El Padrino, cuando Vito Corleone escoge a Michael como sucesor. A pesar de no ser el primogénito, aprecia en él el carácter frío y estratega que le falta a Sonny o la fortaleza que no tiene Fredo, excluido por su debilidad.

En los trabajos revisados, Jensen comprobó cómo los niños no favoritos sufren un porcentaje más alto de problemas de salud mental y conductas problemáticas en casa y en el colegio. La solución no es, según concluye, obsesionarse por aparentar una igualdad entre los hijos que no es sincera, sino dar a cada uno el espacio que merece y dedicarle un tiempo de calidad personalizado. “A veces los padres se preocupan tanto por tratar a sus hijos por igual que pueden pasar por alto las necesidades individuales. Puede ser frustrante. Estén atentos a esos patrones dentro de ustedes mismos. Presten atención a cómo reaccionan sus hijos ante cosas que podrían percibirse como favoritismo. Cuando los padres son conscientes, pueden hacer pequeños ajustes que benefician a todos”, señala en una nota difundida por su universidad.

Tener un favorito no es una rareza. Podemos comprobarlo en nuestro entorno o quedarnos con las teorías del divulgador científico Jeffrey Kluger. Según dice, el 95% de los padres tiene un hijo preferido; el 5% restante miente. Aunque queramos evitarlo, es algo biológico y psicológico. En su opinión, uno de los imanes es el atractivo físico, aunque, en línea con Jensen, también cree que los padres son más propensos a aplaudir los logros de sus hijas y las madres los de sus hijos. En cualquier caso, es más fácil caer en gracia a los padres si eres el mayor o el menor. El primogénito suele ser brillante; el benjamín, adorable. En el medio, un hijo que ni es genio ni es ángel.

Kugler cree que esa debilidad parental que parece brotar casi automáticamente podemos usarla para dar un impulso para practicar la equidad familiar y el bienestar de cada uno. “Comprender estas dinámicas nos ayudaría a criar mejor a nuestros hijos, tomando decisiones parentales al margen del favoritismo y mitigando las secuelas en el resto de los hijos”. El agraciado crece con la confianza de saberse más querido. Los demás, al no sentirse así, son más propensos a desarrollar ansiedad, falta de autoestima y depresión en la madurez.

Admitamos, por tanto, que tener un hijo favorito es uno de los secretos de familia mejor guardados. Eso no nos convierte en malos padres. Es puro instintito, algo ancestral. Lo importante, según se desprende de estas investigaciones, no es negar lo que casi siempre es evidente, sino revisar qué mensaje trasladamos a cada uno de nuestros hijos y corregir a tiempo. Ellos lo sienten, lo saben y lo interpretan, acomodándose, rebelándose o callándose.

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