Monstruos, criaturas extrañas, tormentas, bichos gigantescos, su cuerpo sumergido en agua… la cabeza infantil está superpoblada de imágenes, a veces aterradoras. No es malo. Los miedos son parte del desarrollo emocional y cognitivo y sirven como señal de alarma ante situaciones de peligro potencial. Sin embargo, hay que enseñar al niño a gestionarlos.
A Dalí le provocaban pavor los saltamontes y usó su arte surrealista para zafarse de todos sus miedos, que no eran pocos. Stephen King, a punto de publicar su novela No tengas miedo, burló la fobia a los payasos dándoles su propia forma en sus novelas de terror. El más famoso es Pennywise, el payaso bailarín de It. También el personaje de Charlot nació de los temores infantiles de Charles Chaplin, vinculados con la pobreza. Podríamos cerrar la lista con Julio de la Iglesia, policía nacional y Tédax (técnico especialista en desactivación de artefactos explosivos), a quien hemos recurrido para entender mejor el miedo.
Este madrileño, coach y conferenciante, es autor de El miedo es de valientes, un libro que muestra el camino para manejarlo. Aunque cueste creerlo, a él también le ha acompañado desde la infancia. No era la oscuridad lo que le provocaba desasosiego. Tampoco los monstruos. “Era el miedo al fracaso, a no ser querido. Esto me llevó, con ocho años, a aspirar a ser un Maldeman, un muñeco articulado con el que imaginaba todo tipo de aventuras y peligros”, recuerda.
La primera vez que sintió mucho miedo, incluso pánico, fue con diez años, cuando quedó atrapado a una cuerda mientras pescaba pulpos en Denia. “Tener miedo es como estar enamorado. No hay lugar a dudas y seguimos teniendo una respuesta muy animal: atacar o huir. Pero hay un miedo que es buen compañero. El mío es el que me avisa de los peligros. El otro, el que me paraliza y me limita, es el que desactivo. Salir de él no requiere fármacos, solo valentía y determinación para enfrentarnos a él”.
Su primer consejo es validar el miedo y dejar que el niño lo identifique: a estar solo, la oscuridad, los perros, la altura, el médico, ciertos ruidos, algunas caras… “Es una emoción tan natural como la sorpresa, la alegría, la ira o la tristeza. Se trata de enseñarle a bajar el volumen de ese miedo, a hacerlo habitable, para que no le paralice o bloquee su talento”. Deberíamos empezar por nosotros mismos. Nuestras fobias las reproducen nuestros hijos.
Una vez validado el miedo, hay que mantener a raya la imaginación, que es la que nos pone en el peor de los escenarios y nos lleva a preocuparnos por cosas que nunca pasarán. Es algo, según De la Iglesia, estrechamente relacionado con la ansiedad y el estrés, dos reacciones que habrá que manejar con diferentes técnicas y estrategias, como la relajación a través de la respiración, la música tranquilizante y rutinas saludables. “Necesitamos -dice- ese espacio para la calma e impedir que se disparen esas señales físicas que lo acompañan, como el latido del corazón más fuerte o la respiración entrecortada. Enseñaremos a nuestro hijo a conectar con el valiente que todo llevamos dentro”.
A continuación, hay que pasar a la acción. Rumiar el miedo no soluciona nada, hay que tener la determinación de enfrentarse a situaciones complejas, sin necesidad de convertir a nuestro hijo en un temerario o en un iluso. Una forma simple que propone De la Iglesia para dar el primer paso es cambiar su “no puedo” por “no puedo ahora”. “Decir “no puedo” es rendirse e invocar al miedo. Ese ahora anticipa que habrá un esfuerzo para superarlo y en el lugar de la queja habrá que poner soluciones”. Este tipo de técnicas son las que hacen del miedo una emoción adaptativa que ayuda a crecer, en lugar de dejar que se enquiste como una emoción tóxica, irracional y duradera.
Transmítele seguridad y prepárale para que vaya tomando las riendas de su vida de una manera responsable y cooperadora, con confianza y dando lo mejor de sí. Si puede ser con humor y creatividad, mejor. Su miedo puede ser muy motivador porque le animará a esforzarse. Tener coraje significa fuerza de voluntad. Incluso si falla, podrá corregirlo. Es la manera de que cumpla sus sueños y sea una persona segura y eficaz. “El valiente tiene una misión, conoce su miedo, toma las medidas y actúa. De lo contrario, tendremos niños crónicamente asustados”, insiste el coach.
En su libro El miedo es de valientes, cuenta una anécdota inspiradora. “Logré superar mi claustrofobia metiéndome día tras día en un ascensor para llegar a mi piso ubicado en una planta 15. Podría haber usado las escaleras con la excusa de que es bueno para la salud, pero en realidad solo habría estado evitándolo. De la misma forma, para superar el miedo a los exámenes lo que hay que hacer es estudiar”.
Si a tu hijo le aterra, por ejemplo, la oscuridad, habrá que acordar un plan progresivo que permita avanzar cada día. Una noche le leerás un cuento y le acompañarás en silencio hasta que se duerma. Al día siguiente, te irás después del cuento y dejarás la puerta entreabierta… Poco a poco, conseguirá dormir solo y sin dramas. Cada esfuerzo merecerá un elogio. Por supuesto, no todos los miedos son iguales y no todos necesitan superarse, sino, simplemente, aprender a convivir con ellos.
Como vemos, requiere tiempo, práctica y un espacio para manejarlos, aprender a calmarse por su cuenta y superar situaciones difíciles, sabiendo que formarán parte de su crecimiento. Si son persistentes y le limitan en su vida, habrá que buscar ayuda profesional.
En definitiva, la manera de gestionar los miedos de tus hijos y ayudarle a desarrollar una mayor confianza en sí mismo pasaría por lo siguiente:
- Escuchar y validar sus emociones.
- Ayudarle a identificar qué le asusta y en qué situaciones.
- Exposición gradual y en un entorno de seguridad a eso que le causa miedo con el fin de reducir esa emoción.
- De manera general, procurar un entorno de confianza, apoyo y seguridad en sí mismo.
- Celebrar los logros y fomentar su autoestima.
- Nunca minimizar o ridiculizar al niño por sus miedos.
- Hablar con él desde la clama, nunca desde el nerviosismo.
- Recurrir al juego, al humor y a la creatividad.
- Dar ejemplo con nuestros propios comportamientos de tranquilidad.
- Practicar con él estrategias de relajación.
- Vigilar que los contenidos que consume son adecuados para él.
- La mayoría de los miedos infantiles desaparecen con el tiempo, pero habrá que buscar ayuda profesional si son extremos, dificultan su vida diaria o las estrategias no dan resultado.