Pocas veces la policía irrumpe en un velatorio, pero esta vez era causa mayor. La autopsia acababa de confirmar que la muerte de Carmen Grela no era accidental. Alguien había entrado el 3 de octubre en la vivienda de la nonagenaria, como han comprobado después en el visionado de las cámaras de videovigilancia, asfixiando una vez dentro a la mujer. Pero esa mano asesina había sido cuidadosa, y a simple vista no había signos de violencia.
Ahora, en cambio, se acumulan las pruebas contra una culpable a la que tuvieron que ir a buscar a prisión después de que Científica hallase su huella en casa de Carmiña. No había dudas. Se trataba de Remedios Sánchez, más conocida como la Reme entre sus cercanos. En nuestra crónica negra se ganó el apodo de La Mataviejas.

La cocinera ‘matayayas’
Coruñesa, con 68 años en la actualidad, divorciada, con dos hijos y una familia que la ha repudiado públicamente, Remedios estaba a punto de cumplir dos terceras partes de la condena de 144 años y siete meses que le impuso la Audiencia de Barcelona por cinco intentos de asesinato y tres consumados en el verano de 2006, cuando sembró el pánico en la ciudad colándose en casas de mujeres de edad avanzada -de entre 70 y 80 años, siendo una de 96- a las que asaltaba aprovechando que estaban solas. Solo en una ocasión apareció in extremis el marido de una de ellas. “No pasa nada, señor, no pasa nada”, improvisó la asesina en pleno estrangulamiento. “¡Coño, no pasa nada y estás matando a mi mujer!”, le espetó un Vicente espantado, según narró él mismo ante el juez. Su mujer, una de las supervivientes, prefirió declarar tras un biombo.
Dos años después del violento asalto, la mayoría sufría aún estrés postraumático. “No puedo olvidar aquellos brazos circunvalándome el cuello”, describió otra de las víctimas que esquivó la muerte personada en la figura de una desconocida que el 25 de junio de 2006 timbró en la puerta para pedirle agua, y terminó colocándole un trapo encima para asfixiarla. Un modus operandi que repitió, con ligeras modificaciones: pidió tiritas y hasta Voltaren para una quemadura o se hizo pasar por una vecina que alertaba de un escape de gas. Una vez dentro, golpeaba y pateaba e intentaba dejarlas inconscientes o inertes.
Todo por un puñado de dinero y joyas, que los Mossos encontraron en el registro del piso en el que vivía en Barcelona y del que salió engrilletada, con el rostro tacon una chaqueta y entre gritos de asesina. “Yo sería incapaz de hacer algo así”, declaró ante el juez una Remedios entregada a proclamar su inocencia hasta el límite de la teatralidad. Sentada en el banquillo, se llevó la mano a la frente, apabullada ante la narración de unas víctimas que aseguró no eran suyas sino de una inquilina fantasma, una tal Mary de la que no había rastro y por la que justificó el hallazgo del botín valorado en 7.200 euros.
Para la fiscal, una argucia más de una asesina capaz de pedir un clínex para sonarse compungida en la sala en lugar de reconocer los hechos o pedir perdón. Incluso se dejó el pelo largo para presentarse ante el jurado y perdió quince kilos, con el fin de parecer menos corpulenta que la imagen que trascendió de ella al ser detenida, 26 días después de cometer el último de sus crímenes, hasta ahora. Por entonces, en 2006, Remedios trabajaba de cocinera en un restaurante en el que sus comensales solían pedir “la tortilla de la Reme”.
La lavandera reincidente
A sus 91 años, Carmiña solía pasear cada día “solita con su bastón”, recuerdan sus vecinos del barrio coruñés de Monelos. Atienden a los medios sin ocultar su extrañeza, no solo por la tragedia sino por la desconfianza que siempre desplegaba la nonagenaria. “A mí me sorprendió verla con una mujer grande que no parecía su hija”, reconoce Chusa, quien sin embargo no asoció con el de esa desconocida el rostro que le mostró la policía cuando estuvo interrogando al vecindario. La foto que les mostraban los agentes era la de Remedios Sánchez.
Por buen comportamiento le habían concedido permisos penitenciarios, como el del pasado 3 de octubre. El día del crimen de Carmiña, la ‘matayayas’ no durmió entre las rejas del penal de Teixeiro al que había pedido el traslado desde Brians, diez años atrás. En su actual destino la tenían por una presa modélica, con puesto fijo en la lavandería. Allí la fueron al buscar el día de su detención, con todas las pruebas que tienen en su contra. Falta por saber qué alegó ahora en su descargo, pues no hay compañera de piso que inventar. O si trascenderá cómo consiguió engatusar a una mujer tan recelosa del resto, y que sin embargo cayó en la red de Remedios.
¿Cómo la engatusó? ¿Qué le robó? En 2006, parte del botín lo gastó supuestamente en su adicción al juego, hasta el punto de que la detuvieron saliendo de un salón recreativo. Aunque ella lo negó. Los psiquiatras que la evaluaron dejaron claro que aun así, más allá de un síndrome de piernas inquietas, no había nada que condicionase su estado mental para llegar a cometer sus crímenes. La Mataviejas plenamente consciente de lo que hacía.