“No es que las mujeres deseen menos, es que están hasta el coño”. La frase, tajante y reveladora, preside la contraportada de El sexo de las madres, el último libro de la sexóloga Sonia Encinas. No se trata de una provocación: es el resumen más crudo y certero de una verdad incómoda, enterrada bajo capas de clichés, culpa y frustración acumulada.
Encinas aborda la sexualidad femenina desde una perspectiva que brilla por su ausencia en la mayoría de los debate: el contexto. “Muchas mujeres vienen preocupadas porque creen tener un problema de deseo. Incluso en consultas de pareja es común escuchar: ‘El problema lo tiene ella’. Pero lo que veo es que no hay espacio para ellas. No hay descanso. Hay una sobrecarga constante de tareas, responsabilidades, preocupaciones. Vivimos en déficit de energía. Entonces, ¿cómo va a aparecer el deseo sexual, si este nace de un excedente?”.
El problema, entonces, no es sexual: es estructural, social, profundamente desigual. Es agotamiento crónico disfrazado de falta de deseo.
Corresponsabilidad: el deseo empieza en el fregadero
La maternidad no es un apagón hormonal, sino un torbellino físico, mental y emocional que arrasa con todo. “Si el sistema ya nos deja en negativo, y encima hay hay una sobrecarga por falta de corresponsabilidad, estamos en -20. Esa descompensación genera distancia. Primero, porque no me deja energía disponible. Segundo, porque empiezo a verte como una carga más. Y eso nos desconecta como pareja. Dejamos de ser un equipo”, explica Encinas.
Cuando una mujer mira a su pareja y ve otro hijo más, el deseo no sólo se apaga, se exilia. “Si soy tu madre, no me apetece follar contigo”, dice con claridad. No es una metáfora, es un grito silencioso compartido por muchas.
En la práctica, cuidar el deseo implica cuidar también el reparto de tareas, los tiempos de descanso y la calidad del vínculo cotidiano. “El deseo no florece bajo presión ni con reproches. Si todo el día escucho que te quejas porque no hay sexo, eso me conecta con la exigencia, no con el placer. Lo que necesitamos es espacio, cuidados y la sensación real de formar un equipo”.
“Mi pareja ya no quiere tener sexo conmigo”
Esta frase se repite con frecuencia en las consultas, explica el psicólogo Iñaki Lajud. “Muchos hombres lo viven como un rechazo personal. Para ellos, el sexo suele ser la principal forma de conexión emocional. Pero rara vez se detienen a mirar qué está pasando fuera de lo sexual: ¿hay afecto, escucha, reparto justo de responsabilidades? Muchos buscan intimidad física sin haber cultivado una intimidad emocional. No entienden que el deseo no aparece de la nada, como las setas. Piden sexo sin darse cuenta de que, en muchos casos, no están ofreciendo presencia emocional ni corresponsabilidad”.
Uno de los mitos más dañinos que persisten es que las mujeres desean menos por naturaleza. Encinas lo desmonta con contundencia: “Este es el principal mito. Que deseamos menos por ser mujeres. Y que tener menos ganas es peor que tener muchas. Como si el ideal fuera tener siempre deseo disponible”.
La falta de deseo no es un fallo, es una respuesta lógica a un entorno hostil. “Ojalá no hagas nada entonces. Porque, en situaciones de hipercansancio, no tener deseo es funcional. Tiene sentido fisiológico”, afirma. Y añade: “Nosotras hemos aprendido que el sexo es un lugar del que protegerse. Ellos, que es un espacio que les nutre. Así que llegamos con cargas distintas al encuentro sexual”.
Lajud apunta: “Para muchos hombres, es más fácil separar lo físico de lo emocional. Aunque estén de mal humor, pueden conectar con sensaciones sexuales y usar el sexo como forma de liberar tensión”.
La narrativa que coloca a la mujer como la portadora del “problema” y al hombre como víctima de su desinterés forma parte del guion sexual patriarcal, coitocéntrico y heteronormativo que se instala desde la adolescencia.
Ese guion asume que el sexo es lineal: empieza con un deseo espontáneo (masculino, por supuesto), culmina en coito, y termina con la satisfacción del hombre. Pero la realidad no es así. “El deseo también puede ser responsivo”, explica Encinas. “Aparece cuando te sientes vista, cuidada, conectada. No es un botón que se enciende y se apaga”.
Lajud añade: “Para muchos hombres, el sexo es la vía para sentirse queridos, admirados, suficientes. Si no hay sexo, creen que algo está mal en ellos, y entran en un bucle de frustración, rabia o silencio. No saben cómo pedir afecto sin que pase por lo sexual. Ahí es donde necesitamos transformar la masculinidad: aprender que también hay valor en mostrarse vulnerables, tiernos, en cuidar y hablar desde lo emocional”.
¿Y ellos? ¿Qué papel tienen los hombres en todo esto?
Encinas es clara: “Ahora les toca a ellos. Necesitan reconocerse en este guion y recolocarse. Porque las parejas heterosexuales viven en una asincronía constante. Sin apertura, no hay cambio posible”.
El rol de los hombres no es pedir más sexo, sino cuidar el contexto que permite que el deseo exista. “Ellos deben entender que el deseo no aparece desde el reproche o la presión. Cuidar el deseo implica mucho más que esperar algo en la cama: implica estar, ver, sostener y cuidar”.
“La masculinidad tradicional enseña a los hombres a desconectarse de sus emociones y a delegar los cuidados. Se les educa para no hablar de lo que sienten, para centrarse en hacer más que en estar, en ser proveedores más que compañeros afectivos. Muchos llegan a la vida adulta sin saber cómo construir intimidad emocional ni cómo cuidar a otros en lo cotidiano. Así, esperan que todo fluya sin implicarse. Pero el deseo, como una planta, se marchita si no se riega. Y no solo necesita agua, sino el clima adecuado”, concluye Lajud.
Reconstruir la intimidad: descanso, placer propio y equipo
¿Cómo se recupera el deseo cuando parece haberse esfumado? La clave está en volver al cuerpo y a la vida. “Primero: descansar. Segundo: recuperar espacios de placer propio. Hacer cosas que te gusten a ti, no al resto. Y tercero, si hay corresponsabilidad, encontrar momentos de disfrute en pareja que no sean sexuales, pero sí íntimos”, dice Encinas.
El deseo no se reactiva desde el sacrificio, sino desde la alegría compartida. “Si creemos que el único espacio de placer en pareja es el sexo, no va a funcionar. Hay que nutrir esa conexión con momentos gustosos, con disfrute”.
Sexo como lectura, no como tarea
“Si dejamos de ver el sexo como una obligación, podríamos vivirlo como vivimos la lectura. A veces no leo porque estoy agotada, pero cuando tengo energía, lo disfruto mucho. Y nunca pienso que no me gusta leer solo porque llevo un tiempo sin hacerlo. Pues con el sexo pasa igual. Cuando aparece la posibilidad, se vive con ganas”, concluye Encinas.
Es urgente desmontar la idea de que el sexo es un derecho o una prueba de que la relación funciona. Cambiar ese guion exige que muchos hombres empiecen a escuchar donde antes callaban y a mirar donde antes no querían ver. Ser un mejor compañero sexual pasa, primero, por ser un mejor compañero emocional. Sólo así es posible construir una intimidad más libre, más deseada y verdaderamente compartida.