Centenares, un número aún incalculable. María Reyes es incapaz de precisar el número de personas con las que ha contactado en los últimos treinta años desde que descubrió que era un bebé robado. Las pruebas las encontró en su propia casa, guardadas en cajas en un despacho bajo llave. El peso de esa carga ha marcado más de la mitad de su vida. Por eso, esta semana ha dado el paso determinante de hacerlo público a través del programa ‘Y Ahora Sonsoles’, en Antena 3: “Desde el momento en que acepté dar la cara y contarlo sentí alivio”. Si no lo contó antes, fue porque vivían sus padres. Ni siquiera ha querido desvelar su apellido, pero sí toda su historia por si pudiera ayudar a más gente.
“Uf… Te reconozco que aún sigo impactada porque algún familiar me ha escrito estos días diciéndome que sí que lo sabía y no me lo había dicho hasta ahora. Y no lo entiendo.
¿Cuándo pensaba contármelo? ¡Que tengo ya 48 años!”, clama María con la indignación de quien descubre un silencio pactado. Lo cierto es que quizás nunca habría sabido la verdad de no haberse topado ella misma con una foto de su madre (no biológica) asistiendo a un evento justo el día en que tendría que haber estado dando a luz en el paritorio. Un paritario por el que de hecho nunca pasó, ni con ella ni con sus tres hermanos. “Era imposible encontrarnos parecido, ni entre nosotros ni con nuestros padres”, apunta María, a la que le costó buscar la verdad en su casa. “A mi padre nunca se lo pregunté directamente”, reconoce, “pero a mi madre sí, cuando él ya había muerto, y me lo justificó como si quedarse con nosotros hubiera sido un acto de bondad”.
Como si los hubieran salvado del infierno, cuando en realidad ella y sus hermanos fueron un botín. La recompensa que se llevó su padre -reputado neurocirujano que se movía en las altas esferas de Bilbao- por formar parte de la fundación María Madre, que en sus inicios se creó “sin ánimo de lucro, pero terminó siendo un negocio”, recalca María. Entre los papeles que encontró bajo llave había facturas en las que queda constancia de cuánto se llegó a pagar por cada recién nacido: 200.000 pesetas de la época; unos 25.000 euros.
“Lo triste es que no queda ninguno vivo”, apunta en referencia a todos los implicados en la trama. Desde médicos como su padre hasta jueces, abogados y gente de la alta sociedad, como Mercedes Herrán de Gras, la mujer que gestionaba los pisos-nido en los que atendían a las embarazadas antes y después de dar de luz. La mayoría eran jóvenes a las que sus familias enviaban allí para evitar el escarnio o la deshonra de lo que entendían como embarazos ilícitos por no estar casadas, y por producirse por descuido o violación. El miedo al qué dirán las convertía en deshonrosas o futuras apestadas. En este sentido, la fundación María Madre actuaba de lavado de imagen, sin que muchas de ellas fueran conscientes de lo que implicaba el proceso: que sus hijos fueran vendidos a otras familias y que nunca más supieran de ellos.
Funcionaban como una organización criminal dedicada a traficar con recién nacidos, bajo el amparo de la fe. En concreto, esta fundación estaba vinculada al Opus. En el caso de tantos otros casos destapados en España, y que sí llegaron a los juzgados, llegó a estar investigada una monja –Sor María– que murió antes de sentarse ante el juez; también un conocido médico, el doctor Eduardo Vela, que resultó absuelto por prescripción del delito. Por lo que el relato de María Reyes ha revuelto aguas de por sí turbias y estancadas, con madres que buscan a sus hijos e hijos haciendo el camino inverso por toda España.
Se estima que entre 1940 y 1990 fueron robados 300.000 niños y niñas. La perpetuación del horror se consumó al asegurar a sus progenitoras que habían muerto al nacer. “A las madres no les enseñaban un niño muerto, sino que simplemente se lo quitaban”, aclara María en el caso de la trama del País Vasco, en la que su padre fue parte activa y ella víctima directa como bebé robado. Ni con los papeles en su mano ha conseguido localizar a su madre biológica. Para tal fin, se ha hecho una prueba de ADN, confiando en que algún día llegue esa muestra que haga ‘match’.
“Y aun así, tuve suerte”, añade. “En lugar de quedarse mi padre conmigo, me podría haber tocado en una familia donde hubiesen abusado o incluso renegado de mí”. No lo apunta al azar. Ha escuchado de todo. En estos años en los que no se atrevía a hacerlo público, no estuvo parada; trabajaba encubierta, buscando otras víctimas de la fundación María Madre en blogs, foros, asociaciones… Estudió Derecho, se casó, tuvo dos hijos y siguió su particular causa en la sombra, como si cargara con el peso de una culpa que en ningún caso le corresponde. De ahí el hacerlo público, para seguir batallando a cara descubierta, y que más víctimas sepan lo que pasó. “Al menos, he intentado paliar en lo posible el daño que hizo mi padre”.